“Resonancias”: cuando la escultura y la pintura hablan sin decir nada


Madrid tiene, hasta el 31 de octubre, una cita silenciosa pero intensa en la Galería BAT Alberto Cornejo. Allí, en el número 61 de la calle María de Guzmán, se despliega «Resonancias», la decimoctava entrega del programa Diálogos, que esta vez reúne a Manuel Martí Moreno (Valencia, 1979) y Pedro Rodríguez Garrido (Huelva, 1971). No se trata de una exposición al uso. Aquí no hay carteles explicativos que dicten qué ver ni guías que resuman el “mensaje”. Lo que propone esta muestra es más sutil, más lento, más íntimo: invita a detenerse, a mirar sin prisa, a dejar que las obras —unas hechas de metal y resina, otras de pigmento y gesto— vibren en su propia frecuencia y, si hay suerte, encuentren eco en quien las contempla.
Fragmentos que hablan del cuerpo roto
Martí Moreno construye esculturas como quien arma un rompecabezas que nunca termina. Usa tuercas, varillas corrugadas, tela metálica, fibra de vidrio, restos de materiales industriales que, en otras manos, serían desechos. Pero en las suyas se convierten en rostros incompletos, torsos sin extremidades, siluetas que parecen a punto de deshacerse. No busca la perfección del mármol clásico ni la armonía del canon renacentista. Al contrario: su obra parte de la fisura, de la precariedad, de esa condición humana que nunca está del todo armada. Cada pieza es un recordatorio de que somos seres en constante recomposición, hechos de cicatrices, ausencias y ensamblajes provisionales. Y lo hace sin dramatismo, con una sobriedad que duele más que cualquier grito.
Pintura que lleva dentro un mapa emocional
Frente a esas esculturas tensas y metálicas, las pinturas de Rodríguez Garrido ofrecen otra clase de intensidad. Su superficie no es lisa ni tranquila. Está trabajada con capas, rasgaduras, trazos que se superponen y se borran, como si cada cuadro fuera un diario visual en el que se escribiera y se tachara al mismo tiempo. Aunque hoy su lenguaje es abstracto, no ha perdido del todo los ecos del paisaje urbano que pintaba antes. Tampoco ha olvidado su paso por Corea del Sur: en algunos lienzos asoman signos del alfabeto hangul, sutiles como susurros, entrelazados con manchas de color que evocan tanto al expresionismo abstracto como a la caligrafía oriental. El resultado no es una fusión exótica, sino una topografía íntima, donde lo biográfico y lo cultural se entrelazan sin jerarquías. No cuenta historias; las encarna.
Un diálogo que no necesita palabras
Lo más interesante de «Resonancias» no es que un escultor y un pintor compartan sala, sino cómo sus lenguajes —aparentemente distintos— se responden sin imponerse. No hay ilustración ni complemento. Hay fricción. Hay eco. Hay contraste que genera pensamiento. Ambos artistas rechazan la idea de que el arte deba explicarse. Prefieren que se sienta, que se experimente como una presencia física. Por eso, al entrar en la galería, uno no “lee” las obras, sino que las habita. Se camina entre ellas como entre ruinas de algo que fue, o entre sueños que aún no han tomado forma.
Este enfoque responde al espíritu del programa Diálogos, activo desde 2016 en esta galería madrileña: no se trata de yuxtaponer firmas, sino de crear encuentros reales entre poéticas que, aunque distintas, comparten preguntas fundamentales. En este caso, la gran pregunta es: ¿cómo puede el arte, desde su pura materialidad, seguir siendo un medio para tocar lo intangible de la existencia?
Últimos días, última oportunidad
La exposición cierra sus puertas el 31 de octubre de 2025. El horario es generoso: de lunes a jueves, de 10:00 a 14:00 y de 16:30 a 19:30; los viernes, hasta las 19:30 con una pausa más corta; los sábados, solo por la mañana, de 11:00 a 14:00. No es una muestra para recorrer en diez minutos con el móvil en la mano. Requiere tiempo, silencio y, sobre todo, disposición a no entenderlo todo. Porque «Resonancias» no quiere que descifres un código. Quiere que te dejes atravesar. Que, al salir, lleves contigo algo que no sabrás nombrar, pero que sí sabrás que estuvo ahí.
Y eso, en tiempos de ruido constante, es un regalo raro.