Europa y su encrucijada

Europa y su encrucijada

El adiós de Reino Unido a Europa, la de los 28 Estados que pasan a ser 27, todavía no ha impactado, cual torpedo, en nuestra economía. El Brexit es un aviso para navegantes, los europeos, y, sobre todo, para una Europa excesivamente burocratizada, muy abruselada —de Bruselas, se entiende— donde unas clases políticas parecen vivir en su elitista parcela sin apenas contactar con la realidad ni acercarse a ella. Los británicos, tan suyos, han dicho adiós y no se trata, como hemos hecho hasta ahora, de indagar acerca de cómo votaron los mayores, los jóvenes, los viejos lugareños y los animosos chavales. Reino Unido en 2017 abandona a Europa o Europa se queda sin Reino Unido. No sé por dónde tendremos que entrar a partir de ese momento en los aeropuertos ingleses, si por la fila del resto del mundo o tal vez se habilite un carril especial para los europeos que nos quedamos en la tan anhelada Unión Europea.

Sí es evidente que por la Europa continental no tenemos mucho espíritu unionista, a diferencia del patriotismo de los Estados Unidos de Norteamérica. Hay que cuestionarse si tenemos fe en la Europa unida y, en especial, en la Unión Monetaria. Imploramos a ella cuando las cosas van mal dadas, cuando las angustias motivadas por las faltas de los dineros nos invaden y acudimos a ese sanedrín que es Bruselas y a nuestro salvador, Mario Draghi, como sacerdote supremo del Banco Central Europeo, para que nos auxilie financieramente. ¿Firmes convicciones europeístas y de una unión en lo económico, financiero y fiscal, a la vez que presupuestario, o simplemente unos padrinos a quienes acudir en trances delicados?

La propia Europa se complica la vida con el asunto de los impuestos de Apple que, en definitiva, constituyen materia reservada y privativa de Irlanda. Irlanda ha reducido durante los años difíciles por los que ha atravesado su gasto público. Los gobernantes irlandeses anteponen la creación de puestos de trabajo —salidas profesionales para sus universitarios en empleos de calidad que tienen las contraprestaciones adecuadas— los positivos impulsos económicos que conlleva tener domiciliadas en su suelo a las grandes tecnológicas y los efectos financieros de que a través de sus bancos se vehiculicen miles de millones de dólares, con toda la industria financiera que consiguientemente se genera —Dublín puede atraer una gran parte del negocio financiero que hoy se maneja en la City londinense, como consecuencia del Brexit— por delante de la mera y exigente recaudación tributaria. No estaría de más preguntar a los directivos de esas grandes compañías que se localizan en Dublín si únicamente lo hacen por motivos fiscales o también por razones operativas, en un país cuya libertad económica y facilidades para hacer negocios son determinantes.

El Brexit no hace buenos ni malos a los británicos, ni mucho menos. Sirve para hacernos abrir los ojos a los ciudadanos de la Europa continental. A cuestionarnos sobre si realmente sentimos la llamada europea, a interrogarnos acerca de si somos capaces de marcar un rumbo común en las políticas fiscales, a reflexionar acerca de si faltan reformas estructurales imprescindibles cuando las inversiones se frenan y se reduce el potencial de crecimiento… Sin sentimientos auténticamente europeos, que implican ceder, pactar y negociar, Europa se muestra enfermiza, anestesiada tal y como confirman sus tasas de crecimiento económico y vislumbran las previsiones. Europa y su encrucijada…

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