Españoles: no me gustáis nada
Es tan curioso como descorazonador. Resulta que, por lo que parece, la izquierda tiene todo el derecho del mundo a cambiar calles de nombre, derribar monumentos o pintarrajear estatuas. ¿Ejemplos?, miles; aquí, en España y fuera de aquí, ahora, sobre todo en Iberoamérica, antes llamada Hispanoamérica. Así se ha referido a ella la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y le ha caído la del pulpo: desde fascista, claro está, a directamente genocida. En la capital de España se desmontó hace años a Franco de su caballo y también en Santander de igual guisa, y los franquistas no rechistaron, es más, fue el centro derecha el autor de la operación. Aquí existen iconoclastas de derechas y de izquierdas. Los primeros son herederos, cómplices de las fechorías del autócrata general, tengan la edad que tengan. Los segundos han parido dos memorias: las de Zapatero, que se inventó un abuelo-héroe cuando solo fue un abuelo-agente doble de rojos y nacionales, y las de ahora, las del dúo Sánchez-Iglesias, que quieren borrar los crímenes de ETA y festejar los de los comunistas de Paracuellos. Con este guión, ya hay constituida una cuadrilla de barreneros dispuestos a derruir cualquier recuerdo que no sea suyo. Y digo: es curioso; ya se han alzado voces compungidas en los medios de la derecha de siempre condenando que el golpista criminal Largo Caballero deje de estar erguido como un prohombre en el Paseo de la Castellana. “¡Que no pinten de ‘colorao’ su monumento, nosotros no somos como ellos!”.
En nuestro mercado actual, se pueden vender los peores atuendos de los más crueles asesinos “rojos” de nuestra horrenda Guerra Civil pero, eso sí, ¡ay de quién compre el retrato de José Antonio Primo de Rivera! Ese en poco tiempos dará con sus huesos en la Cárcel de Valdemoro; no es broma, ya se está legislando sobre eso. Sin que nadie le cubra, sin que nadie le defienda. Y lo de las estatuas, fíjense: estatuas buenas la del hijo de FRAP, malas, las de los nietos de los nacionales que, más o menos, combatieron con Franco porque, como dejó escrito Ricardo de la Cierva: “Cado uno hizo la guerra donde le tocó”. Así estamos. La izquierda, sobre todo la leninista de estos compinches de Maduro y hasta del asesino Ché Guevara al que ahora saluda como emoción Iglesias, santifica a individuos tan repulsivos como éste, y condenan a todo el que se le opone. Mientras, claro, la derecha calla o sólo musita, no vaya a ser que, por albergarse patrióticamente bajo la distinción de “español”, se le tilde de fascista. Ser patriota aquí ya es un pecado. Entre Franco -lo he escrito- , que dejó a la derecha para el tinte de tanto apropiársela, entre los socialistas “modo Sánchez” que persigue como buitres a quienes no le sobamos el lomo, los soviéticos mugrientos, y los nacionalistas enrabietados (algunos herederos de ETA) nos hemos quedado sin Nación. Y los españoles, conservadores, liberales de verdad, tan panchos, mirando hacia otro lado para que no se nos diga que nuestra lengua, nuestra historia, nuestra cultura y nuestras costumbres, han sido responsables de un enorme genocidio externo. ¡Hay que ver lo último que ha vomitado ese ágrafo leninista, presidente de Méjico, López Obrador!
Por eso, cada día me gusta más España, y me gustan menos los españoles que disfrazan o incluso disculpan la barbarie de estos iconoclastas de ahora, este Gobierno marxista-leninista, que está destruyendo con toda consciencia nuestra Nación sin que la derecha haga otra cosa que clamar: “¡Dios mío, Dios mío!” cuando estos dinamiteros se disponen, para tapar sus agujeros, a aprobar un aborto de nueve meses o una eutanasia a demanda. La España que rechazo es la de los españoles apocados, infelices, pendulares, envidiosos, medrosos, blandengues, insensatos, pesimistas, chapuceros y pasteleros. Aquí los intelectuales llamados de derechas se han ido en su mayor parte de vacaciones, la derecha se ha quedado sin cuerpo de doctrina, y está ocurriendo algo insólito en cualquier lugar del mundo: la destrucción entre la apatía general de la propia Nación. La última puñalada se ha asestado el fascista Sánchez al Poder Judicial. Habrá más. La sociedad está anestesiada y el tipo se aprovecha de nuestra inanidad.
Aquí en España, quemar fotografías del Rey no cuesta ya ni siquiera los quinientos euros que hasta hace unos años se imponían a los depredadores. A la derecha el espectáculo le parece ya “lo normal”, pero, ¡ay de ti si en el corpachón falaz de Largo Caballero (era físicamente un mindundi) se pinta un letrero que le diga: “Traidor”! ¡Hay de tí con el silencio o quizá la enemiga de los buenos conservadores que imponen la doctrina del: “Nosotros no somos como ellos!”. Somos estos españoles que no se sublevan, que no nos sublevamos democráticamente, que no nos reunimos otra vez en las urnas para acabar con esta plaga bíblica del leninismo imperante. Cabe una sola esperanza: que, al final, nos salga la hipercloridia eventual que llevamos dentro y reaccionemos, algún leve síntoma se ha podido apreciar en la Fiesta Nacional. Pero, ¿quién dijo que los españoles somos más capaces de no dormir defendiendo la puerta de una iglesia que de entrar en ella? Pues entremos, que nos están dejando incluso sin los santos.