Pamplona: el héroe y la plaza (parte 2)

Pamplona, Paula Ciordia, Rafaelillo
Paula Ciordia

Si la semana pasada, hablábamos sobre la fiesta en San Fermín, hoy nos toca meditar sobre la idiosincracia del Coso de la Misericordia de Pamplona y los héroes. Cualquier parecido de este coso con el resto es casi casualidad, puesto que lo que sucede en esta plaza, conocida como La Meca –por la abreviatura Mca. ya en 1716–, es el fiel reflejo de la sociedad actual. Insensible ante el prójimo. Animalizada.

Mientras las plazas de toros se presentan como una especie de templo donde se ofrece culto a la belleza de las virtudes del hombre, y donde acude la gente que se siente en cierta manera perseguida por un sistema que trata de aniquilarlas, encontramos Pamplona desprovista de todo este halo de misterio, y entrar en ella es como no entrar en un lugar sagrado, sino en un concurrido parque aplazaolao de una ciudad cualquiera. El ambiente de la Meca no es un oasis en el desierto, es simplemente vulgar, propio de esta sociedad.

Los tendidos de sol en Pamplona no son la expresión genuina de un pueblo con raíces y creencias, es sólo degeneración de la faz oscura de la condición humana. Su comportamiento sociológico constata que el alma de nuestra sociedad está enferma, podrida, incapaz de experimentar piedad por un torero caído ni asombro por la mayor de sus suertes.

Me atrevería a decir que si la tauromaquia se consolidase ahora como arte, y no fuera una expresión decimonónica, las plazas de toros serían como ésta, un retroceso en la evolución civilizatoria del hombre. El reglamento sería propio de un circo romano, donde los antitaurinos y los antihéroes celebrarían sus aquelarres, cuyo propósito fundamental sería banalizar el bien y la belleza, sometiendo a los idealistas al martirio.

Esto lo vio con claridad el maestro Curro Romero. «Hay mucho ruido. Yo respeto san fermines, pero que también me respeten a mí. Si no me apetece torear en Pamplona, ¿para qué voy a torear ahí?», le dijo a Manolo Molés en una entrevista. Se sacudió las zapatillas, y no volvió más, añadiendo: «Los buenos aficionados, también lo pasan mal».

Pamplona es la antítesis de la tauromaquia. Seamos claros: ninguna figura iría a Pamplona, si no fuera por dinero –es la que mejor paga–. Algo que muchos no dirían de Sevilla o Madrid. Si los toreros se plantaran diciendo que ante el circo del sol, ellos no son ni payasos ni púgiles, como hizo el gran Curro Romero, la empresa no tendría más remedio que dedicarse a freír churros, convertirla en un centro comercial –como las Arenas de Barcelona– o en una sala de conciertos.

Ahora bien, si los toreros abandonasen a sus suerte Pamplona, se abre otro dilema. ¿Quién ganaría? ¿El torero por mandar o la sociedad actual por apoderarse? Es innegable que los antitaurinos habrían logrado algo: tomar una plaza que está desde hace décadas en guerra contra los cimientos de nuestra filosofía popular, porque no se confundan.

¿De verdad creen que Pamplona siempre fue así? ¿Que esta monumental se construyó para albergar a esta calaña inmoral? Precisamente fue impulsada por un sentido máximo de piedad al prójimo.

Quienes impulsaron la construcción de la plaza de la Misericordia de Pamplona lo hicieron porque sabían que podían contar con sus héroes de oro y percal, cuya motivación fue ayudar a los demás y cuantos más mejor, el sentido genuino de la fiesta. De hecho, todavía hoy lo recaudado va destinado al mantenimiento de un fin benéfico. La única plaza del mundo que preserva el fin para lo que fue levantada –como lo fue en su momento Zaragoza–.

Ahora bien, por qué Pamplona sigue resistiendo y atrayendo a aficionados de todo el mundo que estamos de acuerdo con Curro. ¿Por qué sigue siendo benéfica? ¿Cuál o cuáles son los hechos que nos empujan a vestirnos de blanco y rojo expectantes y seguir sentados?

El mayor ejemplo de todo ello lo hemos podido tener esta feria con el maestro Rafaelillo ante un toro de José Escolar que le fracturó ocho costillas además de provocarle un neumotórax. Su faena épica ante el toro, es una metáfora de nuestro propio destino vital.

Rafaelillo con su gesta hace que siga vivo el valor inquebrantable, la fortaleza de ánimo ante la adversidad y el dolor, y ante los fantasmas del recuerdo, pues si los toreros fueran supersticiosos, torearían siempre en plazas nuevas.

El maestro de Murcia fue faltamente cogido en san fermines de 2019 por uno de los miuras más pesados de la historia. Regresó en 2022, en 2023 y en 2024. Y este año, fue arrollado ante un animal de José Escolar, que pensábamos que lo había baleado hasta matarlo y que, ¡oh milagro!, no fue así.

Sin personas en la sociedad como Rafaelillo, el mal triunfaría. Porque cuando Rafaelillo se pone de rodillas, cuando Rafaelillo va a puerta gayola, cuando es cogido, cuando se levanta y se vuelve a ponerse en el sitio, y mata al toro, y lo vence, y le puede, y se va por su propio pie a la enfermería, Rafaelillo no piensa en el dinero, piensa en sus hijos, en que todo puede acabarse y se revela contra ello, él busca hasta el final lo que ha salido a encontrar desde el principio: la gloria de la honra.

Y la gloria de la honra a los católicos no la dan los hombres con el beneplácito de su aplauso, sino el Juicio de Dios. Podremos desaparecer de esta tierra, sin que la masa se haya enterado de nada, pero nuestros actos no pasan por alto ante los ojos de Él. El toro perdonó la vida al torero, sólo sabe el Cielo su motivo, pero nosotros podemos extraer de ello una gran moraleja.

Rafaelillo decidió seguir toreando, no abreviar, pese a que la mayoría era incapaz de callar, de sentarse, de observar atento el privilegio de tener ante ellos un guerrero de luz. De contemplar que la épica existe, que el pueblo español la preserva. Que nada está perdido mientras haya un sólo héroe que decide serlo, entregándose a su pasión. Esto es lo más valioso que nos enseña Pamplona.

Que cuando surja en nuestro foro interno la pregunta de la duda, ¿vale la pena seguir luchando ante esta sociedad envilecida?, se nos presente la imagen de este guerrero y nos inspire la fuerza suficiente para que nuestro ánimo no decaiga, sino que se crezca y contestemos con firmeza que siempre vale la pena luchar hasta el final, por la belleza, la libertad y el amor, porque sólo los héroes viven con plenitud en la existencia.

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