Los que nunca se van y los que nunca llegan

Los que nunca se van y los que nunca llegan
Los que nunca se van y los que nunca llegan

Yolanda Díaz decía la semana pasada que lo importante no son los políticos sino los ciudadanos (se le escapaba ese término tan liberal, cuando debía decir trabajadores camaradas), sin embargo, es imposible que tenga éxito un político que sienta demasiado desapego por sí mismo. Y es que lo primero que tienen que hacer los políticos es llegar y consolidarse en el poder; solo entonces pueden ponerse a pensar en los problemas de los demás. Como cuando te montas en un avión y te dan las instrucciones de seguridad: te dejan bien claro que te tienes que poner tu mascarilla antes de ayudar a ponérsela a los otros.

Y en esas está Boris Johnson. Aparentando, para intentar salvarse, tener una misión histórica para cumplir y estar llamado a ser el protagonista de su tiempo; el Churchill de este siglo que, igual que El viejo león fue señalado para salvar el Imperio Británico del terror nazi, Boris tenía que librarlo de la hidra europea que estaba chupando su vieja y egoísta alma. Pero ese pueblo fue cicatero con Churchill y se quiso librar de sus iluminadas extravagancias cuando todavía humeaba la cancillería en Berlín; e igualmente no va a dejar terminar su tarea a un oportunista como Johnson que se acerca a la política, como a las artes, como un diletante que no ve ningún problema en incumplir sus contratos y en mudar sus convicciones.

Y, sin embargo, la realidad es que, aunque al primer ministro el pueblo no lo va a salvar, es él mismo quien se ha desalojado del liderazgo de los tories, y en breve de Downing Street, por haber sido víctima de sus propias pasiones. Estos personajes, infieles a todo en lo material y en lo espiritual, solo hay una cosa que no pueden traicionar: su propio ego y, por tanto, sus pasiones. El gran Pablo Sandoval de la película El secreto de sus ojos infería para encontrar al asesino: “un tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión…, pero no puede cambiar de pasión”. Y de una obra maestra a otra; como los empleados de banca de Atraco a las 3 que esperan quedarse solos para perpetrar el asalto, los compañeros de Johnson en el partido conservador andan por ahí nerviosos y maldiciendo: “¡que no se va, que no se va!».

No obstante, y siendo que Boris se irá sin perder unas elecciones y habiendo probado su capacidad de resistir, puede hacer en el futuro lo mismo que Pedro Sánchez, que, dimitido por el Comité Federal del PSOE, vendió su alma a las bases más cafeteras del partido e hizo cierto aquello de que el que se va sin que le echen puede volver sin que le llamen.

Pero cerremos el circulo volviendo a Yolanda Díaz, que ya es la Yolanda, Yolanda, eternamente Yolanda de Pablo Milanés. Lo del viernes pasado en Matadero no deja de ser una pieza más en el soliloquio (más que monólogo) que está protagonizando, y que necesita presentar y explicar muchas veces para que no se entienda nada. Claro, que es una obra mayor conseguir presentar como un movimiento popular lo que en realidad es un diseño de consultor impulsado desde arriba de arriba para intentar que, como consecuencia del espectáculo que está ofreciendo Podemos, las urnas no se vacíen de los imprescindibles votos de la izquierda radical.

Moviéndonos en la lógica, una iniciativa política debiera responder a una inquietud o necesidad de la ciudadanía, formando un partido que las encauce recogiéndolas en un programa, y buscando, al fin, las personas que lo impulsen y a los líderes que lo dirijan. ¡Pues resulta que no! La política chulísima es justo lo contrario: lo impuesto e inamovible es el líder, después se convence a los partidos e instituciones para que apoyen ciegamente a ese líder y, al final, y si nos quedan ganas, pues se va a la búsqueda de la masa social y electoral. Nada hay más impostado, y quizás por eso nada haya más inútil que este ejercicio de manipulación, eso sí, con vistas al público en todos los telediarios.

Tiene gracia que sea esta señora tan vacía, ambiciosa, fatua y cursi (y aseguro que los adjetivos son de los compañeros o ex compañeros de Unidas Podemos) quien pretenda que los políticos no se ocupen de sí mismos, a la vez que quien exija a todos los demás que la dejen sola. ¿Motivos? Porque ella lo vale y porque, aunque sea un trampantojo, su proyecto es lo único que puede impedir que se venga abajo el chiringuito que da cobijo a todos. Así que ya sabéis- les dice. – La forma de sumar es no molestar; y sí(me) queréis algo, irsus a vuestra puñetera casa.

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