La «derecha popeye» y la obstinación del PP

La «derecha popeye» y la obstinación del PP

La semana pasada tuvo un eco especial el artículo publicado el día 15 en El Mundo titulado «La izquierda frankenstein y la derecha popeye», obra de Miguel Ángel Quintanilla, uno de los cerebros pensantes del equipo de Pablo Casado. La idea fundamental del autor es que la derecha parece un brazo con “síndrome popeye”: parece fuerte, pero por dentro está roto entre articulaciones, músculo y tendón. Partiendo de esa metáfora, nos explica que el PP rompió con Vox en la moción de censura porque Vox es un partido moralmente relativista respecto al absoluto de la democracia, y eso es incompatible con la tradición liberal, conservadora y democristiana del PP. Justificada la ruptura, afirma que el PP debe conversar con los votantes de Vox y ofrecerles «compromisos razonables vinculados a sus intereses».

El artículo me parece interesante, pues explica bien la estrategia de la actual dirección “popular”. Su autor, a quien he tenido ocasión de conocer y escuchar largamente, me merece todo el respeto intelectual. Pero creo que su explicación tiene dos fallos: 1° al considerar a Vox antidemocrático, parte de una mentira; 2° prescinde de las razones por las que los votantes de Vox abandonaron el PP, y del cauce establecido en nuestro sistema para «conversar» con ellos.

En efecto, decir que Vox es antidemocrático solo porque diga que el Gobierno de Sánchez es el peor en 80 años (o en 800, añadió Abacal), resulta una broma. A poco que se analice la actuación de Vox en la defensa de la legalidad constitucional, la lucha contra el secesionismo, o la defensa de la independencia del poder judicial (bastante más clara que la de un PP que pastelea en la sombra por la renovación del CGPJ), resulta fuera de dudas su condición demócrata, al menos en la idea liberal de democracia. Otra cosa es si atendemos a la democracia totalitaria de Bildu y ERC (a cuyo lado votó el PP en la moción). Nos extrañaría que esa fuera la idea de democracia del PP…

En segundo lugar, habría que recordar que los votantes del PP se fueron a Vox no sólo por los intereses, sino también por los valores. Y que al irse establecieron un cauce claro para su conversación con el PP: los representantes elegidos en las listas de Vox. Pretender ahora una conversación sin esos valores ni esos cauces está condenado al fracaso, pues prescinde de las razones de fondo del divorcio entre el PP y su electorado: la vida, la familia, la libertad, la nación centralizada, la ideología de género, el climatismo anti-humano y demás temas en los que el PP es incapaz de ofrecer «compromisos razonables». Incluso si nos ceñimos a los intereses, resulta cuestionable que el votante de Vox pueda volver a un PP que no se compromete con dos temas bien claros: el freno a la división autonómica y la reducción del gasto público, la presión y el esfuerzo fiscales. Toda conversación con el electorado de Vox debería pasar, por tanto, por un acercamiento a sus líderes que conlleve propuestas claras para los valores que Vox defiende, además de los intereses.

En suma, el artículo del Sr. Quintanilla me parece interesante, pero limitado. Y, en tanto exterioriza la posición de la dirección popular, confirma la incapacidad del PP para solucionar el “síndrome popeye” de la derecha, pues olvida intencionalmente sus causas, y prescinde maliciosamente de ellas al intentar ofrecer una solución. Una solución que se plantea como un trágala al electorado y, por tanto, resulta limitada y resultará seguramente fallida.

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