El Bernabéu también remontó
Explicarle a un extranjero, entendiendo por forastero a persona lejana a las 80.000 almas que ascendieron al cielo del Bernabéu, lo que pasó en la noche del martes desde las 20:30 hasta las 23 en el feudo blanco, sería un ejercicio imposible, como un examen de física para un periodista. Sonidos guturales, cánticos a la lluvia, gritos de lírica indescriptibles, bufidos de toro tras una ocasión fallida, «¡vamos!» interminables que encontraban siempre un compañero cercano para continuar una sinfonía que cabalgaba por la grada como Cristiano Ronaldo por el campo.
Como el olor del cigarrillo en un despacho, el vaho de una casa abandonada, el calor en una playa gaditana o el ambiente cargado de un oficina en horario vespertino, el Bernabéu desprendía calina ardiente. Esa escaleras que ascienden hacia cualquier vomitorio del Santiago Bernabéu, ese primer vistazo a un coliseo, conocedor de las necesidades del enfermo, bastan para producir el impulso de la retina al cerebro, que a su vez lo transmite al sistema nervioso, y saber que el Real Madrid iba a sentir los decibelios haciendo de combustible en sus músculos.
La esquizofrenia de un público capaz de continuar haciendo sonar la música de viento para Danilo y acto seguido levantar sus bufandas, como una cerveza un viernes por la noche, para hacerla volar al viento cantando la obra maestra anónima del alé Real Madrid ale alé. Los minutos previos con la solemne procesión de Plácido Domingo en megafonía daban paso al himno del siglo XXI firmado por Red One. Una melodía pegadiza, que deja botando un estribillo a capela dominado por el Hala Madrid y nada más, que el Bernabéu sabe poner como nadie en la escuadra.
Saltaron los héroes acompañados por la música celestial de Haendel y todos guardaron esos segundos de respeto y emoción para una melodía que tanta gloria ha dado al estadio y corona blanca. A partir de ahí, todo fue un vómito constante de animaciones descontroladas, coreadas por un público entregado a la causa, que nació en Alemania con un fastidio con ‘j’, y tenía su batalla final en un escenario que se había olvidado de remontar en batallas europeas. Jalearon hasta morir de sobredosis del éxtasis legal.
El Real Madrid responde al Bernabéu
Al principio todo era un concurso de animación para despertar a la bestia blanca. Y en cuanto rugió Cristiano con el primer gol, el estadio dejó atrás los gritos de postureo, que se fabricaban más por necesidad que por creencia. El segundo gol en apenas dos minutos provocó la enajenación de una grada totalmente entregada a sus 11 héroes. La calma apareció fruto de una obligación fisiológica tras 15 minutos de aullidos constantes. Como encontrarle el graduado a un youtuber: lo difícil estaba hecho.
Fue una tregua de mentira, porque en cuanto Marcelo o Cristiano espoleaban a las masas, éstas respondían con el furor de unas fiestas de pueblo. Llegó el descanso a caballo de un atisbo de enfado con el trencilla, y el sentimiento agrio de la ocasión errada por Karim Benzema. Bocadillo, palomitas y una coca-cola rápida para recuperar los kilojulios derrochados con gusto.
Sarna con gusto iba a picar si en la segunda parte no se certificaba la remontada. Al señor de la calefacción se le había olvidado darle al botón y el frío (miedo) empezaba a rascar. El casi gol en propia del Wolfsburgo, el gol fantasma de Ramos, que marchó por la línea de gol con sábanas y cadenas acelerando el corazón de los presentes. El miedo cuando los alemanes subían el balón hacia territorio de Keylor Navas provocaba micro-infartos en varios sectores del Bernabéu. Todos vieron al portero acercarse a Cristiano, atónitos, en una imagen que suele mezclar galería y resultado: «¿Qué le habrá dicho?»
Se abrió la barrera y se abrieron los cielos, depositando el Espíritu Santo sobre Ronaldo, y toda una grada que optó por no sentarse hasta el pitido final. El balón entró en contacto con las redes, pescando a toda la afición, que entró en un microclima cercano al cielo. Encontrar un abrazo desconocido era más fácil que arrimar en una discoteca. El asiento ya quemaba y la noche era de permanecer de pie, como en las remontadas pretéritas cuando el anfiteatro era de piedra. Quejidos eternos, bufidos y soplidos ansiando el pitido final. Recuerdos constantes a la madre de Kassai, hasta que vibró su silbato para que el Bernabéu exhalara su espíritu. Los lloros de la afición del Wolfsburgo se perdieron ante el tumulto local.
Cristiano se convirtió en el caballero blanco, en el guía espiritual de una parroquia más lunática que una evangélica estadounidense. Una mezcla de Raúl, Juanito y Di Stefano se fusionaron en el mejor jugador de la historia del Real Madrid. El espíritu de Cristiano remontó eliminatoria y a afición.
Era el sentir de un niño pequeño que patalea tras un gol en el colegio. Una puñetera locura sin ‘ñe’ ni ‘er’. Era Kate Winslet en la proa del Titanic, abriendo sus brazos al océano; Darth Vader diciéndole a Luke que era su padre; Michael Jackson reunido con Freddy Mercury; Frazier noqueando a Muhammad Ali o Richard Gere ascendiendo por la escaleras de incendio buscando a Julia Roberts. Un reencuentro de dos enamorados castigados por tiempo y distancia. Un cielo en la tierra, llamado Santiago Bernabéu, resucitó el miedo escénico: el teatro de los sueños blanco que había olvidado lo que era remontar en Europa.