Barricadas parlamentarias
Mientras Pedro Sánchez acude a expiar pecados en el prime time dominical bajo la excusa de mártir exiliado que busca redimirse de cara a unas primarias socialistas de frenopático, la resaca de la investidura nos deja algunas consideraciones que valen la pena presentar. Rajoy es finalmente presidente del Gobierno tras un año de paripés, pactos de pantomima y negociaciones de salita de estar. Sin embargo, preocupan todavía hoy los ecos de lo que pasó el sábado en el Congreso, a la vista de todos, hechos impropios de una institución convertida cada día más en un templo de mercaderes esperando a ser expulsados. Cuando la pluralidad política trae peores consecuencias para la democracia que soluciones, es hora de replantearse si no estamos sobrealimentando el principio de representación. Hay muchos que deberían ser sólo algunos. Y, sin embargo, están más de lo que son y hacen más ruido del que se les debe permitir. No sé si me explico.
Lo que vimos el sábado en el Congreso nos resulta familiar observarlo en parlamentos exóticos, en los que la dialéctica tribunera muta en guantazos con una normalidad que ya no sorprende ni asusta. Hasta vemos con simpatía cómo en Italia o en hemiciclos latinoamericanos las formas desaforadas se imponen al debate sosegado de propuestas. Incluso la bonhomía británica es puesta en duda cuando la Cámara de los Comunes aprovecha las estrecheces de sus muros para asistir a los gritos y aspavientos de sires, madames y lores. La política es diálogo pero éste, si no se basa en el tolerante respeto del contrario, deviene en trifulca, solución favorita de sectarios, dogmáticos y dictadores, bestias pardas de camisas negras. Convertimos en chanzas de tertulia y bareto la transición del argumento al verbo, de la idea a la agresión verbal y física, el paso del sapiens a su deterioro animal. Eso sí, con el prefijo señoría siempre por delante, que así parece que se atenúa el despropósito en sesión continua.
Lo que no imaginábamos es que el esperpento matonil llegara un día a San Jerónimo. Sabemos que la estrategia de ERC, con Rufián y Tardá al frente, no es debatir, discutir y proponer, sino provocar, encender, exceder desde una trashumancia política que en Cataluña vale pero en el conjunto de España es propia de iscariotes, según la terminología rufianesca. Al igual que sus conmilitones de Bildu y Podemos, consiguen lo que se proponen: que se hable de ellos. Con fotos y pies de página, con totales en televisión y titulares en prensa escrita. Rellenando minutos de tertulia. Este artículo es la prueba. Por eso reitero que algo falla en democracia cuando el matón ocupa más protagonismo que el debatiente, algo estamos haciendo mal si preferimos la barricada que rodea a la tolerancia sin rodeos.
Los partidos constitucionalistas tienen la oportunidad de acabar con esto. Que se pongan de acuerdo para cambiar el sistema electoral, que impera hasta hoy bajo el manto consensuado de la proporcionalidad territorial, algo que acaba beneficiando a poblaciones pequeñas, donde el surgimiento de partidos locales, regionalistas y nacionalistas, en modo alguno solidarios con el quehacer común, perjudica los intereses de la mayoría. Si PP, PSOE y Ciudadanos trabajan en esta legislatura para evitar que el esperpento tardorufianesco sea norma y no excepción, actuaciones como las del sábado serán anécdota y no comentarios de corrillo cotidiano. Las barricadas parlamentarias son fruto de una democracia débil, de la que se aprovechan aquellos que menos afecto tienen por la discrepancia y la libertad.