Los casi 50 años del Club Elsa
Cincuenta años del Club Elsa, medio siglo de manos que sostienen un sueño. En una ciudad como Palma donde las modas van y vienen y donde cada temporada parece querer borrar la anterior, hay instituciones que permanecen. No porque hagan ruido, sino porque hacen falta.
El Club Elsa, que en 2027 alcanzará su cincuenta aniversario, es una de esas raras joyas que brillan sin pretensión alguna: una hermandad de mujeres cuyo mérito se mide, no en titulares, sino en gestos continuos.
Una historia que empezó con una leona, aunque les parezca raro. Se lo cuento. En 1977, Juana Walker, que ya debía lucir su inconfundible moño, fundó el Club bautizándolo en honor a la célebre leona Elsa de Born Free. No era un capricho, era toda una declaración de principios. Aquellas primeras mujeres que la secundaron eran, como la leona, fuertes, tenaces, valientes y profundamente cuidadoras. Su misión era y es atender lo urgente cuando nadie más llegaba, sostener a quienes no podían sostenerse, ofrecer ayuda inmediata sin preguntas ni ruidos. Ahí esta la leona y la modernidad y visión de futuro.
Hoy, 50 años después, ese espíritu no sólo perdura, sino que se ha hecho más firme. El alma del Club son las doce mujeres que acuden cada día a dar lo mejor de sí mismas, el trabajo, porque el Club Elsa no vive de discursos, vive de trabajo. Doce mujeres, la mayoría con más de 70 años, que acuden cada día para ordenar ropa, plancharla, etiquetar libros, clasificar juguetes, armar lotes de comida o preparar cajas para familias que necesitan un empujón. No lo hacen por obligación ni por apariencia: lo hacen porque creen en ello y eso es lo más importante, creer. Aquí nadie presume, se trabaja. Aquí todas son iguales. En sus manos hay algo más que objetos, hay tiempo. Tiempo regalado, tiempo que no se recupera, tiempo que vale más que cualquier donativo. Tiempo que vale más que cualquier protagonismo.

Precisamente, por eso he querido hablarles de ellas y contarles, como hago siempre, una anécdota personal. En una de mis visitas, mucho antes de que el nuevo milenio se hiciera presente, andaba buscando por el mundo unos escarpines de charol de buena factura. Para una fiesta de smoking. No había forma. Había zapatos de charol con cordón y punta afilada, pero ya los tenía y mi estética que va por delante me decía que escarpines o nada. Y los encontré, nuevos, impolutos, de punta redondeada pero no exagerados y a un precio más que razonable. No me lo pensé, además parecían estar sin usar. El caso es que uno encuentra donde menos lo espera. Creo que esa edición se celebró en el Pueblo Español.
Las señoras, cuando doblan una camisa o colocan un libro, están escribiendo un capítulo silencioso en la historia invisible de Palma de los ciudadanos de Mallorca. En algunos atardeceres, cuando la luz entra en el almacén y huele a algodón limpio y conversación pausada, parece que el tiempo se detiene para honrar a estas mujeres incansables. Nuevo tiempo, mismo corazón sería el eslogan perfecto para definir el hoy de la institución que ahora honramos.
La actual presidenta, Ana Carmen Marín, sobrina de la fundadora, ha heredado la responsabilidad con una mezcla de dulzura y firmeza. La he seguido para poder escribir sobre la ONG y sólo encuentro estas frases contundentes que la definen a la perfección. «Lo que hacemos no es grande en apariencia, pero es grande en resultado», dice. Y en esa frase cabe la filosofía del Club. Con su impulso, llegó una nueva etapa: más socias, más manos, más proyectos. No para modernizarse por moda, sino para llegar a quienes hoy necesitan lo que ayer también se necesitaba.

Si el Club Elsa tuviera un emblema, sería su rastrillo benéfico. Un mercado vivo, pulcro, lleno de color, donde lo que uno ya no necesita puede convertirse en esperanza para otro.
Gracias a ese trabajo, que empieza mucho antes de abrir las puertas, se pagan facturas atrasadas, se llenan neveras vacías, se compran medicinas, se sostienen situaciones que, sin ayuda inmediata, se vendrían abajo. Aquí no se habla de pobres, ni pensarlo siquiera. Esa palabra duele, divide y no corresponde, se habla de personas. Y el respeto está siempre por encima de cualquier etiqueta. Recibí uno de estos días una bronca educada de la presidenta por escribirla en un texto. Me avergonzó, lo admito, aunque sigo pensando que todos somos pobres de alguna manera.
La herencia silenciosa que dejó su fundadora sigue en la actual generación. Porque lo que el Club Elsa ha construido en 50 años no es sólo una institución: es una forma de estar en el mundo.
En cada decisión discreta, en cada reunión, en cada caja que se abre y cada prenda que se dobla, hay una ética que se transmite sin discursos. La de la ayuda sin altavoz, la de la elegancia sin brillo, la de la bondad sin dramatismos. Las nuevas generaciones que se incorporan heredan no sólo una organización, sino un legado moral, la convicción de que hacer el bien es un estilo de vida. Hay lugares que laten y el mercado del Club Elsa es uno de ellos. Se celebrará los días 21, 22 y 23 de noviembre de 10.00 a 18.00 horas en el Velódromo Islas Baleares. No falten, que se acerca la Navidad. Increíblemente sí.