Vida en el Valle de la Muerte
Cuando estés leyendo esta columna, estaré en medio de mi tercer reto recaudando fondos desde mi fundación. Este tercer reto me ha traído hasta Chile corriendo 280 kilómetros en siete días. Nunca lo ha hecho nadie en solitario y ahora, que estoy aquí, con tres etapas ya en mis piernas, se porqué. Es simplemente una locura. La @fundacionaladina es la beneficiaria de los fondos que recaude en esta travesía, así como el cuarto reto. El próximo día 3 de Octubre, estaré nadando 20 kilómetros en solitario en las aguas abiertas del Triángulo de las Bermudas. Tampoco nunca lo ha hecho nadie. Espero ser el primero, pero la verdad, pensar ahora en nadar cuando estoy rodeado del paisaje más árido del planeta se me hace complicado.
Las etapas están divididas en los siguientes kilometrajes: 30, 40, 30, 40, 60, 60 y 20. Ya he realizado tres etapas y puedo decirnos mientras escribo esta columna, a las 15.23 hora local, tumbado en mi tienda de campaña a 44 grados, que he podido atravesar lugares mágicos con la sola compañía de mi respiración y el ruido de mis pisadas, una tras otra, marcando el paso, saludando al destino en un lugar lleno de mística, en un paraje lunático, que me hace pensar en la simplicidad de la vida. En por qué estamos aquí y en lo diminuto que es nuestro tiempo en comparación a la inmensidad de este desierto que lleva aquí plantado toda una eternidad.
Cada huella que dejo aquí es como un memorándum a la vida. Ojalá pronto, nadie tenga que cruzar desiertos para recaudar fondos para el cáncer o cualquier otra enfermedad. ¡Ojalá esta pesadilla acabe pronto! Mañana me toca la etapa que cruza el Valle de la Muerte con el Valle de la Luna. Una etapa mágica, llena de simbolismos, más aún cuando estoy recaudando fondos para el cáncer infantil y sus becas deportivas, dejando mis huellas en una tierra llamada Valle de la Muerte. Dicen que hay lugares aquí, en el desierto de Atacama, en los que jamás cayó una gota de lluvia. Donde la vida es efímera y los animales sobreviven a la mala suerte de haber nacido en este paisaje, tan bonito como cruel, y más si lo cruzas corriendo. Pero merece la pena jugarse ese pulso con el desierto por una buena causa.
La luna llena acompaña mis noches estos días e ilumina el cielo, lleno de estrellas, capitaneadas por la vía láctea, que brilla con tanta claridad que si estiró la mano siento que puedo tocarlas, a todas ellas. Los niños con cáncer y las personas con cualquier enfermedad bien merecen nuestra ayuda. No hace falta que cruces el desierto o nades en mares perdidos, seguro que al acabar de leer este artículo cierras los ojos diez segundos y se te ocurren muchas maneras de ayudar. Siempre hay vida en el Valle de la Muerte.
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