Puchi suena a sonajero
Puchi flipa a tope en la chabola de Waterloo. Su status de nuevo rico errante le embriaga. En el municipio valón se codea con usureros y cracks del Anderlecht. Pero para ser un catalufo 100% feliz, le falta “el yate y les putes”. Y comprarse, pues anda zumbao, una parcela en la luna. Apátrida, prófugo, gitano con frac o lo que sea, practica la mística del absurdo mientras engulle tapas en un bar español, casualmente. Dos millones de fans provincianos, catetos cum laude, le siguen riendo las gracias al amo del circo, aunque el lunático pasa muchísimo de ellos, que para fanático se basta él solo.
En su alcoba de plebeyo millonario, baraja las teorías de Lluís Maria Xirinacs y Alexandre Deulofeu, eruditos catalanes que aportaron al saber el concepto de la desobediencia no violenta y la matemática de la historia, augurando que Cataluña alcanzaría la independencia en el año 2029. Puchi ya puede barajar sus conclusiones, que la fecha se le escapa de las manos. El expresident será expresident hasta que los gusanos lo trasformen en materia orgánica. El alquiler de Waterloo vencerá bastante antes que sus ínfulas.
Muerto el perro se acabó la rabia (se admiten vítores). Un soplapitos menos. He aquí una escueta biografía de la fregona Puigdemont: empezó de pastelero y acabó sumergiendo a Cataluña en una crisis económica tan profunda que tardará varios lustros en salir a flote. Desde chico alimentó sus locas veleidades. Las estafas ideológicas le privan, así como las filfas y sandeces le ponen. Huyó a Waterloo a cumplir su sueño de ser amortajado con una réplica del uniforme de gala del Emperador francés, a quien pretende emular en su mayor fracaso. Ya digo, Puchi suena a sonajero.
El fanatismo es la penitencia que la historia impone a las regiones desquiciadas. Lo cual resulta tremendamente injusto y terriblemente desalentador para esa mayoría de habitantes del mismo territorio que están en sus cabales.
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