Secuestro heterófobo

Secuestro heterófobo

Después de quedarme atascada en el World Pride Madrid 2017 sé con más certeza que nunca que decir que el lobby LGTBI representa al hombre o a la mujer homosexual es tan cierto como que el feminista prescriptor de sexo anal para los varones encarna la dignidad de la mujer a nivel mundial. Son más bien profesionales capaces de imponer su agenda política y estética en todo partido y colectivo institucional como el noble oficio del mamporrero que logra la cópula de una yegua con diestra habilidad. Estar orgulloso de ser homosexual es tan ridículo como estar orgullosa de estar buena, de llevar californianas o de ser heterosexual.

En este año del Orgullo Gay he visto muchos gais sindicaleros, como también los hay en la modalidad hetero, arrogándose la sexualidad del resto sin pagarles los derechos de copyright. Subido en las berlinas públicas mucho propagandista homófobo con tutú rosa ciscándose en el derecho a la intimidad y la libertad individual de los otros gais a los que vienen a salvar.

¿Ese rollo de la igualdad era convertir a la persona en un muñequito de goma fabricado en cadena por FELGTB como si fuera un cachas de Matel? ¿Una especie de Geyperman embalado en una cajita Queer, Inter o Pansexual con el botoncito de la LGTBIFobia junto al botoncito de Encender/Apagar?:

“Hola, me llamo Jimmy y soy un soldado de la Diversidad. Y tú eres un LGTBIfobo. Sólo queremos amar, amar, amar…ta, ta, ta”.

Y huyes de esa falacia victimista que te ha atascado en La Castellana y que asume que cada español es un peligro potencial. Rollo soldado anti homosexual latente en un cuerpo de persona normal. Intentas seguir con su vida y huyes por Cedaceros. Corres en dirección contraria y te tropiezas con un bus rojo. Avanza hacia ti inconmensurable con el hashtag “Basta de #LGTBIFOBIA”. Joder, antes era sólo homófoba. Ahora estoy tan enferma que odio algo que no tengo ni puñetera idea de pronunciar. Perdida y desorientada encuentro a un agente de tráfico para que me saque de aquella congestión hiperhormonal, pero el tipo ha colgado en el coche un cartelito que dice “Unidad de la gestión de la Diversidad”. Llamo a mi amigo Manuel, que es homosexual, o medio, aunque de los de tercera regional porque dice que le importa un huevo la bandera y el colectivo en general. Manuel es uno de esos amigos gays que todo homófobo tiene para disimular y poder salir vivo de un LGTBIDebate, aunque al porfiado de turno le suele saltar la alarma: “Ya está el homófobo de las narices que dice que tiene un amigo gay pero que en realidad canta el Cara al Sol en su asueto tras la misa dominical”:

“¿Tío, al no ser lesbiana y de vagina multidisplinar pertenezco a la masa que el oficial tiene la misión de rescatar? “

“¡Cris, sal corriendo y busca a algún policía nacional!”

Avanzo a codazos hasta el edificio de Bellas Artes. Es mi día de suerte. Veo a cuatro agentes con el bíceps de The Rock, aquel buenorro de series de acción protagonizadas por Dwayne Johnson. Van en una carroza que reza LGTBIPOL. Qué portentos… Me acerco. Son dos él y dos ellas con otro slogan colgando de la placa: “Lo mismo poso que te esposo”. Joder, estoy servida y soy hetero, así que no me interesa ni una cosa ni la otra. Me alejo, aunque esta vez contenta porque si cada movida o problema social va a tener a su propia policía cada uno podremos tener nuestro propio escolta todos los días: ¿ObesoPol para los gordos insultados y apaleados? ¿Prostipol para cada meretriz o chica de la vida? ¿Familypol para los padres perseguidos para escolarizar a sus hijos en las Ikastolas nacionalistas en las que algunos han convertido la educación?

Finalmente escapo de la posibilidad de mi existencia lesbiana aunque resulte excitante la ruptura del mundo obligatorio. No porque sea LGTBIfoba, sino porque a mí me gusta más otro. Me vuelvo a mi vida hetero. El activismo de la oligarquía homosexual me ha dejado exhausta. Vaya secuestro heterófobo.

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