La primera de muchas
En la sobreactuada reacción del sanchismo ante la condena del fiscal general hay demasiada impostura y algunos errores. La primera es, desde luego, manifestar que los magistrados han condenado injustamente a García Ortiz, lo que equivale a decir que cinco de los magistrados más experimentados y prestigiosos de la judicatura no han sabido hacer su trabajo o, lo que aún es peor, han prevaricado flagrantemente. Hay, incluso, una versión agravada de esa descalificación y es la impúdica afirmación de que la condena se debe a que Isabel Díaz Ayuso es intocable para un estamento judicial franquista.
Para desgracia de todos los adeptos (mucho político, mucho periodista y algún pseudo jurista), que se han vuelto locos este fin de semana ante cualquier micrófono que se les ha puesto a tiro, esas falsas creencias se van a desenmascarar solas en el corto o medio plazo. En cuanto se emita la sentencia se podrá comprobar que la condena está perfectamente justificada atendiendo a la técnica jurídica y a la jurisprudencia del Supremo; que el protagonismo que el propio acusado se atribuyó y la acumulación de indicios tienen fuerza probatoria; que no se necesita encontrar la pistola humeante junto al cadáver para culpar a un asesino que ha intentado eliminar las pruebas; y que, al contrario, si es blanca, viene en botella y sale de la vaca… ¡se puede jurar o sentenciar que es leche! Y, por otro lado, a los que hablan de la manu longa de Ayuso les va a tocar ver como el novio de ésta, o lo que sea suyo, va a ser juzgado y condenado por los mismos tribunales de los que ahora reniegan.
No hay entonces error, sino insistencia en la falsedad, porque por supuesto que se puede opinar sobre todo y todos lo hacemos todo el tiempo, pero cuando el que realmente conoce y domina la materia y, más aún, tiene la autoridad para opinar y establecer la verdad formal y judicial, no hay otra opción que aceptar que tu opinión puede no ser la correcta. Eso es lo que dicta la humildad intelectual, lo otro es soberbia, impostura o las dos cosas.
Pero junto a este fingimiento, el sanchismo comete el error de pensar que esto acaba aquí; que hay que quemar las naves y dar la batalla por el ya ex fiscal general como si fuera la última. Más valdría que se olvidaran pronto de ese pobre iluso, que se dejó abducir por quien le consiguió un nombramiento que no merecía hasta el punto de sacrificar su carrera profesional. Aunque si no se desprenden sin más del juguete roto debe ser porque Sánchez, enfermo de odio, no puede ver a Ayuso celebrando un gol que Moncloa con sus arteros artificios se metió en propia meta.
Porque las batallas importantes en los juzgados y tribunales son las que están por venir, en las que los daños puede que no sean tan colaterales como en la del fiscal general. En todas las que se están sustanciando, ya sea en el Supremo, en la Audiencia Nacional, en la de Badajoz o en la Plaza de Castilla, Sánchez tiene que jugar de mano maestra para evitar que no se deslice su nombre en la boca de alguno de los acusados que no se sienta suficientemente respaldado. Ya sea a título de confiable jefe en el partido o en el gobierno, de protector hermano mayor o de amantísimo esposo, Sánchez tiene que estar ahí, impasible el ademán y sin desfallecer en el apoyo, ora insistiendo en la inocencia de los procesados ora manifestando su ignorancia.
Como se entiende si no que no haya dejado caer a Miguel Ángel Gallardo y que, contra pésimas expectativas, se le haya mantenido como candidato del PSOE en las elecciones de Extremadura, o que no se pida a Ábalos que abandone su escaño o que el partido no demande a Leire Díez…
Pedro Sánchez, que consiguió volver a ser presidente del Gobierno en 2023 a costa de ser el mayor deudor de nuestra democracia, es ahora deudor de mantenerse como el gran tapado de la corrupción de su entorno personal y político. Cuando el o pagas o me descuelgo es la amenaza con la que, durante mucho tiempo, va a tener que sobrevivir en los tribunales, de nada sirve querer parar la marea salvando la primera ola.