Lo llevamos claro con el clero

Anda revuelto el catolicismo patrio a raíz de las recientes declaraciones del líder de Vox, Santiago Abascal, contra la jerarquía episcopal española, una afirmación que venía a cuestionar los acuerdos de esta con un gobierno anticristiano y anticatólico con el que parece va de la mano en temas de inmigración, ilegal o no, algo que debería supurar las almas de quienes están vendiendo a sus fieles de toda la vida por tres centavos de subvención cainita. Hace mucho tiempo que notamos carestía de practicantes en las aulas, porque quienes hacen proselitismo de la caridad, se ponen del lado del pirómano que prende el fuego y no del militante estajanovista que les hace mantener la fe abierta.
Escuchar a ciertos obispos y arzobispos de boina y barretina hablar de xenofobia causa la misma hilaridad vergonzante que oír una cuña radiofónica de la Conferencia Episcopal solicitando marcar la casilla de la Iglesia para acoger a inmigrantes irregulares. Hay muchos millones en juego detrás de esa acción y declaración publicitaria, y eso es, precisamente, lo que ha tratado de sacar a la luz Abascal, con la consiguiente fatua eclesial, política y mediática de quienes asimilan cuestionar al hombre con criticar a Dios.
La incursión de los prelados en la política nacional parecía un privilegio unidireccional que ahora empieza a tornarse peligroso si osas subrayar su incongruencia de razonamiento. Si opinan de política y sobre los políticos, es razonable pensar que admiten su exposición a la crítica y el disenso. Pero no. Los mismos que callan ante los furibundos ataques que la izquierda canónica, esto es, anticristiana y proislámica, proclama contra la fe de Cristo, exacerban su radicalidad mitinera en misa y repican atizando al católico de a pie, ese que generosamente determina su bienestar cotidiano.
La Iglesia contribuye mucho al cuidado social de quienes menos poseen, llegando allí donde el Estado se lava las manos como Pilatos o delega a cambio de prebendas económicas que todos conocemos. Pero dicha labor pantagruélica en ayudar al prójimo no exime de crítica alguna. Porque la jerarquía católica no es la Iglesia, de la misma forma que la directiva del Real Madrid no es el madridismo. Confundir galones con soldadesca y masa social con dirigencia acaba por crear sectas de negocio de manera farisea.
Lo que está pasando con la inmigración en España merece ser analizando desde los datos y el sentido común que ofrece una realidad palpable: tenemos un problema de integración y convivencia favorecido por una política europea (y estatal) que en número y capacidad exprime los recursos de quienes mantienen el Estado en pie. Y es entendible la posición que defiende la no acogida de quienes vienen con intención de imponer sus costumbres por encima de las leyes propias, patrocinados por aquellos que desean este status quo y enriquecen a quienes ejercen de taxistas con su destino y desgracia, lo que calcina las raíces de Occidente y de la Europa fundacional.
Los popes de la Iglesia Católica entraron en el Concilio Vaticano II hablando latín y salieron esputando latinajos. Y en esa tenida asamblearia en la que parecen defender lo contrario de lo que predican, se indignan cuando alguien les recuerda que su labor de apostolado incluye siempre la de no sucumbir a la tentación del poder terrenal, aunque coman con él a menudo. Por desgracia, las misas que últimamente ofrecen ciertos gerifaltes en la España católica que dejó de ser nacional, compiten como homilías políticas con las del peor populismo peronista, del que tanto debe huir la Iglesia del siglo XXI.