Nayib Bukele, ¿Un Maduro ‘de derechas’?

El salvadoreño Nayib Bukele ha sido capaz de triunfar donde los demás Gobiernos de Iberoamérica han fracasado en las últimas décadas: recuperar el orden público y destruir la delincuencia organizada. Lamentablemente, acaba de imitar a los peores y más corruptos presidentes del continente al introducir en su constitución la reelección indefinida.
El partido de Bukele, Nuevas Ideas, y sus aliados, tienen 57 de los 60 escaños de la Asamblea Legislativa (parlamento unicameral) y el 31 de julio este bloque aprobó las enmiendas que introdujeron la «reelección sin reservas»; ampliaron el mandato presidencial de cinco a seis años; hicieron coincidir las elecciones presidenciales, legislativas y municipales en un solo día; y eliminaron la segunda vuelta electoral.
Además, la reforma acortó en dos años el actual período presidencial, que concluía en 2029, para celebrar todas las elecciones en marzo de 2027. Bukele es presidente desde 2019; y en 2021 consiguió que el Tribunal Supremo anulara una sentencia de 2014 que permitía la reelección de quien hubiera sido presidente a condición de que transcurrieran diez años desde su salida de la presidencia. De esta manera, se volvió a presentar en 2024, cuando recibió el 84% de los votos. A partir de ahora, ya no tiene topes temporales.
Los críticos de estas enmiendas afirman que de esta manera se ha derogado de facto el artículo 88 de la constitución: «La alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República es indispensable para el mantenimiento de la forma de Gobierno y sistema político establecidos. La violación de esta norma obliga a la insurrección».
Aunque los países hispanoamericanos son todos repúblicas, a muchos de sus presidentes les gustaría ser como reyes, no en el sentido de tener sus facultades reducidas a lo protocolario como Felipe VI y los demás monarcas europeos, sino en el de desempeñar la jefatura del Estado hasta su muerte y dejársela a sus hijos.
Si a finales del siglo XX, después de la retirada de las juntas militares que gobernaron casi todos los países de la región, como reacción se introdujo en las constituciones el veto a la reelección, en el siglo XXI esa prohibición está desapareciendo.
Los primeros en coronarse eternos fueron Chávez (destronado por la muerte en 2013) y Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. El boliviano Evo Morales recurrió a varias argucias, pero al final el pueblo en un referéndum y el tribunal constitucional rechazaron la reelección ilimitada. El ecuatoriano Rafael Correa la incorporó a su constitución en 2015, aunque en 2018 fue abrogada por otro referéndum. De manera llamativa, todos ellos han militado en el movimiento del «socialismo del siglo XXI», con sucursal en España, por cierto. Donde no existe ni el simulacro de elecciones disputadas como en Cuba, el poder absoluto lo tiene la familia Castro, que coloca a figurones en la presidencia de la república.
Sólo Colombia, Paraguay, México y Guatemala mantienen el mandato presidencial único. Uruguay, Panamá, Perú, Chile y Costa Rica permiten la reelección con el requisito de que transcurra un mandato de espera. Argentina, Ecuador, Honduras y la República Dominicana únicamente autorizan dos períodos, consecutivos o alternos. Y Brasil, el más generoso, dos mandatos seguidos, uno al menos de pausa y luego otros dos; así, Lula da Silva está cumpliendo su tercer mandato.
La argentina familia Kirchner, lo más parecido a una dinastía monárquica americana, trató de sortear la prohibición, primero, sucediéndose el matrimonio formado por Néstor y Cristina y, luego, con ésta en el puesto de vicepresidenta para manejar a un títere. Con la madre condenada e inhabilitada, el primogénito, Máximo, se está preparando para heredar el partido peronista.
Bukele ha logrado un triunfo innegable contra las maras, las despiadadas bandas de delincuentes. Cuando tomó posesión de su cargo el 1 de junio de 2019, en todo el año anterior se habían cometido 3.346 homicidios en un país de 6 millones de habitantes. Inmediatamente, empezó a aplicar un plan nacional de seguridad y el número de asesinatos ha disminuido de tal manera que El Salvador se ha transformado en el país más seguro del hemisferio occidental, superando a Estados Unidos y Canadá. Por ejemplo, en 29 de los 31 días de julio pasado no se cometió ningún homicidio.
La desaparición de la violencia no sólo tranquiliza a los salvadoreños, sino que aumenta su riqueza. El PIB nacional creció un 2,6% en 2024 y un 3,5% en 2023. Además, Bukele ha aceptado encerrar en sus cárceles a criminales de origen salvadoreño y venezolano enviados por EEUU, medida que le ha ganado el favor de Donald Trump. No sorprende, por tanto, que el Departamento de Estado, en vez de comparar la reforma constitucional con las realizadas por Chávez o Putin, haya comentado que es a la Asamblea Legislativa, «elegida democráticamente» a la que «le corresponde decidir cómo debe gobernarse» El Salvador.
Sin duda, Bukele obtendrá su segunda reelección en marzo de 2027, pero lo que preocupa a muchos de sus admiradores, tanto del país como del extranjero, es que caiga en el nepotismo y la corrupción de otros «presidente-reyes». Porque el ser humano es así.
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