La ley que acabará con el Gobierno

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La ley del sólo sí es sí, como la ley trans, acabará con el autopresumido Gobierno más feminista de la historia. En esas paradojas que la política tiene, veremos cómo las mujeres sacarán de Moncloa a quienes llegaron -dicen- para protegerlas. El foco mediático y popular se detiene, por ahora, en esa podemia histérica que sigue sin reconocer la chapuza legislativa y jurídica creada. Sabían, en su soberbia infinita, que si unificaban dos delitos en uno se equiparaban al mismo tiempo sus horquillas penales, por lo que un condenado a la pena más baja en el delito más grave, de inmediato, se le traslada la pena más baja de dicha horquilla aumentada.

Lo sabían y no callaron, sino que con la habitual presuntuosidad, alabaron la redacción de la ley y proclamaron al mundo que se hacía justicia, ahora sí, con las mujeres. ¿La realidad? Los violadores y pederastas hoy están más tranquilos con un gobierno que hace leyes para sacarlos de prisión. Cuando a las instituciones llega el fanatismo iletrado, el resultado es porquería legislada. En el ágora pública de esta época nunca se han destilado los conflictos desde el espejo de la razón, sino bajo un populismo zombie en el que la pausa queda anulada por impulsos de delirio caníbal. Ese populismo sociológico que vota dirigentes que prefieren la ilógica de los acontecimientos al sentido común de la reflexión y los datos ha encontrado en las últimas disposiciones su hábitat perfecto.

Y que no extrañe lo que sucede. Hace tiempo que determinadas voces clamaban contra el nuevo totalitarismo que ha emergido en nuestra sociedad: el del feminismo extremo o hembrismo preclaro, que sintetiza en lo masculino la clave de la decadencia moderna. La falacia de continuidad que supone el siguiente silogismo: ‘miles de mujeres son asesinadas por hombres/todos los asesinos eran hombres/por tanto todos los hombres son asesinos’, se impone sin control ni mesura por esa nueva tribu que destaca, no trabajando por la necesaria igualdad entre sexos, sino por diferenciarse en ver quién pontifica su odio de manera más cursi y pedir al Estado que pague y les pague por ello. La ley que les retrata es el espejo en el que maquillan sus obsesiones.

Tengo claro quién se beneficia de este continuo (y necesario) debate sobre la violencia machista. Y aún más diáfano que, aquellas que hacen campaña por todas, llámense Irene, Pam, Ione, Clara e Isa y todos los cipotudos aliados a la causa, sólo buscan el beneficio individual, es decir, económico, de la tragedia. Su ignorancia sólo compite con su arrogancia, y demuestra que prefieren la subvención del Estado, más segura y más rentable, que proteger a las víctimas, aunque hablen todo el día de ellas. Esas ‘ninis’ que ocupan el Ministerio del Sexo son feministas de sí mismas, vulgo hembristas. Odiar al hombre por el mero hecho ser hombre es la peor forma de luchar contra la desigualdad. Su versión más ilógica y siniestra.

Ahora repartirán culpas desde el Consejo de Ministros, dirán que escucharán a expertos, reconocerán, sin reconocerlo, que puede mejorarse, lo que hace unas semanas era intocable. Las elecciones acechan y ni Tezanos puede ayudar a moldear la permeable opinión pública. La única certeza que tenemos es que Sánchez, en su permanente estrategia electoral, pondrá el foco en Podemos e Irene Montero, achacándoles la responsabilidad única y última de la nefasta y sectaria Ley. La hemeroteca desmiente, una vez más, al jefe del Gobierno. La apoyó, la defendió y la lideró. Ahora, por cuestiones políticas y sociológicas (sondeos, encuestas) y no de razón ante la trágica realidad, quiere reformarla para que la historia no le recuerde que fue el presidente que sacó a violadores, pederastas y asesinos a la calle. Porque nadie resiste un epitafio de mandato así.

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