La ética en política

La ética en política

La ética política en España viene a ser como el café con hielo o la cerveza templada. Un oxímoron de uso intemporal que aparece en la escena pública a cada despiste o descuido de un representante público. El problema viene cuando los voceros que claman por la rectitud moral de sus señorías son los que cometen la misma tropelía bajo el amparo de la comparación. Con aliados perfectamente reconocibles tras una pantalla y escribas perfectamente bien pagados tras una columna de periódico, la corrupción a la carta se hace verbo en esta España descarnada, con la verdad en funciones y la decencia en el taller de costura.

Soria ya no irá al Banco Mundial. En calidad de nada. Nunca debió estar en más candidatura que la de mártir de la trola. Ahora reparten culpas en el PP con la habilidad de un trilero de casino. Rajoy, avezado refutador que revive con cada sesión plenaria, hace tiempo que se ausentó de sus responsabilidades éticas al cuidado de una formación que necesita un bypass moral urgente. En España ya admitimos ciertas dosis de maquiavelismo como parte de un guión en el que, como espectadores de sillón y sala, solo podemos criticar, pero no cambiar el desenlace final. También incluimos el cinismo como elemento adherible a la forma de hacer política. No decir toda la verdad es el eufemismo favorito en el que se esconden las prácticas más dudosas. Pero aún nos resistimos a admitir la mentira declarada y destapada como parte innegociable del chiringuito. Ya ni leemos a Fromm cuando hablaba de la imperiosa necesidad de conocer, entender y respetar los deseos ocultos y pasionales del hombre para aproximarse a su dimensión moral y política. Será verdad aquello de que en España somos todos corruptos, salvo que demuestren lo contrario.

El profesor Aranguren, quien mejor reflexionó desde la filosofía contemporánea la relación entre la moral y la praxis política, defendió que el fundamento de la democracia «es la democracia como moral, entendiendo esta como «instancia crítica permanente, como actitud siempre vigilante». Esa actitud vigilante de ciertos periodistas, algunos valientes siempre, otros débiles según sea el fuerte, ha impedido que la puerta gire de nuevo por el lado que menos interesa a la democracia. Soria nunca debió llegar a cierta responsabilidad con ese pasado, con esas formas, con secretos bajo una alfombra que acumula tanta suciedad en su interior que ya no merece ni lavarla.

Pero el caso Soria, o de Guindos, no debería esconder otros de mayor enjundia numérica y bajeza moral. Porque el mayor escándalo de corrupción política habida en democracia, que incluso en Bruselas reconocen como algo inaudito, es el de los ERE en Andalucía. Más de tres mil millones de euros que iban destinados a formar a parados y jubilados, perdidos en la maraña de intereses y corruptelas del PSOE andaluz. En Europa no se explican tan poco tratamiento informativo y tan poca actuación política. Hablamos de dinero público. Pero cierto silencio ideológico y privado entierra cada día el caso. Como pasó con Pujol. O ahora con Compromís en Valencia, esa nueva política que abre televisiones propias con el dinero de todos, mientras mantiene la dependencia en funciones y la educación en barracón descendente. Nada de nada. La única corrupción que existe en España, en forma y fondo, para ciertos medios, es la del PP. Más vale un Bona Tarda en hora que una crítica a destiempo. El tribunal mediático de la hiprogresía sabe cuándo y cómo dictar sentencia de ejecución.

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