Putin y Trump: dos hombres y un destino
La última conferencia en Helsinki entre los dos mandatarios más poderosos del planeta, Putin y Trump, ha desencadenado nuevamente una ola de indignación entre las falsas e impostadas élites políticas de Europa. Ambos dignatarios han recibido los dardos de una clase gobernante que rezuma ese odio indisimulado cuando alguien osa sacarles los colores. Putin representa la imagen del líder nacional, políticamente incorrecto e incómodo. Trump rompió los moldes oxidados del viejo “establishment” y de la burocracia tradicional, en cuyo espejo todavía hoy se mira Europa. Y en medio una inerme Europa. Que no se equivoquen algunos. Putin y Trump no humillan a Europa. No hace falta, Europa se humilla sola.
Vladimir Putin, el “último Zar” arrasó en las elecciones con cerca del 80 % de los votos. Porcentaje envidiado por los bien pagados políticos europeos. Semejante e indiscutible victoria se produjo por la inalterable idea de un pueblo que no quiere desaparecer, una mentalidad colectiva que les ha permitido resistir y vencer a los enemigos más poderosos. La sociedad rusa ve en Putin la representación del amor a la patria sin complejos porque, no nos engañemos, Putin tiene hoy una Rusia unida que se siente orgullosa de sus logros. Frente a una Europa que desconoce su identidad unida solo en sus recónditas mercaderías. El “último Zar” no se rinde a los lobbies mundialistas ni a sus adulterados intereses. El éxito frente a la decadencia. Mientras hoy, los rusos viven mucho mejor que sus padres, esta Europa suicida sabe que nuestros hijos vivirán peor que nosotros y que serán esclavos de un falso multiculturalismo y una fraudulenta globalización.
Y de su mano, la figura de Donald Trump. Con un odio indisimulable hacia quien no es progre, únicamente por ser el americano triunfador en todo lo que se ha propuesto y que derrotó no solo a adversarios políticos, sino a todos los medios de comunicación de su país y del resto del mundo. A diferencia de la gris estirpe de dirigentes europeos, Trump dice lo que muchos callan, sin importarle poner a su nación como primera prioridad. A diferencia de la alcurnia de dirigentes europeos, nos encontramos ante un líder que cumple lo que prometió a los votantes.
Y en medio, Europa. Las grandes corporaciones financieras, los tenderos de la pancarta, los ilustrados aleccionadores de democracia, los mendicantes de subvenciones y esa intocable intelectualidad progre entregados en cuerpo y alma a destruir a los dos grandes. Y semejante complejo solo muestra un futuro de desmembramiento de una Europa que solo lo es por ser historia, por sus naciones, por el cristianismo y sus valores.
No son de izquierdas. Que gran pecado. Lo lógico sería pensar que los líderes de Estados Unidos y Rusia se hayan reunido y hayan intercambiado buenas relaciones debería ser un elemento de tranquilidad para el mundo. Pero no son de izquierdas y por ello, la mácula de desprecio y humillación por parte de la progresía les perseguirá hagan lo que hagan. Putin y Trump jamás tendrán un Premio Nobel. Jamás serán ensalzados hasta el paroxismo por la mentecata progresía, pero tampoco por la pusilánime pseudo derecha. No les hace falta. Cuentan con el apoyo y viga de aquella sociedad que no quiere diluirse entre la nada pues su conciencia e historia real sobresalieron siempre en la vanguardia. Y Europa, esta Europa de los mercaderes sigue fiel a su complejo, inoculado por élites interesadas que reman en sentido contrario a las demandas de sus ciudadanos.
Como dijo el gran Arturo Pérez-Reverte: “Sócrates y Séneca se suicidaron por inteligencia, y la Europa que ellos iluminaron se suicida por estupidez”.