Puigdemont y la leyenda negra contra Europa
La elección de Bruselas como escenario de una fuga disfrazada de exilio —bien entendido que un tanto desteñido tras la última decisión del juez español de eliminar la “euroorden” para detener al expresident y sus “consellers”—, no obedece únicamente a que sea la “capital de Europa”. Puigdemont ha huido también a Flandes, reservorio histórico de la leyenda negra contra España desde la “guerra de los 80 años” del siglo XVI, y prácticamente la única región del continente donde aún se representan óperas italianas sobre el duque de Alba. El expresident, de hecho, desprecia la Unión y sus valores. Los antiguos y los modernos. Lo evidencia que sus únicos apoyos claros provengan de otros políticos eurófobos como los representantes belgas de Vlams Belaang, el rocambolesco anuncio de un referéndum para decidir la permanencia de Cataluña en la UE o la misma decisión de que su proceso penal fuera instruido en idioma flamenco, en la esperanza de atraer la complicidad de supuestos aliados históricos.
El problema para los nacionalistas es que estas alianzas, a las que sólo vincula en realidad la hispanofobia y la eurofobia, discurren a menudo por recovecos difíciles y caminos de doble vía. La historia europea es un tigre difícil de cabalgar. La pervivencia de estereotipos hispanófobos en el norte de Europa no debe servirnos como excusa, sin embargo, para reforzar rancios antagonismos familiares que contradicen una corriente histórica hacia más entendimiento y unión, y sólo hay que acercar un poco la lupa a los principales acontecimientos históricos para apreciar que los prejuicios, estereotipos y clichés sobre el norte de Europa tienen en el fondo fundamentos tan movedizos como los del sur. España y los países centrales de Europa, en concreto, poseen una historia común que incluye episodios de conflicto y cooperación, comercio y guerra, sacrificios idealistas y pactos oportunos.
Del mismo modo que en el conflicto con Flandes hubo no pocos holandeses leales a la monarquía hispánica, hasta el punto de que la larga guerra revistió un aspecto que se puede justamente denominar civil, la España de Carlos II de Austria no dudó en apoyar a los holandeses, —¡Esa nación de herejes y comerciantes!—, cuando estalló con posterioridad la Guerra de Holanda contra Francia en 1672. Es tentador pensar que nuestra leyenda negra haya entrado este año en una fase novedosa, tras los episodios renacentistas, luteranos o americanos, pero no nos dejemos llevar tan rápido por el narcisismo nacional. Por más que satisfaga ese apetito español por los embates idealistas, creernos el centro del mundo hoy no es sólo una idea errónea, también es una carga quijotesca que los españoles no merecemos acarrear.
Más que a una leyenda renovada contra España, en esta época global de la “posverdad”, las noticias falsas, las “mentiras azules”, las campañas orquestadas de desinformación y la hiperpolarización, asistimos al asentamiento de una nueva leyenda negra contra el imperio paradójico de la Unión Europea —un imperio antiimperialista en los términos del politólogo Josep M. Colomer— vinculada con tácticas de conflicto «híbrido» que también se libran en campo español, y por cierto con inusitada dureza. Se podría decir que 2017 ha sido un año de confluencia inesperada entre hispanofobia y eurofobia, hasta el punto de que una es ya difícil de explicar sin la otra. La leyenda negra por antonomasia es ciertamente española, pero la “imperiofobia” es una reacción más amplia que acompaña a los imperios de éxito, según la celebrada tesis de María Elvira Roca Barea. A todo imperio le sigue su leyenda, y esta Unión parece que ya dispone de la propia.