La estúpida fascinación por Orriols

Sílvia Orriols

No entiendo ni entenderé la fascinación que parte del antisanchismo tiene por Sílvia Orriols, ya que ese sentimiento no es mutuo. Al contrario, ella busca erradicar el uso del español en Cataluña, así que cualquier castellanoparlante es su adversario, tanto si vive en Cataluña como si no. Más que nada por si a algún hispanohablante le da por visitar esta comunidad autónoma y se le ocurre hablar en su lengua.

Su partido, Aliança Catalana, presume de que ha denunciado a setecientos comercios en Barcelona por usar el castellano. Ése es el nivel. Vox ha estado rápido y ha denunciado públicamente lo que es evidente: que la formación de Orriols es hispanófoba y un peligro para la buena convivencia entre los catalanes.

A algunos compatriotas antisanchistas que buscan «reventarlo todo» para construir una «España nueva» les fascina la radicalidad dialéctica de Silvia Orriols y la claridad de su mensaje a la hora de denunciar el aumento de la delincuencia por el buenismo de la izquierda y por su permisividad con la inmigración ilegal. Da la sensación de ser una política con convicciones auténticas, que se cree lo que dice y que se jugaría el tipo por sus ideas. El tener cinco hijos con nombres catalanes con aromas medievales engrandece su leyenda. Pero no se engañen: Orriols es la versión menos desagradable de Quim Torra o Marta Ferrusola, pero todos son de la misma pasta.

Es ese supremacismo del nacionalismo catalán de despreciar todo lo que es autóctono y huele a español o extranjero —que para ellos es lo mismo—, pero sin jugarse las cosas de comer. Quim Torra quiso jugar a ser un héroe poniendo una pancarta en el balcón del Palau de la Generalitat, lo que no le llevó a la cárcel ni le impidió que ahora tenga un despacho en un palacete, secretario, chófer y personal de apoyo a costa del contribuyente.

Y Orriols tiene la bandera de España en las dependencias municipales de Ripoll que marca la ley para evitar que la inhabiliten para cargo público —en la actualidad es alcaldesa y diputada en el Parlament—. Una cosa es rajar contra España y otra muy diferente quedarte sin prebendas públicas. En estas lides, los separatistas catalanes son unos maestros.

Pedro Sánchez ha hecho tanto daño a la política nacional que personajes siniestros como Sílvia Orriols se han convertido en seres fascinantes. Las alianzas del PSOE con el separatismo catalán han facilitado que la casta del procés, que ha protagonizado la decadencia económica y social de Cataluña, siga amarrada a sus poltronas o mandando desde las bambalinas. Vemos a los Junqueras, Puigdemont, Colau, Rull, Turull y un largo etcétera de políticos de segunda fila controlando buena parte de los resortes del poder merced a sus pactos de hierro con Sánchez o Illa.

En este contexto, Orriols, que le dice a la casta separatista, sin cortarse un pelo, que son ellos los que han provocado los males de Cataluña, fascina a centenares de miles de catalanes y ya disputa la hegemonía del separatismo a Junts y ERC. Pero ella no es la solución, es la sustitución.

Quiere cambiar a la casta caduca por la suya, que hará lo mismo: mucha virulencia verbal contra España para intentar sangrar al máximo al contribuyente español. Tiene el mismo discurso victimista de «España nos roba, quiere acabar con nuestra lengua y nuestra forma de ser» que el resto del separatismo.

Sólo que ahora lo dice una mujer menuda, separada, con cinco hijos, que lleva un colgante con una cruz y que dice del islam —sin diferenciar entre islamismo radical y el que no lo es— lo que muchos quieren oír. Pero su islamofobia es el velo que tapa lo que realmente es: una hispanófoba de manual que quiere seguir colonizando a España mientras llama colonos a los catalanes que nos sentimos españoles.

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