Explorar vías de diálogo

Explorar vías de diálogo

El pasado martes, el presidente de la Generalidad, el “honorable” pero igualmente miserable Puigdemont presentó la ‘Ley Suprema’ que pretende sustituir la única legalidad, la española, por una farsa y un delito. Según indicó en el teatro de la presentación, menudo teatro, el texto ilegal prevalecerá jerárquicamente sobre todas aquellas normas que puedan entrar en colisión y, en caso de triunfar el “sí”, el proceso de “desconexión”, es decir, la secesión, se llevará a efecto en dos días. Tamaña ilegalidad y acto delincuencial no entrará en vigor hasta finales de agosto para tratar de esquivar a los tribunales. Un nuevo desafío que surge como casi todos los realizados hasta la fecha desde la ignorancia y la ignominia, desde la ineptitud y la cobardía.

No es lo más grave el acto del martes. Es uno más donde esperemos que el Estado y la ley sepan atajar de manera radical y tajante. Tan grave como semejante comedia bufa es la reacción de determinados sectores políticos y mediáticos que apelan a “explorar vías de diálogo”. Muchos de ellos mantuvieron tal argumentación durante la lucha del Estado contra ETA. Pero no es posible. No debe permitirse ni una afrenta más. ¿Qué vías de dialogo se pueden tener con quien incumple de forma flagrante la ley? ¿Qué vías de negociación se pueden abrir con quien pretenden destruir una nación de más de 600 años con argumentos falaces, embusteros y arteros?.

Desde la aprobación de la Constitución, los nacionalistas catalanes han obtenido del Estado al que pertenecen todo lo que han pedido a diferencia de otras comunidades que han soportado de manera honrosa los caprichos de unos pocos. Tuvieron un Estatut en 1932, pero mediante el chantaje, su medio predilecto, quisieron más competencias en materia educativa. 45 años después obtuvieron uno especialmente privilegiado, otorgado por políticos de poca altura de miras y en pro de una estabilidad que a la larga nos ha llevado a una indudable quiebra social. Su voracidad ha sido imparable. En cada momento han terminado un plato reclamando al camarero otro más caro. No se han saciado jamás. Y dicha voracidad ha sido alimentada por políticos insensatos e imprudentes, como Zapatero, que prometieron lo que se sabía imposible de dar. La única realidad es que Cataluña es hoy la comunidad autónoma que tiene el mayor número de competencias transferidas y la “región” del mundo con mayores cotas de autogobierno. Pero la voracidad continúa.

Llegados a este punto y si bien se debería haber hecho antes, el Estado debe hacer cumplir la ley. Solo la ley, pero toda la ley. Con todas sus consecuencias. No caben miedos ni pusilánimes prudencias. Con desleales que se saltan la norma de forma chulesca, con quienes ponen en riesgo la paz social y la convivencia entre españoles ni se puede ni se debe negociar. Con quien se salta la legalidad y amenaza la paz y la convivencia, no se puede negociar. O quizá sí. Dialoguemos con tan indecente minoría. Renuncien a la independencia. Acepten renegociar su financiación y competencias transferidas al nivel del resto de las Comunidades Autónomas. Cumplan la Constitución y el resto de las normas del Estado al que pertenecen, especialmente las referidas a la educación y presencia del Estado en la comunidad. Con dichas premisas, que es únicamente cumplir la ley, procedamos a “explorar vías de diálogo”.

No habrá referéndum el 1 de octubre. Los actores que participaron en la comedia del pasado martes son unos cobardes. Pero estos irresponsables habrán fragmentado la sociedad con consecuencias irreparables en muchos años, quizá generaciones. Y junto a ellos, los voceros de siempre que todavía apelan a explorar las vías de un diálogo que ya no tiene argumento. Como dijo Erich Fromm, escritor y psicólogo alemán: “Fortaleza es la capacidad de decir no cuando el mundo querría oír un sí».

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