Nunca es tarde para Dembélé
El Atlético de Madrid y el Barcelona resolvieron su duelo en la cúspide de la Liga con un empate que pareció satisfacer a ambos durante la mayor parte del duelo, pero que dejó a ambos con muy mal sabor de boca. El Cholo se quedó a dos minutos de sumar su primer triunfo ante los culés en la competición local, mientras que Valverde debe estar preocupado porque su equipo carece de profundidad.
Diego Costa abrió el duelo tras 70 minutos soporíferos. El ariete hispano-brasileño encendió la chispa y cambió el destino del choque, pero se tuvo que ir por una inoportuna lesión con el partido candente. Dembélé, quien había sido el protagonista en las últimas semanas por sus ausencias en los entrenamientos por no descansar lo suficiente, igualó el duelo en los instantes finales tras una nueva genialidad de Messi.
Sin miedo a equivocarnos, Atlético y Barça protagonizaron la primera parte más aburrida de lo que va de temporada en Liga. Un homenaje al fútbol de emboscada, una oda a la intensidad, un regalo para los teóricos del posicionamiento y al mismo tiempo un castigo para los aficionados. La palabra profundidad no existía, los detalles de calidad tampoco. Era más divertido ver a Bart Simpson escribir en la pizarra No volveré a ilusionarme con un duelo Cholo-Valverde que mirar al terreno de juego.
Si después de eso aguantaron por la ilusión de saber quién es el nuevo favorito a ganar el torneo doméstico tras la autodestrucción del Real Madrid se les perdona. Quizá llevados por el miedo, el exceso de respeto o porque hacía bastante rasca en el Metropolitano, los dos equipos se respetaron como una pareja de novios con 14 años. No hubo fútbol, quizá practicaron un deporte diferente que podríamos bautizar como balompié estéril.
Si no se lo creen miren la estadística. Ni una docena de llegadas al área en la primera mitad y el primer tiro a puerta fue en el minuto 43. Y no lo hizo ni Messi ni Griezmann ni ningún jugador ofensivo. Fue Piqué, sí, el hombre que tuvo que contemplar en el coliseo rojiblanco más banderas españolas que en el desfile del Pilar quien hizo intervenir a Ter Stegen. Griezmann centró a la nada –porque no había ningún compañero cerca– y Gerard remate con su cuerpo hacia su propio portería ocasionando el único disparo de la primera mitad entre los tres palos.
Había brotes verdes de sucesos antes del descanso después de un pinchazo de Sergi Roberto que le obligó a ser sustituido y un par de galopadas de Messi, bien cerradas por la defensa del Atlético. Las tablas al descanso eran justas y necesarias ante tan soporífero espectáculo.
La charla de vestuario no cambió el cariz del encuentro, si acaso lo empeoró. El Atlético se sintió libre para dar más cera y el Barça sobaba el balón jugando un rondo eterno sin llegar a inquietar a un Oblak que podía haberse hecho un cocido durante el partido.
El partido se calentó
El encuentro entró en una nueva fase de activación en el minuto 70. Umtiti cayó en la provocación de Diego Costa y Gil Manzano –qué irónico– medió entre ambos saldándose el duelo con doble amarilla. El partido se enfangó y dejó al Barça fuera de su zona de confort. Los locales comenzaron a colgar balones con eficacia al área visitante sabiendo que podrían encontrar premio.
El VAR determinó que una mano de Arturo Vidal en el área cinco minutos después no era voluntaria. La evidencia es que el esférico golpea en la mano del chileno, pero viene precedido de un cabezazo del propio jugador y, por tanto, los colegiados del vídeo decidieron que no había voluntariedad.
Esa acción espoleó a un Metropolitano que se echó encima y llevó en volandas a los suyos hasta que consiguieron su primer córner del encuentro en el minuto 77. Por increíble que parezca sonó la flauta, se dio el Cholismo en su máxima pureza: primer tiro a puerta del Atlético y primer gol. Costa marcaba dos meses después y tras una veintena de partidos de sequía.
El Barça sacrificó el centro del campo y se la jugó a dribladores en busca de romper el bloque de hormigón rojiblanco. Los pupilos del Cholo no se sonrojaron lo más mínimo para defender y parar cualquier escapada rival con una falta expeditiva. Sin embargo, Messi es imparable por ver cosas que el resto no ven. Con toda la defensa culé encima, el argentino se sacó un pase único para dejar mano a mano a Dembélé, quien no perdonó acomodándose el balón en la pierna zurda y anotando raso.
Los minutos finales tuvieron la emoción que faltó durante los 70 primeros. Ningún equipo se quedó satisfecho por lo conseguido. Unos y otros pensaron que debieron haber ganado un premio mayor. El karma se la devolvió por tacaños.