Sánchez, Iglesias y la conferencia de Bandung
Mucho se ha hablado esta semana de los efectos catastróficos que tendría para la economía, para la educación, para la convivencia y para la resolución de problemas entre españoles si el acuerdo de gobierno entre Sánchez e Iglesias sale adelante. Pero menos se ha hablado de las consecuencias que, precisamente, dicho acuerdo tendría para la imagen internacional de España, nuestra reputación y prestigio. Este jueves le pedía Pablo Iglesias a su militancia una aparente “generosidad” para renunciar a eslóganes que ha esparcido tradicionalmente en sus discursos mitineros. Sin embargo, cuesta creer como que en el ámbito internacional Iglesias esté dispuesto a renunciar a sus filiaciones internacionales, porque supone renunciar a su ideología, a cambio de dotar de estabilidad al gobierno.
Un acuerdo con Podemos para gobernar España tiene consecuencias más graves que el “no” a la OTAN de hace 35 años y que el propio Felipe González terminó por desdecirse. En política exterior, Sánchez e Iglesias están a las antípodas. Mientras que el primero ha defendido la legitimidad de Juan Guaidó para ser el presidente de los venezolanos, al igual que la gran mayoría de países occidentales, Pablo Iglesias no sólo no reconoce a Guaidó, sino que además lo ha calificado de “golpista” auspiciado por los EE.UU. ¿Va a estar dispuesto Sánchez a cambiar la política de defensa de los derechos humanos en Venezuela con el fin de alimentar el apetito de poder de Iglesias y el suyo propio? Ni es racional, ni es razonable.
Lo mismo puede decirse de la posición que ambos políticos tienen de Europa. El líder socialista, fiel representante del ‘globalismo’, poco tiene que ver con las ideas que otrora decía, pero ahora calla, Iglesias. Si hace un año el dirigente podemita hablaba de la necesidad de recuperar más soberanía por parte de los estados europeos, Sánchez siempre ha postulado para satisfacción de las elites globalistas y de los lobbies instalados en Berlín o Bruselas la cesión de más poder a las autoridades comunitarias. Esa es una de las razones que explican el afecto que al líder de los socialistas le prodigan personajes como Soros, su hijo y su ejército de cortesanos globalistas. Para ellos, movimientos como Podemos y otras organizaciones de extrema izquierda son útiles porque son fáciles de movilizar, echarlos a la calle, montar alboroto, desestabilizar, asustar a la derecha tradicional y regresara su casa. Pero el voto que les interesa es el que se dirige al PSOE porque es el que les va a permitir campar a sus anchas en España y fuera de ella.
Ni que decir de las relaciones con los EE.UU. Un gobierno que tenga como tándem a Sánchez e Iglesias equivale a exponer a España a un riesgo innecesario que sólo contribuirá al deterioro de las relaciones con un país que sigue siendo aliado y, además, la primera potencia. Cada país es libre de elegir a sus compañeros de viajes en la arena internacional, pero no puede darle la vuelta como un calcetín a su política exterior porque eso es algo que está escrito en el ADN de nuestra esencia. Pedro Sánchez debería ser consciente de lo que supone para la “Marca España”, para la reputación de nuestro país y nuestra proyección internacional aupar a la extrema izquierda al frente de la dirección política nacional. En 1955 se celebró la Conferencia de Bandung que puso la simiente del Movimiento de los Países No Alineados que tienen en la actualidad al dictador Nicolás Maduro como presidente. He ahí uno de los dilemas que tiene ante sí Sánchez. Elegir a compañeros de viaje que lleven su gobierno hacia la ignominia en la comunidad internacional, o buscar la senda de la estabilidad, de la confianza y de la certidumbre.