El esguince de España
Hace unos años, The New York Times se hacía eco de una investigación llevada a cabo por científicos de la Universidad de Charlotte, en Carolina del Norte, sobre el impacto de los esguinces de tobillo a largo plazo. Contrastaron que un solo esguince podría ser fatal para el resto de la vida del accidentado, “el tobillo es la base del cuerpo. Todo empieza por el tobillo. No ignores un esguince”.
El destino ha querido que la sesión constitutiva de las Cortes Generales se iniciase con la torcedura de tobillo de la portavoz del grupo parlamentario socialista, Adriana Lastra. Vaya por delante mi deseo de una pronta recuperación, pero el percance se presenta como una metáfora de las implicaciones que, para el Partido Socialista y para España, puede tener la legislatura que hoy ha echado a andar. También el 10 de noviembre Pedro Sánchez sufrió otro esguince (en este caso, político) al perder contra sí mismo en una cita electoral que, prevista para su mayor gloria, acabó en una dolorosa torcedura de tobillo. El candidato del Partido Socialista, en lugar del aconsejable reposo, inició una huida hacia delante que ha acabado desembocando en un preacuerdo de coalición con Podemos y en un obsceno ejercicio de genuflexión ante los nacionalistas e independentistas que ansían destruir España.
En términos generales, la sesión ha transcurrido envuelta en el histrionismo habitual del Parlamento español: el camiseting reivindicativo, los desacatamientos a la carta, el juego de las sillas-escaños y, por supuesto, el rock de la cárcel de sintonía de fondo. Son, sus señorías, legítimos descendientes políticos de aquellos otros diputados que protagonizaban las crónicas geniales de Pérez Galdós durante la I República, “era un juego pueril, que causaría risa si no nos moviese a grandísima pena”. “¡Por supuesto que habrá gobierno!”, aseguraba la ministra Magdalena Valerio por los pasillos del Congreso. Lo dicho, todo empieza por el tobillo. Prepárense porque la XIV legislatura se presenta como un esguince mal curado.