Quien avisa no es traidor

Quien avisa no es traidor

Pongamos que vivimos en un país presidido por un tipo que llegó a la Presidencia del Gobierno de la nación de la mano de los enemigos de la nación constitucional de ciudadanos libres e iguales

Pongamos que los socios de la primera investidura de Pedro Sánchez, el presidente en cuestión, no sólo niegan la nación española sino que trabajan para derruirla y liquidar el orden constitucional que nos hizo ciudadanos  a todos los españoles.

Pongamos que ese presidente que mintió para llegar a serlo (“convocaré elecciones inmediatamente”) una vez logrado se apalancó en el poder contando con la ayuda de los representantes de Maduro en Europa, los golpistas, los proetarras, los comunistas…. , con todos los enemigos jurados de la democracia española.

Pongamos que ese presidente se presentó a las elecciones legislativas prometiendo endurecer el Código Penal y castigar con mayor dureza a los golpistas para evitar nuevos actos de sedición; pongamos que una vez elegido ha iniciado una reforma del Código Penal para suavizar las condenas de los delincuentes mientras estos prometen que volverán a delinquir.

Pongamos que ese presidente se presentó a las elecciones prometiendo que NUNCA  gobernaría con Podemos porque eso le “impediría” dormir tranquilo “como al noventa por ciento de los españoles”; pongamos que veinticuatro horas después de cerradas las urnas ese tipo presentó su coalición de Gobierno con Podemos y selló la traición a su palabra (y a sus votantes) abrazándose a Iglesias y haciéndole vicepresidente del Gobierno de España.

Pongamos que ese presidente negó rotundamente que fuera a hacer cualquier tipo de acuerdo con Bildu, partido prescriptor y defensor de ETA: “¿Cuántas veces se lo tengo que decir? ¿Se lo digo otra vez? No, no pactaré con Bildu…”.  Pongamos que pasadas las elecciones entregó el Gobierno de Navarra y otras instituciones  de la Comunidad Foral a Otegi, el jefe del cotarro. Pongamos que, además, el presidente explicó el acuerdo con los proetarras calificándolos de  ”progresistas”.  Pongamos que ese mismo tipo eligió suscribir pactos con el grupo de Otegi en el Parlamento Nacional y otorgar expresamente la consideración y el trato de “partido de Estado” a una formación que reivindica la historia de ETA y llama a sumarse a su grupo a los terroristas encarcelados por crímenes de lesa humanidad.

Pongamos que ese presidente negó que fuera a establecer cualquier tipo de acuerdos con los golpistas condenados en firme y encarcelados por uno de los delitos más graves contra la democracia, superado únicamente por el delito de terrorismo; pongamos que una vez elegido presidente se dedicó a cultivar su amistad, a rebajar políticamente la percepción de sus delitos calificándolos  como “errores”,  a iniciar el proceso para indultarlos, a constituir una Mesa con ellos que niega la soberanía nacional.

Pongamos que ese presidente designa como candidato para unas elecciones en Cataluña -el lugar desde donde se gestó el golpe contra la democracia- al ministro de Sanidad. Y que lo hace en plena ola de pandemia, en el momento más álgido desde hace un año. Pongamos que se niega a retrasar las elecciones a pesar de la gravísima situación sanitaria para favorecer que se celebren en el momento en el que a su candidato le va mejor.

Pongamos que las elecciones autonómicas en Cataluña se celebran en un momento en el que los contagios y las muertes están desbocados en esa comunidad autónoma. Pongamos que, a pesar de ello, los golpistas encarcelados salen a la calle a hacer mítines.

Pongamos que en ese clima de muertes y contagios los ciudadanos no pueden visitar a sus padres, no pueden visitar a sus abuelos, no pueden salir a dar un paseo por la calle de noche, no pueden reunirse con su familia, no pueden ir a tomar un café…. Pero pueden ir a votar incluso si están infectados; pueden ser miembros de una mesa electoral y atender a los infectados, pueden ir a los mítines que celebran el candidato Illa o los golpistas.

Pongamos que Illa dice que en su Gobierno no habrá independentistas. Pongamos que ese candidato es el mismo que dijo que no había riesgo de contagio, que no había que suspender actos multitudinarios, que no había que hacer test masivos, que las mascarillas no servían para nada y podían ser perjudiciales, que no había que cerrar Barajas a los vuelos con Reino Unido porque la cepa británica iba a ser, en todo caso, “marginal”…

Pongamos que los catalanes van a las urnas y votan a estos mentirosos redomados, a esa gente que ha puesto siempre el interés de su partido – o sea, su poder- por delante de la vida de los ciudadanos. Pongamos que después, en coherencia con todos sus antecedentes, los protagonistas vuelven a formar en Cataluña un Gobierno que trabaja para subvertir la democracia, arruinar el país, quebrar la igualdad entre españoles, y romper la convivencia entre catalanes.

Pongamos que eso ocurre. Entonces no podremos echar la culpa sólo a los falsarios y a los traidores, porque ellos se limitarán a hacer lo que ya han demostrado que quieren hacer, lo que ya están haciendo. Si eso ocurre la responsabilidad también será de aquellos que lo permitan con su voto o su silencio.

El voto es la herramienta más poderosa que tenemos en nuestra mano, la que aún no nos han podido arrebatar. Si no lo usamos para defender la democracia no podrán decir que no estaban avisados.

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