Junqueras no puede ir al cielo
¿Cómo puede hacerlo alguien que trae a Otegi a su campaña electoral? Circula un meme por las redes donde se ven imágenes de niños y de mujeres y hombres adultos. Se disculpan por no haber podido acudir al mitin de ERC porque murieron en Hipercor a manos del grupo criminal del invitado de Junqueras.
Junqueras se tiene por un ferviente católico. Por desgracia ya sabemos cómo se las ha gastado una parte importante del clero y de los fieles de esta confesión durante los “años de plomo”, aquellos cuando ETA mataba gente cada día. Al final, a ellos mismos y a otros ciudadanos “comprensivos” con la banda tanta sangre les saturó un poquillo. Ya nos les resbalaba tanto. Y ahora los años no son de “plomo” sino de “basura”. Porquería hipócrita de los que abominan del crimen por motivos estéticos, que no empáticos. Pues su afán por arrebatar los derechos de sus conciudadanos por medio de la violencia política sigue tan fuerte como siempre. Y su falta de empatía totalmente imperturbable.
¿Qué tendrán los curillas de ERC para ser tan insensibles? En mi próximo libro (perdonen esta auto cita del “mercado de futuros”), que aparecerá en un mes o dos, relato una anécdota que me dio la dimensión exacta de que esos dos mundos, el del constitucionalista y el del nacionalista, se sitúan a distancia sideral en cuanto a ética y a la moral más elemental. Estaba organizando un acto para conmemorar los 30 años de la matanza de Hipercor en el Parlamento Europeo y se me ocurrió invitar a los eurodiputados Jordi Solé y Josep Maria Terricabras, ambos separatistas, este último de ERC. Estábamos en la segunda semana de junio del 2017. Aproveché que esperábamos el avión que nos llevaba de regreso a España después de nuestra semana en Estrasburgo. El motivo para hacerlo fue cierto estado de ánimo optimista y soñador (ni siquiera puedo excusarme por el uso de algún medicamento inadecuado) que me impulsó a imaginar que si se les insistía a los independentistas en las terribles consecuencias del nacionalismo podrían llegar a comprender el peligro de seguir en la senda de la organización del referéndum para el 1-O que estaban planeando. El Parlamento Europeo es, hasta cierto punto, una burbuja donde diputados de diversa procedencia e ideología tienen ocasión de compartir momentos de la vida cotidiana, como la larga espera en la cola de embarque. ¿Quién dice que este acercamiento humano, que permitiría el intercambio de puntos de vista radicalmente distintos (nadie lo hace) y la posibilidad de ponerse en la piel de otro no pudiera ser el germen de una duda, la vibración de un diapasón empático que atempera decisiones radicales y temerarias?
Me dirán que lo mío fue una absurda arcada de “bullshit”, y tendrán razón. Porque les digo: el lunes tenemos un acto sobre los treinta años de Hipercor, ¿queréis asistir? Y ambos se quedan en blanco. Sobre todo, Terricabras, que me escudriña intrigado y totalmente en la higuera. Son unos segundos que se hacen eternos donde la película de nuestros mundos paralelos discurre veloz ante nuestros ojos como dicen que les ocurre a los moribundos a las puertas de la muerte.
Ah, ah, pensaba que decías treinta años desde que se inauguró Hipercor, dice el de ERC, aliviado. Se refería al supermercado, claro.
Son curas de otro planeta. Uno de “los nuestros”, creyente o no, siempre hubiera sabido qué significa “lo de Hipercor”. Las posibilidades de que a un constitucionalista se le ocurriera que iba a celebrar en el Parlamento el aniversario de la creación de un supermercado de este nombre son próximas a cero. ¡Ni siquiera formaba parte yo de la Comisión de Mercado! De verdad, da grima pensar que existe un dios que pueda tragar tanta indignidad y abrirle las “puertas de la gloria” a individuos tan miserables y faltos de compasión. Es imposible que exista un más allá y que el delincuente al que han dejado pasearse por Cataluña con un asesino que se exhibe sin remordimientos no haya visto el rostro de Susana y Sonia Cabrerizo o de Silvia y Jordi Vicente en sus pesadillas. Por mencionar sólo niños.