¿Y si reformamos la Ley Electoral?
Recientemente, Podemos y Ciudadanos han iniciado supuestas conversaciones para tratar de reformar la ley electoral. A falta de una iniciativa concreta que efectivamente se debata y se vote en el Congreso de los Diputados y obligue al resto de partidos políticos a posicionarse, la iniciativa es esperanzadora, toda vez que la reforma de la ley electoral es uno de los asuntos sobre los que más se debate desde que UPYD entró en el Congreso allá por 2008 y la reivindicó… y sobre el que nunca se terminan de dar pasos concretos. O bien no ha habido voluntad política o, cuando la habido, bien el PP bien el PSOE han frenado o enfriado cualquier tipo de reforma por aquello de que no hay consenso suficiente, más allá de que realmente quieran decir “a mí no me interesa”. Si por ellos fuera, todavía andábamos en carruajes. Yo sí creo que hay que reformar la Ley Electoral para mejorar la democracia y facilitar la participación de los ciudadanos. Que no haya consenso es un acicate más que un freno, pues se trata de movilizar a los inmovilistas y convencer a los dubitativos.
En mi opinión, son varias las cuestiones a reformar: para garantizar la igualdad del voto y ganar en proporcionalidad defiendo la circunscripción electoral única, para lo cual, efectivamente, es necesaria la correspondiente modificación de la Constitución Española. No puede ser que partidos con un millón de votos obtengan 5 diputados y otros con la mitad obtengan el doble. Espero que los que defienden modificar la Carta Magna para acomodar a los nacionalistas comprendan que es mucho mejor reformarla por el bien de todos y, en este caso, para garantizar que el voto de cada ciudadano tenga el mismo valor independientemente del lugar desde el que se emita. Además, para disminuir al menos el peso de la partitocracia que soportamos, defiendo la introducción de las listas abiertas, de modo que cada uno de los votantes podamos elegir a la persona concreta que queremos nos represente, milite en un partido, en otro o en ninguno.
En relación a la tan mediática limitación de mandatos, más que regularla por ley que sea obligatoria para todos los partidos —cosa que creo, en todo caso, debería al menos estudiarse—, la entiendo más bien como posición filosófica y actitud ante los asuntos públicos: se trata, en definitiva, de evitar el apoltronamiento de los cargos públicos, de modo que comprendan que uno puede dedicarse unos años al desarrollo profesional de la política… pero que no tiene por qué ser siempre para toda la vida. Además, debe impedirse que haya concejales o alcaldes que simultaneen sus cargos con el cargo de diputado autonómico o parlamentario nacional, dado que es mejor tratar de hacer bien una tarea que no hacer bien ninguna de las que supuestamente simultanea. En el Parlamento Vasco oí decir al representante socialista, al defender un servidor la incompatibilidad de ocupar más de un cargo público, que tal cosa se incorporaría al comportamiento interno de los socialistas: sobra decir que ni siquiera sonó a promesa sino que fue desde el inicio una soberana mentira. Hay más cosas: los imputados por corrupción política o los huidos por la Justicia, como Puigdemont entre otros, no deberían poder ser candidatos a nada, por mucho que hubiera mucha gente dispuesta a votarles. Es simplemente decencia, esa actitud tan necesaria.
Por lo demás, habría que proceder a suprimir esas barreras de entrada que las organizaciones que ya están dentro utilizan para impedir que nadie más entre y les haga competencia: desde la obtención de un mínimo porcentaje de votos para lograr tener al menos ciertas opciones de lograr representación electoral hasta la obligatoria recogida de firmas para tratar de hacer imposible el surgimiento de partidos nuevos. Además, habría que reducir el número de firmas necesarias para poder presentar una Iniciativa Legislativa Popular y abrir las puertas del Congreso de los Diputados a la ciudadanía… facilitando su participación política. Porque el Congreso de los Diputados es de todos y no solo de los que están dentro. Es probable que ninguna de todas estas medidas por sí sola sea la varita mágica que sirva para regenerar del todo nuestra muy mejorable democracia… pero creo sin duda que, impulsando la mayoría de ellas, podríamos tener una democracia más sana y mejores representantes en nuestras instituciones democráticas. Luego los ciudadanos debemos observar, votar y acertar. Pero ese es otro cantar.