La foto de la indignidad: el asiento vacío de Sánchez
Un asiento se mantuvo vacío cuando el pasado jueves se debatió y votó en el Congreso de los Diputados la reforma de una ley promovida y defendida por el Gobierno de Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Una ley que, tras permanecer en vigor más de siete meses, ha rebajado las penas impuestas por los tribunales a más de 1.000 pederastas, agresores sexuales y violadores, habiendo puesto en libertad a más de 100 de ellos que ya están en la calle acechando a sus víctimas para cometer nuevos delitos. El asiento que se mantuvo vacío no era un asiento cualquiera, sino el primero del banco azul, el que le correspondía ocupar al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Que el presidente de un Gobierno que promovió y aprobó una ley que ha tenido tan gravísimas consecuencias para la vida y la seguridad de las mujeres y los niños españoles se ausente del Hemiciclo cuando se está debatiendo cómo impedir que los nuevos agresores sexuales, los que se han incorporado a la nómina de delincuentes desde que la ley está en vigor, se sigan beneficiando por una ley socialista y podemita que protege a los delincuentes y abandona a las víctimas es, en lo personal, un ejemplo imperdonable de soberbia y, en lo político, una demostración más de que el presidente ha convertido al Gobierno de España en una anomalía en la Europa democrática.
La decisión de Pedro Sánchez de ausentarse del debate y la votación es una muestra de su carácter, de su absoluta falta de empatía para con las víctimas de sus leyes y de su desprecio hacia la Cámara de Diputados y, a partir de ahí, al conjunto de los españoles. Ese banco azul vacío retrata con total nitidez la personalidad psicopática y narcisista del personaje elegido en las Cortes para ocuparlo y pone de manifiesto su negativa a asumir cualquier responsabilidad por el daño causado. Un gesto que denota la soberbia de un tipo que no mide las consecuencias que en otros puedan tener sus actos porque, como buen maquiavelo, sus decisiones no persiguen otro objetivo que obtener beneficio para sus propios intereses.
Los comentaristas políticos en general han querido ver en esa ausencia el deseo de Pedro Sánchez de no unir su voto al del Partido Popular, que ha tenido que salir al rescate de las víctimas sumando sus votos a los del Partido Socialista para cambiar la ley en vigor. Considero un error el intento de buscar una explicación ideológica a un acto deleznable sin paliativos, cual es la ausencia en el Pleno de Pedro Sánchez. Hay que recordar que la ley que se estaba reformando gracias a los votos del Partido Popular no es de Montero ni de Podemos, por mucho que estos hayan sido (junto con los bilduetarras y los golpistas) los únicos que se han mantenido en sus trece hasta el final. Las leyes del Gobierno presidido por Pedro Sánchez y de la mayoría que le acompaña para que los exiguos votos obtenidos por el PSOE consigan mantenerlo durmiendo en la Moncloa; la ley es de Juan Carlos Campo, ministro de Justicia cuando el Consejo de Ministros la aprobó y ascendido por Sánchez al Tribunal Constitucional.
La ley es del Partido Socialista, cuya portavoz parlamentaria dice que las enmiendas del PP que han posibilitado que la ley que suelta a violadores no se siga aplicando a los nuevos delincuentes son una mera «fe de erratas» y que «globalmente es una buena ley». La ley es de Pedro Sánchez Pérez- Castejón que la defendió incluso fuera de nuestras fronteras, calificándola como «un hito histórico» (otro más, como su programada visita a la Casa Blanca….) y que iba a ser copiada en todo el mundo.
No hay explicación ideológica en la huida de Pedro Sánchez. La decisión de no estar presente en ese Pleno en el que debía, siquiera con su voto, mostrar contrición por sus actos, obedece a su personalidad. La soberbia, el endiosamiento, la superioridad… casan mal con la autocrítica. Para un personaje que atesora estos rasgos de personalidad, la culpa siempre es de otro, aunque «el otro» sea su propio Gobierno.
Aunque también podríamos encontrar en la personalidad de Pedro Sánchez una explicación complementaria a su decisión de huir del Congreso de los Diputados mientras tomaban la palabra sus ministras moradas. Y es que Sánchez no podía arriesgarse a escuchar lo que podía decirle la ministra de Igualdad… sin destituirla a continuación. Y no podía destituirla, le dijera lo que le dijera, porque él es prisionero del síndrome de Tara: «A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre…». O sea que el cobarde puso tierra (Falcon) por medio, se vistió de coronel tapioca y se escapó a Doñana a otear el horizonte esperando a que escampara la tormenta morada. Y atrás, y para siempre, quedó la foto de la indignidad, el escaño vacío de un impostor llamado Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
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