La seguridad y la defensa hay que pagarlas

La seguridad y la defensa hay que pagarlas
La seguridad y la defensa hay que pagarlas

La invasión de Ucrania ha supuesto un aterrizaje de emergencia en la realidad del mundo en que vivimos y más aún en la Europa que habitamos, especialmente para el pacifismo buenista y comodón,  patrimonio de una izquierda progre representada en un Pedro Sánchez, que le llevaría a manifestar hace escasos años que «sobraba el Ministerio de Defensa».

Olvidando la máxima latina  si vis pacem, para bellum -si quieres la paz, prepárate para la guerra-,  la mayoría de los Estados de la UE han llevado los recursos destinados a la defensa hasta límites de la mera subsistencia, España de manera destacada entre ellos, confiando en que la paz, la democracia y la libertad se nos daban como caídos del cielo y que en caso de existir alguna amenaza para esos bienes, ya teníamos a nuestro primo de Zumosol para defendernos, los Estados Unidos.

Sánchez aterriza en la realidad, así la huelga de camioneros le ha servido para olvidarse del calificativo ultraderechista para descalificar a quienes no le ríen las gracias; y la guerra de Ucrania para tener que hacer caso a Trump, que ya dio la voz de alarma al decir «America first»; es decir, que los europeos tenían que invertir en su defensa porque los estadounidenses no estaban dispuestos a seguir pagándola ellos solos. O sea, que la seguridad sea para quien se la paga.

Ahora el 2% del PIB de cada uno de los países de la Alianza se convierte en la nota de corte para ser aprobado en el examen Atlántico, a modo de icono mágico de la inversión necesaria para garantizar la Defensa colectiva mediante la activación del no menos mágico artículo 5 del Tratado. El general Dávila en su tan interesante como seguido blog sobre cuestiones militares, apunta reflexiones lúcidas al respecto, alguna tan certera y evidente como afirmar que «en una estrategia defensiva lo mas acertado es atender primero a la propia defensa, ser fuerte individualmente para tener peso en el marco de la Alianza colectiva».

Sánchez ya ha señalado ese icónico 2% en Defensa como el objetivo a alcanzar partiendo del escaso 1,2% actual, tras haber proclamado el canciller alemán Olaf Scholz ante un Bundesrat aplaudiendo unánimemente y en pie, su voluntad de inyectar 100.000 millones de euros en el presupuesto para alcanzar ese objetivo. Ante esta noticia, no es un dato a ignorar que el canciller sea socialdemócrata y gobierne con los liberales, y seguro no habrá pasado desapercibido a nuestro progresista gobierno con su presidente en cabeza.

Tampoco lo habrá sido que en apenas dos meses Madrid vaya a ser la sede de la  próxima Cumbre atlántica, que adquiere una renovada importancia ante la nueva situación. Como estaba anunciado, el cambio climático no parece ser ahora una prioridad en nuestra alianza defensiva para países como los anteriores socios del Pacto del Varsovia, que son frontera de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, por ejemplo.

Tan evidente resulta que los socios de Gobierno de Sánchez no van a aplaudir esa política de defensa, como que no va a ser causa de ruptura del mismo, pues desgraciadamente resulta evidente que, aunque estamos ya en primavera, «en la calle hace frio». Al menos, más que en los despachos oficiales.

La situación geoestratégica de España es evidente que no es la de Polonia o la de Rumania y tampoco la de Alemania, lo que implica que nuestra seguridad  debe atender a la realidad de nuestro territorio nacional peninsular, pero también el insular, tanto atlántico como mediterráneo y las ciudades de Ceuta y Melilla. La carta actual de Sánchez al Rey de Marruecos y el incidente de la isla Perejil de 2002, marcan dos momentos distintos y distantes de la necesaria relación estratégica que es preciso garantizar con nuestro vecino del sur.

El 30 de mayo próximo se cumplen 40 años de nuestra incorporación a la Alianza con un Gobierno de la UCD presidido por Calvo-Sotelo, y con la hostilidad de una izquierda que pasó del «OTAN, de entrada no» previo al referéndum de Felipe Gonzalez, a proclamar «OTAN, de entrada sí». Ante Sánchez, ese cambio palidece.

 

 

 

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