Hacia un régimen de partido único
En el ecuador de los 80 y los 90 el entrañable Txiki Benegas lanzó una frase lapidaria que demostraba la potencia de un partido, el PSOE, que contaba sus tres primeros mandatos por mayorías absolutas:
—El sucesor de Felipe González en la derecha está todavía en COU—, apuntó el histórico secretario de Organización de Ferraz, desaparecido hace cinco años.
Los socialistas se hacían auténticas pajas mentales soñando con imitar a su añorado PRI mexicano, que acumulaba décadas de poder sin apenas oposición o, mejor dicho, con una oposición amaestrada cuando no directamente comprada. Creían que eran invulnerables. Inmortales. Insustituibles. Eso sí: España era entonces una democracia más fuerte que ahora, el sistema de contrapesos funcionó y el 3 de marzo de 1996 Felipe González era ya historia.
Lo mismo sucede a Pedro Sánchez y sus cuates, empezando por ese Pablo Iglesias que continúa chuleándose de los enfermos de coronavirus vulnerando la cuarentena una y otra vez. La diferencia es que Felipe González, mejor gobernante que el robatesis de aquí a Sebastopol, tuvo 202, 184 y 175 diputados en sus tres primeras legislaturas y el actual inquilino de Moncloa se quedó en 120, menos que ningún otro presidente en democracia. Lo cual no quita para que esta banda se vaya jactando poco menos de lo mismo que se enorgullecía Benegas pero con una sutil diferencia: éstos son unos chulos indocumentados y el vasco de Caracas tenía gracia, talento y visión política para dar y tomar. El equipo de mi pueblo o Cristiano Ronaldo. Un seiscientos o un Rolls Royce. La luna o el sol.
El Gobierno socialpodemita se las da también de eterno con un silogismo que parte de una premisa falsa o al menos cuestionable, “vamos a estar 12 años en el poder”, y prosigue con otra certísima, “gracias a la división de la derecha”. Fantoches o no, lo cierto es que la suicida división de la mayoría natural de este país es queroseno para el Frente Popular que desgobierna España. Sea como fuere, tengan razón o no, se los lleve por delante su dolosa gestión de esta crisis elefantiásica del coronavirus o no, lo cierto es que sus mentes son autocráticas.
El modelo a seguir de esta banda no es un PRI mexicano cuya hegemonía ha caído en desgracia de 20 años a esta parte. El espejo en el que se miran es, sobra puntualizarlo, Hugo Chávez Frías, el narcoasesino que tras ganar democráticamente las elecciones de 1998 fue desmantelando la democracia en Venezuela para convertir el país hermano en una autocracia primero y en una dictadura de facto de la mano de ese malvado infinito que es Nicolás Maduro. Se apropiaron de la Justicia, más tarde robaron —que no expropiaron— los medios y después cerraron la Asamblea Nacional y se cepillaron la Constitución. De manual.
Algo de eso está sucediendo silenciosamente ya en España desde mayo de 2018. Desde que se prefabricó la sentencia de Gürtel, con la irresponsable actuación de Rajoy negándose a dimitir, la sucesión de acontecimientos está siendo más propia de la Turquía de Erdogan o la Rusia de Putin que de un país de la Unión Europea. La curiosa sentencia del 1-O, la designación de Dolores Delgado como fiscal general, la grosera intervención de los medios (dominan el 80% con una destreza que ni el Felipe de los 202 diputados) y el apagón mediático y ahora legislativo de la oposición se desarrollan en esa línea.
Van a por todas. Apariencia de democracia y medidas claramente totalitarias. El Gobierno socialcomunista está aprovechando de manera ruin el caos del coronavirus para colar de matute medidas que tienen poco de democráticas y mucho de autocráticas. Empezando por ese “todos unidos” que tiene todo el sentido del mundo en el apartado sociosanitario pero que estos desahogados quiere emplear para silenciar a la oposición y amordazar a los medios. Los hombres y mujeres de nuestra sanidad, que no lo olvidemos es una competencia transferida, sí tendrán todo nuestro respeto y respaldo permanentes ya que se están dejando la vida para salvar la de los demás. Cuenta igualmente con nuestra confianza un ministro, Salvador Illa, que transmite confianza porque no se adorna y tira de sobriedad en un asunto en el que cualquier precaución comunicativa es poca.
Hay que seguir los consejos de los que saben con disciplina germánica, como un solo hombre. Sólo faltaba. El común de los mortales no somos médicos ni epidemiólogos. Pero que no cuente el Gobierno con nosotros para que ese “todos unidos” se emplee como un cheque en blanco para silenciar sus desmanes, olvidar su incapacidad y perdonar su politización del dolor. Por ese aro no vamos a pasar ni debemos pasar por razones éticas. Se lo debemos a las víctimas de esta pandemia. Recordaremos hasta la saciedad que actuaron tarde y mal, 6.400 enfermos, 100 muertos y 45 días después, que antepusieron el 8-M a la salud de sus conciudadanos multiplicando ad infinitum el número de casos en Madrid y que la recentralización ralentizó hasta la exasperación el suministro de mascarillas y respiradores a nuestros hospitales. Pero nos tendrán que cerrar, que es lo que quieren, o eliminarnos físicamente para que dejemos de cantar y contar que su gestión no ha causado una pandemia inevitable pero sí ha disparado el número de contagios y, consecuentemente, de muertes. Por cierto, los que ahora reclaman unidad frente a la megacrisis son los mismos que el 13 y 14 de marzo de 2004 escracharon las sedes del PP tras los atentados del 11-M en Madrid que dejaron 192 víctimas mortales
Dos medidas asustan en términos institucionales y democráticos. La decisión de paralizar el Congreso por decreto ley, mientras el Ejecutivo celebra dos ruedas de prensa al día con hasta ocho personas, es chavismo puro amén de ilegal. “Órdenes de Moncloa”, se excusan Meritxell Batet y su entorno admitiendo su rol de títere. Dejar en manos de la presidenta qué iniciativas se admiten y cuáles no es tanto como anular la capacidad de control de la oposición. Por no hablar de esa resurrección por las bravas de los indultos que vaya usted a saber qué intenciones tiene. Espero que no sea para hacer el favorcete definitivo a sus socios golpistas. Hay otra de la que nadie habla y es la velada amenaza a los medios que quedarán tocados por el bajonazo económico. Entre líneas, se les hace una oferta siciliana de ésas que no se pueden rechazar: “O bajas el pistón o tú sabrás”. La actuación de TVE es de chupa de dómine. El epítome del control bolivariano del ente público tuvo lugar el sábado del Consejo de Ministros extraordinario cuando, con un par, juraron y perjuraron que Iglesias había acudido “con una mascarilla”. En las imágenes institucionales se certificaba, más allá de toda duda razonable, que ni mascarillas ni gaitas, que incluso estornudó a campo abierto.
No nos callarán. No nos dejaremos engañar. Seguiremos desentrañando sus mentiras. Su demagogia. Su incompetencia. Y esa negligencia dolosa que ha agravado exponencialmente el drama humano de un virus que estaba en China y se fue a Italia mientras nuestro Gobierno se cruzaba de brazos y se dedicaba a jalear ese 8-M que pasará a la historia como la madre de todas las irresponsabilidades. Ahora sólo nos queda continuar destapando la verdad, echando una mano a nuestros médicos y sanitarios, difundiendo las recomendaciones de nuestros científicos e invitando a la gente a actuar con la responsabilidad de la que carecen un presidente y un vicepresidente que se pasan la cuarentena por el arco del triunfo. Sabemos que eso nos costará caro. Tal vez muy caro. Porque vamos a un régimen de partido único, modelo Frente Popular o en versión PSOE en solitario tras tirar por la borda al compañero de Irena Montera. Claro que también Benegas se las prometía muy felices allá por 1990 y menos de seis años después estaban haciendo las maletas.