Un torvo cobarde bajo el paraguas del Rey
El miércoles, acabada en la práctica la Recepción Real en el Palacio de Oriente, el cronista se topó con un ex jefe de la Casa del Rey con el que comentamos el bochorno que habíamos sufrido todos, o casi todos, los españoles, constatando el enésimo desdén que el aún presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Castejón, había perpetrado contra el jefe del Estado español, Su Majestad el Rey Felipe VI. El ex jefe, circunspecto y mordiéndose la lengua se expresó así: “Saltarse el protocolo en un acto tan crucial como este es inadmisible”. Seguro pensó el cronista que, desde luego, se quedó con las ganas de preguntarle: “En vuestros tiempos, ¿podría haber sucedido una cosa así?”. En realidad la pregunta era absolutamente innecesaria: claro que no. El dictamen que todos los espectadores que presenciaron en televisión (por cierto, una retransmisión penosa) los inicios del desfile, es que no fue nada importante, casi una anécdota menor, el hecho insufrible de que Felipe VI tuviera que esperar, refugiado en su automóvil, a que el psicópata (la calificación no es mía, es de los psiquiatras) tuviera a bien bajarse de su coche para aminorar la magnitud de la salva de pitos y abucheos con que le iba a recibir el público en general, este año mermado porque el Ministerio de Defensa recortó el número de tribunas y, por tanto, de sillas para la asistencia. Con ser grave ese episodio, lo es mucho más la constancia que fue la comidilla de todos los corrillos instalados durante la recepción: tenemos un cobarde como presidente que en su egolatría herida se refugia bajo el manto o el paraguas del Rey para decolorar el rechazo que produce mayoritariamente en la población. Y, desde su altanería, se permite amenazar a quienes le critican. Ya con nombres y apellidos. Torvamente. Y no es que se le caliente la boca, no. Es que piensa actuar contra los desafectos. Es un peligro democrático.
Este es el caso de un cobarde, enfermo de egocentrismo, que utiliza a los demás, desde un pobre e inútil diputado de Teruel hasta el propio jefe del Estado, para disminuir la hartura que ya suscita en toda España. Los expertos/as en interpretación facial se están haciendo de oro en estas horas dibujando los rictus de desagrado del Rey por el inconcebible comportamiento del todavía presidente. Pero a este respecto un añadido nada al margen: ¿saben lo que se vertía sobre el particular el miércoles en los mencionados corrillos? Pues nada más y nada menos que lo siguiente: va siendo hora de que la Casa del Rey haga patente al jefe del Gobierno su profundo malestar por los continuos desaires con que obsequia a Su Majestad. Y es que, en verdad, este es un Rey que, en su apuesta estricta por no salirse una micra de lo marcado en la Constitución (sus famosas “líneas rojas”), descuida la defensa de su jerarquía, el aura que debe desprender como protagonista único de la monarquía española. Con un individuo como Sánchez cualquier silencio, cualquier postración, sirve para que éste se venga arriba y refuerce su intención de convertirse en el primer preboste de España.
Para el sujeto en cuestión nada importa con tal de persistir en La Moncloa. Se ha dicho tantas veces que una nueva mención depara sobre todo una gran pereza. El día de la Fiesta Nacional es para Sánchez un percance, un marronazo que tiene que tragarse lo mejor posible. Ahora está forzado a creer en las Fuerzas Armadas porque la Unión Europea y la OTAN no le permitirían otra cosa. Pero, ¿es que ya olvidamos todos su insensata declaración sobre la inutilidad del Ministerio de Defensa? En Europa ahora mismo, y se diga o no se diga, se critica sin ambages la miseria con que España está tratando a Ucrania. La titular del ramo, la ministra Robles, no ha querido hasta ahora difundir en qué consiste nuestra ayuda, la española, al país mártir. Desde el escándalo de aquellos viejunos Leopard enviados a Kiev, más como objetos de museo o circo que como instrumentos bélicos, no se había renovado el material que suplicaba Ucrania. Ha tenido que ser la OTAN la que ha urgido al Gobierno español a cumplir con sus promesas.
El cobarde una vez más ha actuado como un chulo de barrio que se ríe del Rey, de la oposición y que miente por entero al país. Tras el bochornoso incidente del desfile, Sánchez acudió este jueves con sus peores maneras al Congreso para descalificar a un Feijóo al que había llamado a La Moncloa para tenderle la trampa de los jueces. Esta semana ha utilizado sobre todo al propio Monarca para disfrazar el desagrado que causa ya en toda España. Los que han podido visualizar la serie, la egoserie, Las cuatro estaciones o cosa así que le han preparado a su mayor honra (bueno, honra desde luego no) y gloria, están espantados ante la cutrez de la elegía. Un periodista que ha aguantado toda la visión del documento nos decía a unos colegas este miércoles: “La serie es simplemente babosa”. Lo decía con conocimiento de causa porque, sin quererlo, ha sido víctima de una manipulación. Resulta que fue llamado para manifestar su opinión sobre algún aspecto de la gobernación sanchista y, ¿saben qué ha ocurrido? Pues esto: le han cortado el cameo hasta el punto de dejarlo en una breve expresión en la que el periodista se pronuncia sobre la institución presidencial.
Este es el sujeto que ha llenado de insidia basurera la celebración del día de la Fiesta Nacional, de una nación realmente en la que no cree. Sus socios son en esencia una cuadra de delincuentes (Bildu y los golpistas de la secesión catalana lo son) que quieren volar todos los símbolos que este miércoles hemos querido honrar todos los españoles menos el que por ahora es su presidente. Un cobarde que para disimular la aversión que ya la gran España siente por su persona, no duda en refugiarse cobardemente bajo el generoso paraguas de nuestro Rey, al que amenaza tanto como a los medios de información que no controla. Estamos ante un autócrata.
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