‘El Pollo de Moncloa’

Pollo Moncloa

Pónganse a leer historia y deténganse en la biografía de un protagonista apasionante que fue -parece que es así- el político español que más ministerios ha dirigido y, además, con jefes de Estado distintos. La referencia es, claro, Francisco Romero Robledo, un abogado distinguido de porte, ensalzado por ello por poetas varios («Aquel rostro rubio como el de Apolo…», versión encomiástica de Aureliano Linares), y tenido por uno de los oradores mejor dotado de sus épocas, épocas porque tuvo varias: ministro de Fomento con Amadeo I, de Gobernación y Ultramar con Alfonso XII, de Gracia y Justicia con María Cristina. Romero Robledo, cambiante varias veces, desde el liberalismo al conservadurismo de Cánovas del Castillo, ha pasado a la historia por haberse inventado la chapuza, mejor dicho, el fraude electoral. Él, eso es cierto, gastaba de lo suyo… o más concretamente de lo de su mujer, una señora de buen ver, hija de un esclavista cubano. De esos dineros sacaba Robledo, pronto llamado El Pollo de Antequera, su lugar de nacimiento, para subvertir los procedimientos electorales. ¿Cómo? Pues nada: se inventó las llamadas «escuadras electorales», una tribu de sujetos que se trasladaban a los distritos más comprometidos y cambiaba el voto de difuntos y ausentes por los suyos propios, de forma que las huestes del cacique, un dandy en toda regla, se alzaban siempre con el triunfo en las mesas. La verdad es que a los electores no les repugnaban demasiado aquellos trucos y, es más, hacían risas con la obediencia de su voto. A Campoamor se le atribuye esta confesión: «Me pregunta usted que por dónde voto… pues yo voto por Romero Robledo».

El Pollo fue conocido en su momento por el Gran Elector, un figurante decisivo que aseguraba resultados, por ejemplo a Cánovas, que recelaba, sin embargo, de él porque gozaba de un más pulcro acento andaluz, porque se llevaba a las señoras de calle y porque acumulaba más posibles, los que le otorgaban las riquezas de su familia política. Robledo formó tropas políticas, sus famosos «húsares» y, por no hacerlo más largo, ha pasado a la historia como precursor de las inmensas trampas que realizó la II República fundamentalmente en dos elecciones: las de 1931 y las del Frente Popular del 36, donde Largo Caballero y Prieto, los antecesores de Pedro Sánchez, al que en adelante denominaremos El Pollo de Moncloa, subvirtieron los tanteos hasta hacer que en la primera ocasión la República perdedora sustituyera a la Monarquía vencedora, y en la segunda, y gracias a una ley bochornosa, las mayores actas se las llevara la izquierda del PSOE, y las menos la derecha, como siempre en España desunida como derechorra que siempre ha sido.

Pues bien, entre aquel Francisco Romero Robledo, El Pollo de Antequera y Pedro Sánchez, El Pollo de La Moncloa se puede establecer un primer parangón muy elemental: su apostura arquitectónica, tan celebrada por los/as fans en los dos casos. Ahora mismo, incluso los socialistas más críticos, informan de que Sánchez ha clonado el modo Kennedy en los andares, es de suponer la fórmula que usará cuando se vea con el vetusto Biden en la Casa Blanca. Indican estos socialistas que el milagro que Sánchez obró derrotando en su momento a la desdichada Susana Díaz estuvo engrasado desde el primer momento por la prodigalidad cercana del aún presidente. Es decir, que Romero Robledo se aprovechó de los pingües beneficios de su esclavista suegro, y Sánchez -asunto sin comprobar, eso es cierto- pudo beneficiarse en su día de rendimientos también próximos, que ya se sabe de qué establecimientos vienen. Segundo parangón.

Pero estas dos aparentes semejanzas, las señaladas que no son aportación del cronista, sino de periodistas-socialistas-de-toda-la-vida, son escasamente interesantes, al lado de esta otra muy constatada: mientras Romero Robledo manejaba fondos propios, o de su señora, ¡vaya usted a saber!, para comprar votos que directamente depositaba en las alforjas de Cánovas, Pedro Sánchez utiliza los dineros del Estado para anunciar viviendas to’ p’al pueblo, para montar gratis total a jovencitos en los interraíles y para comprometer bonos y descuentos por doquier para los menos favorecidos. La comparación a favor de Robledo es tan evidente como lo es que las ocurrencias del ministro de Gobernación de Cánovas se hacían acompañar -lo hemos contado- para sus fechorías electoralistas de sus cómplices de cabecera. Sánchez, por su lado, se confía a sus medios abonados que, le ríen las gracias, se inventan encuestas, o disimulan mentiras tan atroces y ridículas al tiempo como las navajitas destinadas a degollar a no sé qué ministra.

Es de esperar, desde luego, que el actual Pollo de la Moncloa no llegue, en su descarada imitación de Robledo, a intervenir en las urnas. Lo cierto es ésto: los partidos de la oposición están extremando los controles para que cualquier tentación patológica se quede en agua de borrajas. Las listas del País Vasco, donde se quiere condenar al centro y la derecha a la marginalidad, se han completado con aportaciones personales de carácter nacional y «en contraste con los habidos hace cuatro años». En esta tesitura la intervenida Indra se juega el prestigio y la decencia. Ésta no es, desde luego, la España de Romero Robledo, pero sépase esto que también hace historia: nunca «el Pollo de Antequera vació las arcas del Estado para engatusar a los votantes con compromisos que, a ciencia cierta, no tienen vocación alguna de futuro». El pollo de la Moncloa se está gastando el recuelo de la inflación y los euros que nos sonsaca de su atosigante decomiso fiscal, para vender en sus mítines especies tóxicas que, eso sí, ya no se cree ni su suegro, pongamos por ejemplo y sin mucho afán de señalar. El Pollo de Antequera era, o pasaba por serlo, un sujeto simpático que arrebataba a las masas; El Pollo de Moncloa es un tipo insufrible y atravesado que ha hecho de la mentira y el desfalco al contribuyente las herramientas de su vida.

Lo último en Opinión

Últimas noticias