Pedro Sánchez y los calzoncillos de 2023

Opinión Carla Pedro Sánchez
  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

Vivir de retales económicos es como una fiesta sin DJ: la música en bucle y la gente sentada, al móvil. Cómo decirlo, el Gobierno de Sánchez es un mal amante que repite las mismas caricias fiscales. Un amante zombi y un gobierno en estado vegetativo, incapaz de avanzar ni marcar la agenda. Es como poner en Tinder una foto de 2012: el algoritmo lo detecta y te condena al swipe eterno…

En el porfolio de los disparates nacionales, hay joyas que ni el guionista más elocuente y drogado podría elucubrar. Sabino Arana, performer nacionalista y poeta del delirio, llegó a decir y escribir este desatino, que a la vez es una perla del humor involuntario: «El aseo del bizkaino es proverbial (recordad que, cuando en la última guerra andaban hasta por Navarra, ninguna semana les faltaba la muda interior completa que sus madres o hermanas les llevaban recorriendo a pie la distancia); el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año».

Sí, es un desatino conceptual, un mito folclórico que dice mucho sobre paranoias identitarias basadas en la limpieza y la diferencia. Pero ¿y si aplicamos este fetiche a la política española actual? En efecto, Pedro Sánchez sigue usando los mismos «calzoncillos presupuestarios» de 2023, atrapado en una legislatura antihigiénica, y lo peor es que para renovarlos depende de los socios nacionalistas, sin cuyo visto bueno no hay estreno ni cambio de la muda fiscal.

Los vascos y catalanes son ahora quienes deciden si el Gobierno cambia de calzones o sigue con los viejos hasta que se le apolillen, con la aritmética parlamentaria atada por pactos interminables, poco fructíferos, que apestan.

Pero, ¿qué significa no aprobar presupuestos? Gobernar con presupuestos viejos es como querer bailar flamenco con zapatos de payaso; que vivamos con cuentas antiguas, esperando que el sistema nuevo aguante sin oler a podrido. Es como hacer un gazpacho en octubre con tomate enlatado: te lo tragas, pero no tiene sabor. Esos presupuestos prorrogados frenan inversiones, las comunidades autónomas se quedan sin lo suyo y los proyectos públicos se posponen hasta el insulto, urgencias reales de una España que necesita reformas y una infraestructura que no se caiga a pedazos. Que no se aprueben los presupuestos frena las inversiones, los servicios públicos, los salarios y, sobre todo, el futuro.

Termina el año y asistimos a este striptease presupuestario con una mezcla de resignación y estupor. Mientras Sánchez sueña con una prenda nueva, y la oposición finge escandalizarse por su falta de higiene fiscal, la realidad es que todos compartimos lavadora, donde nadie está libre de acabar planchando mudas ajenas.

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