Lágrimas de cocodrilo
Hace ahora tres años, el PSOE, en plena preparación del Debate sobre el estado de la Nación, elaboró un documento que incluía como anexo una relación de políticos dimisionarios al que tituló: ‘Ejemplos de políticos que sí dimiten’. Cuándo, quién y por qué. El ingenuo objetivo era presentarle al presidente del Gobierno una especie de lista de la decencia, por si Rajoy se daba por aludido y tomaba las de Villadiego por San Jerónimo. Pero ayer, como hoy, al gallego solo le sacará del Congreso su propia brújula del tiempo.
Quizá Pedro Sánchez leyera aquel documento que su partido creó para aplicar a sí mismo lo que no se aplican los demás. Convocó en maitines a los periodistas para responder sin preguntas a su anunciado titular. Buscaba testigos a su comunicado, notarios con pluma y cámara que evidenciaran la huida boomerang de Mr. No. Fue una respuesta a su conciencia, un me voy por decencia, un mandoble a la gestora y un aliento para votantes y militantes que estaban entre el harakiri ideológico y la resignación morada. Y encima, contraprograma a Rajoy en su día más esperado desde diciembre. Una estrategia al nivel de von Clausewitz, Maquiavelo o Sun-Tzu.
No fue un discurso improvisado en dos días. Ni articulado en un arrebato de ego furibundo por el ninguneo al que había sido sometido por sus camaradas de partido. La comparecencia de Sánchez ha transcurrido por la milimétrica preparación del despechado calculador convertido en estratega por horas. Durante dos años, sus discursos adolecían de la puesta en escena correcta, sus argumentos carecían de una mínima coherencia lógica, en esa búsqueda entre lo chic y lo cool que el marketing pop exige a la nueva política. Muchos le pedían que se olvidará de su imagen para otorgarle a sus mensajes el punch emocional que merecían sus votantes, desencantados ante un candidato sin encanto. Y resulta que en unos pocos minutos ha parecido más convincente que en dos años de líder socialista.
Un discurso efectista en su ejecución, pasional en el tono y con frases rítmicas y pensadas para que en redes se puedan compartir y comentar. El eslogan humanizado en el rostro de la víctima atrae más que decenas de frases sin sentido. Pero en todo discurso es preciso la generación de instantes para el recuerdo. Y aquí faltaba la emoción que sólo unas lágrimas podían dar. Pedro el militante resulta ser más interesante que Pedro el candidato, haciendo creíble su estrategia sentimental que construye entre sollozos su ostracismo político. ¡No lloréis por mí, socialistas!
Tras su salida forzosa, Sánchez ha estado barruntando la comparecencia de hoy en el Congreso. Desde que le ensañaran la puerta de salida por el bien del país, rondaba por su cabeza el discurso del hasta luego con el que ha sorprendido a pocos de los presentes. Sus lágrimas de cocodrilo eran lágrimas rojas de calculado efecto. Ya es otra víctima del sistema y estará más cerca de aquellos que prefieren rodear el Congreso antes que defender el bienestar del conjunto del país. El estratega Sánchez somete a la gestora a la duda de si sancionar a los disidentes es pertinente o no, una vez el cabecilla ha renunciado. En el futuro tablero del socialismo, Pedro abre partida moviendo su caballo en dirección a la reina. Ahora empieza su campaña, la que le puede llevar a ser, en unas primarias de frenopático, el nuevo secretario general de un PSOE que entonces virará, con más fuerza que nunca, hacia una izquierda que dejaría a Podemos rodeando su propia bilis de barricada. Sánchez consiguió durante mucho tiempo parecer lo que no era; un buen envoltorio falto de sustancia y contenido. Hoy ha sido lo que parece: un político sibilino capaz de amenazar llorera con tal de defender su futura candidatura. Un papel que hubiera firmado el mismísimo Frank Underwood.