¡Es el mercado, amigo!

El atronador silencio de los empresarios ante el espectáculo político: ¿Qué hay de lo mío?

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a Nadia Calviño y José María Álvarez-Pallete
Eduardo Segovia
  • Eduardo Segovia
  • Corresponsal de banca y empresas. Doctor y Master en Información Económica. Pasó por El Confidencial y dirigió Bolsamanía. Autor de ‘De los Borbones a los Botines’.

Es bien sabido que el dinero es miedoso y no tiene color. Pero estas cualidades llegan a cotas extraordinarias en España, donde los jefes y propietarios de las grandes empresas no se atreven a decir esta boca es mía ni ante el bochornoso espectáculo político al que asistimos, por si acaso el Gobierno se enfada y les castiga; y más siendo éste de izquierdas y con veleidades anticapitalistas. Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy, que decía aquel. Y más en un momento en el que muchos de ellos necesitan una ayudita (o directamente el rescate) para superar el trago del covid. Ya saben, eso tan español de ¿qué hay de lo mío?

La cobardía del empresariado patrio ante el Ejecutivo de turno no es nada nuevo. Los miembros de la llamada ‘generación tapón’, la de Juan Carlos I -los Emilio Botín, Francisco González, Manuel Pizarro, César Alierta, Alfonso Cortina, Entrecanales y Del Pino padres, Josep Vilarasau, Juan Miguel Villar Mir, Isidre Fainé (aunque este sigue en activo), etc.-, callaban porque, o bien les había puesto ahí directamente un Gobierno, o bien vivían del BOE, o bien necesitaban que la regulación no fuera demasiado dura con su negocio. Ahora casi todos ellos han cedido el testigo a una generación más joven y, se supone, más independiente, pero su silencio ante los desmanes de la política sigue siendo atronador.

El ejemplo más evidente y vergonzoso lo tuvimos con el ‘procés’, donde los mandamases de las principales empresas catalanas trataron con denuedo de nadar y guardar la ropa sin atreverse a criticar públicamente la locura independentista ni a defender el orden constitucional, y se limitaron a lanzar melifluas llamadas «al diálogo» y a evitar la confrontación. Eso sí, cuando las cosas se pusieron tiesas, no les quedó más remedio que hablar con los hechos y llevarse la sede por lo que pudiera pasar.

Emilio botín junto al exministro de Economía, Pedro Solbes.

Ahora, asistimos de nuevo a un silencio sepulcral (salvo escasísimas y honrosas excepciones) ante a la sucesión de mociones de censura, elecciones, transfuguismos, etc. que han puesto patas arriba la política española y, sobre todo, ante los intentos de polarización y radicalización de la ciudadanía con discursos guerracivilistas que han alentado disturbios como los de las manifestaciones a favor de Pablo Hasél. El ambiente que menos necesita nuestra economía para reactivarse después de estancarse en el último trimestre de 2020 y de seguir igual de parada en el  primero de este año es esta inestabilidad y enfrentamiento permanentes.

Miedo a medidas antiempresa… y a quedarse sin rescate

¿Por qué nadie se atreve a alzar la voz ante este lamentable show? La respuesta oficial es porque los empresarios no deben meterse en política y limitarse a gestionar su negocio, que bastante tienen con eso en los tiempos que corren. Pero la realidad es muy otra. La respuesta hay que buscarla en el miedo. ¿A qué? Pues a que este Gobierno cada vez más radicalizado tome medidas como limitaciones a los precios (véase el alquiler), expropiaciones de activos, nacionalizaciones de empresas, anulación de la reforma laboral, (más) subidas de impuestos… Todo ello dentro de un discurso jaleado por los medios mainstream y sus tertulianos de cabecera que no solo critica la gestión de unos u otros empresarios (cosa legítima y que la prensa tiene la obligación de hacer), sino que cuestiona directamente la actividad empresarial per se -el empresario que gana dinero es un ladrón y el que quiebra es un sinvergüenza- y la mismísima propiedad privada.

Y no solo es el miedo a una peor regulación. Son los miles de millones en juego de los fondos europeos que va a repartir el Gobierno y, en las no tan grandes, es directamente la necesidad de un salvavidas porque están con el agua al cuello, sobre todo en sectores como el turismo o el comercio. Y ese salvavidas solo se lo puede lanzar el Gobierno, y más aún cuando llegue -si es que llegan- el maná de los fondos europeos. Y aquí Pedro Sánchez se ha dado cuenta de que tiene un elemento poderosísimo en la SEPI, que puede utilizar para salvar a los amigos y hundir a quien se atreva a levantar la voz. Como decía Alfonso Guerra, el que se mueva no sale en la foto.

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Lanzamiento de objetos en una manifestación por la libertad de Pablo Hasél. Foto: EFE

Ya lo estamos viendo. El holding público ha concedido ya dos ayudas a Globalia, el emporio turístico de la familia Hidalgo, ha salvado a Duro Felguera por las presiones del presidente socialista de AsturiasAdrián Barbón, e incluso ha aprobado el ignominioso rescate de la aerolínea medio venezolana  Plus Ultra alegando que es «estratégica» para «preservar la competencia» sin ponerse colorado pese a que apenas tiene vuelos. Por cierto, la SEPI sigue sin presidente, ni ganas que tiene María Jesús Montero de nombrarlo mientras pueda mangonear en la sombra su protegido Vicente Cecilio Fernández Guerrero. 

Callar no impedirá que Sánchez siga con su política

Mientras el Gobierno comete estos desmanes, decenas de empresas asfixiadas, sobre todo turísticas, hacen cola a ver si queda algo de dinero para ellas después de dárselo a los amiguetes. Porque la próxima puede ser ya el escándalo absoluto: nada menos que la Mediapro de Jaume Roures, que ha pedido 300 millones a pesar de que le sobran 30 para echar una mano a su amigo Joan Laporta en el Barcelona. Y también está en capilla la filial buena de AbengoaAbenewCo, cuyo rescate con 249 millones le servirá para disparar contra la Junta de Andalucía de Juanma Moreno. Estamos haciendo justo lo contrario de lo que plantea el Parlamento Europeo: rescatar empresas de dudosa viabilidad, en vez de dejarlas caer y destinar esos fondos a las compañías solventes que tienen dificultades puntuales.

Pedro Sánchez y Ana Botín en la presentación del Plan de reformas (EFE)

Volviendo al asunto: sea por miedo a medidas business unfriendly, sea por la necesidad de un rescate, en el mundo económico español no se atreve a abrir la boca ni el Tato. Lo que parecen ignorar los señores y las señoras de la empresa es que eso no les va a salvar, que les va a dar lo mismo. Que el hecho de no criticar no va a ser impedimento para que Sánchez adopte cualquier medida en su contra si se la exige alguno de los múltiples socios de los que depende su continuidad en Moncloa, que es el único objetivo de nuestro amado líder. Si hay que nacionalizar una eléctrica para eso, pongamos por caso, se nacionalizará; que a nadie le quepa duda. Pero cada vez que Sánchez toca a rebato, allá que van todos los gerifaltes del Ibex solícitos a rodearle para la foto.

Nuestro empresariado parece ignorar la famosa frase de Winston Churchill sobre las negociaciones de Chamberlain con Hitler para intentar aplacar a la bestia nazi: «Se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra. Elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra».

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