La CUP jubila a Mas

Artur Mas
Artur Mas. (Foto: AFP)

La CUP rechaza la investidura de Mas y anticipa nuevas elecciones así como la jubilación de quien, en su delirio independentista, llegó a sentirse como una especie de Moisés del pueblo catalán. No obstante, y tras lo visto en los últimos meses, el viaje de Artur no era hacia la tierra prometida, sino más bien una deriva a ningún lugar. Cataluña es en la actualidad una de las comunidades autónomas con más dificultades para financiarse y subsiste gracias a la caridad de España. Sobre ella se cierne, tras esta negativa, un incierto futuro condicionado por diversos factores. De un lado, los independentistas no tienen capacidad ni para entenderse entre ellos. Del otro, las nuevas elecciones autonómicas, que podrían celebrarse en marzo, sólo ahondarán en la incertidumbre y la inestabilidad política de una comunidad que ha estado demasiado tiempo secuestrada por la sinrazón secesionista y que ha sufrido una última semana especialmente dura para su imagen de cara al exterior. Al suspense sobre la decisión final del Consejo Político de la CUP, hay que sumar las peleas y discordancias dentro de la propia formación. Incluso, su antiguo cabeza de lista por Barcelona, Xavier Monge, calificó el proceso independentista “como el mayor fraude de la política catalana”, amén de los ya célebres ayunos para apoyar a Junts pel Sí y demás folclore de diabólico recorrido.

Tras la torrentada de hace una semana con el empate entre partidarios y detractores de la investidura, los cuperos han preferido nuevos comicios antes que investir a un hombre que es un cadáver político desde hace tiempo. De esta manera, Artur Mas confirma su segundo fracaso en menos de cuatro meses. La primera derrota vino el pasado 27 de septiembre, cuando planteó las elecciones autonómicas como un plebiscito secesionista que rechazó más de la mitad de la sociedad catalana. Ahora, inaugura 2016 con otro ridículo y lleva la gobernabilidad de la región hasta un callejón sin salida. De hecho, la renuncia a su investidura por parte de la CUP tiene algo muy español en su resultado: la fragmentación total. Tanto es así que esta decisión podría suponer un cisma muy profundo dentro del partido de Antonio Baños ya que algunos entienden que es una ocasión perdida para conseguir poner en marcha el proceso independentista. Más, si cabe, dado el contexto estatal, sin visos inmediatos de un Gobierno estable.

Resulta evidente que estamos ante un frenazo en seco para las aspiraciones de los golpista. Incluso definitivo en el caso de Mas, quien queda muy tocado en sus ínfulas de líder y ‘padre de la patria catalana’. Finalmente ha pesado como el plomo su pasado más que reciente como delfín del clan Puyol, la familia —en el sentido más coppoliano de la palabra— que ha movido los hilos en Cataluña hasta hacer del independentismo la actividad ilícita más rentable al otro lado del Ebro y una de las más delictivas de toda Europa. Nadie en la Candidatura d’Unitat Popular abandonará la idea de Cataluña como un país independiente ni tampoco el tan manoseado, falso e ilegal “derecho a decidir”, pero es innegable que este “no” a Mas es también un “no” a la corrupción y el latrocinio con sede en Andorra. Un “no”, en definitiva, a una manera de hacer política que, a base de estelada y mitología fatua, ha llevado tanto a los catalanes como a Cataluña a la más absoluta de las miserias, pasando de ser la potencia industrial de España a una simple comunidad dependiente de las arcas públicas.

La decisión final de la formación dirigida por Baños debilita la posición de Junts pel Sí aún más de lo que estaba y, especialmente, la de un Artur Mas que no se ha cansado de hacer trampas durante todo este dislate. Primero, escondiendo su desastrosa gestión económica tras el endémico victimismo provinciano que señala al Gobierno central como causante de todos los males; después, agazapándose detrás de un cero a la izquierda en política como es Raúl Romeva y, por último, echándose a los brazos de sus antípodas ideológicas con tal de que alguien le diera el apoyo necesario para continuar sentado en la poltrona de la Ciutat Vella de Barcelona. La negativa de la CUP es un zapatazo a las aspiraciones de este mal tahúr al que ya no le quedan cartas marcadas bajo la manga. El turno vuelve a ser de los catalanes que, salvo sorpresa mayúscula, tendrán las urnas sobre las mesas de los colegios electorales en un plazo de dos meses. Otra oportunidad para hacer de la unidad de España el motor que impulse la sociedad y la cultura específica que Cataluña posee como autonomía. Al menos, esta vez, los ciudadanos irán a votar con conocimiento de causa al respecto de lo que les puede pasar si yerran el tiro de nuevo. Cataluña, sin duda, necesita jubilar definitivamente a Artur Mas para así alejarse lo antes posible del total y absoluto esperpento que coloniza su día a día.

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