En 1967 era de las iglesias más feas de Barcelona: hoy aparece en todas las webs de arquitectura
En 1965 era una de las iglesias más feas de todo Madrid
Desde el 1967 era una iglesia extraña, fea e incomprendida
Puede ser el pueblo con el nombre más feo de España, pero también un entorno natural idílico
Ni Tenerife ni La Graciosa: la minúscula isla canaria que pocos turistas visitan y sólo tiene 1 habitante oficial
En 1971 era una de las iglesias más feas de España: hoy decenas de arquitectos acuden a verla

En la década del desarrollismo, el rápido crecimiento de la periferia barcelonesa obligó a levantar templos en barrios recién formados. Muchos de ellos fueron percibidas como las iglesias más feas de Barcelona debido a su estética poco convencional, marcada por la austeridad. Sin embargo, detrás de esas obras se escondía una nueva forma de entender la arquitectura.
Aquellos edificios no pretendían deslumbrar ni imitar modelos antiguos. Eran el reflejo de un tiempo en el que la eficiencia pesaba más que la ornamentación, y donde los arquitectos experimentaban con materiales que ofrecían resistencia, economía y rapidez de ejecución. En ese marco nació una de las construcciones más controvertidas de la Barcelona metropolitana.
¿Cuál fue considerada una de las iglesias más feas de Barcelona?
La respuesta al enigma es la iglesia de Santa María de Sales, situada en Viladecans, al sur de Barcelona. Fue proyectada por el arquitecto austríaco Robert Kramreiter, discípulo de Le Corbusier, a petición del párroco Ramón Saborit, que necesitaba un nuevo templo para atender a una población en pleno crecimiento.
La obra se construyó entre 1965 y 1967 siguiendo los principios del brutalismo: materiales desnudos, funcionalidad absoluta y desprecio por la ornamentación. Kramreiter diseñó una estructura que combina cemento y hierro, con una gran nave circular sin columnas y una cubierta inclinada que se eleva hasta convertirse en campanario.
Su forma ondulante le valió el apodo de “Iglesia del Tobogán”, por la pronunciada curva que une la fachada principal con la torre de las campanas.
Una estética funcional nacida de la necesidad
El proyecto de Kramreiter respondía a un objetivo concreto: crear un templo económico, resistente y capaz de albergar a cientos de fieles sin perder funcionalidad. La nave, de 40 metros de diámetro, podía acoger hasta 650 personas sentadas, todas con visión directa del altar.
No hay columnas que interrumpan la vista, y las ventanas rectangulares superiores dejan pasar una luz natural que acentúa la textura del hormigón.
A un lado del altar se ubican las vidrieras policromadas de la artista Llucià Navarro i Rodon, que representan escenas de la pasión y la resurrección de Cristo. La tribuna elevada, accesible por una entrada independiente, servía para los fieles que llegaban tarde a misa, una solución práctica que evita distracciones durante la celebración.
El altar mayor, compuesto por dos grandes bloques de mármol de siete toneladas, se impone como el centro visual y simbólico del conjunto. Toda la estructura fue cimentada sobre 126 pilotes de hormigón de doce metros de profundidad, necesarios por su emplazamiento entre dos rieras.
De ser una de las iglesias más feas de Barcelona a un ícono arquitectónico
En su inauguración, la iglesia de Santa María de Sales generó polémica. Muchos vecinos la consideraron un edificio desprovisto de belleza, impropio para un espacio sagrado. Sin embargo, el paso del tiempo cambió esa percepción. Lo que antes se veía como una excentricidad hoy es valorado como un ejemplo sobresaliente del brutalismo catalán.
Actualmente, la iglesia figura en numerosos portales especializados y ha sido reconocida como bien de interés local por el Ayuntamiento de Viladecans. Apenas ha sufrido modificaciones desde su construcción: sólo se han añadido revestimientos de madera en algunas capillas y vegetación exterior.
Su autenticidad la convierte en un documento vivo del urbanismo y la arquitectura del desarrollismo español.
El interés por este tipo de edificaciones ha crecido en las últimas décadas. Lo que antaño se tildó de feo o inacabado, ahora se estudia como una muestra de valentía arquitectónica.
La iglesia de Santa María de Sales resume esa paradoja: una obra funcional, polémica y visionaria que refleja cómo el brutalismo democratizó el acceso a una nueva forma de construir en la España de los años sesenta.
El brutalismo: la corriente que transformó el paisaje urbano
El brutalismo surgió en Europa tras la Segunda Guerra Mundial como una corriente que apostaba por la honestidad estructural. Edificios sin adorno, de líneas rotundas, levantados con hormigón armado visto, simbolizaban el renacer de un continente que buscaba rehacerse desde la funcionalidad.
En España, esta tendencia comenzó a popularizarse en los años cincuenta y sesenta, coincidiendo con el impulso económico y el crecimiento de las grandes ciudades.
Barcelona, en plena transformación industrial, vivió un auge demográfico que obligó a construir nuevos equipamientos públicos, escuelas e iglesias en tiempo récord. Los materiales eran limitados, los presupuestos escasos y el espacio urbano cada vez más reducido.
En ese contexto de urgencia nació la iglesia de Santa María de Sales, un templo que muchos consideraron una de las iglesias más feas de España y que hoy, sin embargo, ocupa un lugar destacado en las guías de arquitectura moderna.