Made in Stalin

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Pablo Iglesias, en el debate de investidura. (EFE)

Pablo Iglesias no permite disidencias ni voces discordantes que puedan poner en solfa su liderazgo al frente de Podemos. Si el contexto o las circunstancias contravienen su tendencia al ordeno y mando habitual, busca los subterfugios que sean necesarios para darle la vuelta a la situación. Precisamente, en eso anda ahora el secretario general de los morados. Cuando sobre el horizonte cercano se vislumbran nuevas eleciones generales, él intenta evitar las primarias del partido alegando que estos nuevos comicios del 26J sólo serían una segunda vuelta de los que tuvieron lugar el pasado 20 de diciembre. Un ejercicio de taimado cinismo, falta de respeto a la inteligencia de sus compañeros y, lo que es peor, desprecio total a la tan cacareada participación de las bases.

La verdadera intención de Iglesias es evitar unas votaciones internas que podrían trastocar su control hegemónico sobre el aparato del partido. El líder podemita fue elegido con el 94% de los votos y pudo poner a sus allegados en los puestos clave de la formación. Tras las distintas crisis autonómicas, la situación ha cambiado y la cabeza visible ha sufrido un desgaste indisimulable. Tanto que donde antes veía democracia ahora sólo aprecia una amenaza para su preponderancia y la de los suyos. Los estatutos aprobados por Podemos en la macroasamblea de Vistalegre de 2014 son claros: está obligado a celebrar primarias para así conformar las listas. Unas votaciones que, además, han de ser «abiertas a toda la ciudadanía».

De persistir en su intención no sólo iría en contra de las normas internas de su partido, también traicionaría el espíritu genuino con el que en teoría nació Podemos. Una filosofía asamblearia que parece totalmente olvidada ya en los lejanos días del 15M. Resulta comprensible, por tanto, que la militancia del partido morado esté enfadada con su líder, inquietos por un más que probable intento de manipulación. No sería la primera vez. Iglesias ha sido expeditivo a la hora de eliminar a todos los errejonistas del partido autonómico de Madrid para seguir con el poder. Mientras el secretario general teoriza con la búsqueda de la «belleza» dentro de Podemos, lo cierto es que dirige la formación con puño de hierro. En ese sentido, sus tics dictatoriales, burócratas y viscerales hacen recordar una dinámica política made in Stalin.

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