Política para mujeres sumisas
Empoderamiento, igualdad, cremallera, techo de cristal, miembras, cuotas, discriminación positiva, visibilización… Histéricas, locas, incultas, zorras, trepas, inútiles…. Conciliación, esfuerzo, silencio, invisibilidad, injusticia, multitarea, culpabilidad, excelencia, autoevaluación, perfección, imagen, victimización… El discurso que se escupe como un aspersor está ya asimilado en la jerga política. Da gusto escuchar a tanto «macho» sentar cátedra con frases como «es el momento de las mujeres», hablar de «las compañeras, nuestra otra mitad de la sociedad….». Queda muy bonito en los discursos, salvo cuando empieza a dar nauseas por incoherente, por falso y por mensaje manipulado y manipulador. Las mujeres en política debemos demostrar nuestra formación, nuestra valía de una manera constante, pidiendo permiso y perdón por tener ideas propias; prestando atención para no caer en la trampa del tutelaje paternalista de los sabios que siempre nos dirán los pasos a dar para que todo nos vaya bien. Somos interesantes si reivindicamos y pensamos, pero sin pasarnos; porque enseguida comenzaremos a ser las locas histéricas que montan espectáculos cuando nos comportamos de manera vehemente y libre. Somos esas trepas, zorras, inútiles e indocumentadas cuando damos un golpe en la mesa.
En política no somos las que han de conciliar, las que aguantan reuniones interminables cuando su cabeza está ya pensando en todo lo que nos queda por hacer al llegar a casa —porque al llegar a casa seguimos trabajando—; no solemos estar en esas copas aderezadas con volquetes de sexo en las que se toman las verdaderas decisiones cuando la reunión termina. Y, normalmente, las madres no estamos porque cuando lo hacemos, un sentimiento de culpa cae sobre nuestros hombros. Alguna lumbreras piensa que esto se soluciona llevándonos a los niños al trabajo. Yo prefiero que el trabajo tenga en cuenta que quiero pasar tiempo con mis hijos y adecue los horarios a lo que más me importa en la vida. Tensar la cuerda hasta límites absurdos, pretender hacer normal un esfuerzo que cada día nos pesa más está creando una sociedad enferma. Ser mujer, ser madre orgullosa, apasionada por la política, por el periodismo, y sin intención de renunciar a lo más importante en mi vida —la crianza de mis hijos— hace prácticamente imposible la combinación. Y tenemos que aguantar que algunas feministas nos tilden de retrógradas por entender la maternidad como algo principal. Ampliar espacios, reducir horarios, compartir responsabilidades y poner fin a las prácticas que perpetúan los roles de un sometimiento imbécil a un sistema descarnado e inhumano sigue pendiente. Un grito para reclamar una vida donde lo importante tenga espacio para ser vivido y disfrutado sin dolor, sin culpa ni renuncias.
Maldito momento en el que algunas creyeron que para ser mujeres fuertes y libres había que ser tan competitivas como los hombres, tan agresivas en el trabajo, tan excelentes como el que más, tan perfectas como madres todopoderosas, tan explosivas como modelos de pasarela, tan sometidas en definitiva a un ritmo inhumano que termina dejándonos exhaustas y haciéndonos sentir incompletas. No se trata, desde mi punto de vista, de introducirnos en el sistema existente y aportar un poquito de nuestra visión del mundo. Se trata de entender el mundo desde la perspectiva global donde las mujeres deben caminar sin pedir permiso ni perdón. Ardua tarea cuando los hombres siguen esperando de nosotras en la mayor parte del mundo que seamos sus madres, sus cuidadoras, sus putas, sus secretarias.
Es evidente que el panorama que tenemos parece ir en sentido contrario al deseado y justo. Muchas de las mujeres que tienen actualmente algún papel relevante en política desarrollan su responsabilidad gracias al permiso o favor que los jefes, esos todopoderosos líderes que hablan en nuestro nombre, feministas de discurso, les conceden. Aguantan con lo que hay pensando que con el hecho de estar ya nos abren camino. Y el problema es el precio que se paga por estar sin que nada cambie, pues parecen no querer darse cuenta de que están perpetuando un rol que solamente carga más peso a nuestras espaldas. Pedir disculpas por comentarios y actitudes totalmente denigrantes no es suficiente. Las mujeres deberíamos ser contundentes: no apoyar de ninguna manera a quienes nos invisibilizan, nos insultan y nos camelan con condescendencia desde púlpitos; tampoco a esas que como fieles siervas ocupan lugares reservados para meras comparsas.