«No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa»
El 31 de enero, a última hora de la noche, se cumplió un año exacto del diagnóstico del primer caso de contagio por coronavirus en España. Fue un ciudadano alemán, turista en La Gomera de un grupo de cinco, que quedaron ingresados y aislados en el hospital Virgen de Guadalupe de la isla.
A partir de ese momento, nacía un 2020 que tiene ya su redonda cifra inscrita como año negro en la Historia de España y del mundo, al igual que lo están por sus consecuencias sanitarias y colaterales en pérdida de población y económicas, los años del siglo XIV que sufrieron la peste bubónica, o los del siglo pasado que coincidieron con la mal llamada «gripe española».
Con la pandemia, también nació una estrella de la TV: Don Simón, médico ‘director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias’. En su presentación comenzó lanzando un pronóstico que ya es historia: «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». Pero como «por sus frutos les conoceréis», las cifras hablan por sí mismas: hoy estamos en un «puñado» de 2,8 millones de contagios y más de 83.000 fallecidos, con una «transparencia» de gestión que nos impide saber el número real de víctimas. A un año vista, lo único que podemos afirmar es lo que en su día y en frase célebre, dijera Ortega: «No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa».
Tras la primera ola, Pedro Sánchez nos dijo enfáticamente que habíamos derrotado al virus y disfrutáramos de la «nueva normalidad». Nadie sabía qué significaba ese oxímoron, pero su persona y su Gobierno actuaron en consecuencia, y así, él pasó unas largas vacaciones estivales de palacio en palacete; mientras Don Simón surfeaba en el Algarve portugués. Entre tanto, la segunda oleada avanzaba imparable y pasábamos a la «cogobernanza», consistente en que el Gobierno no ejerce ninguna efectiva coordinación, y las comunidades actúan con el criterio del «sálvese quien pueda».
Hoy Don Simón sigue en su puesto, convertido tristemente en un «juguete roto» en manos de Sánchez, como burladero tras el que refugiarse de las críticas, en una actuación que no deja de ser una parodia de cómo transmitir información científica rigurosa y solvente, respecto de una tragedia de dimensiones desconocidas desde la Guerra Civil. Su jefe Illa, ya sabemos que es candidato a presidir la Generalitat de Cataluña, en una surrealista campaña a juego con el paisaje, con inéditos mítines arengados por políticos condenados y presos por haber organizado un auténtico golpe de Estado desde el poder, interveniendo en ellos impartiendo doctrina para seguir en el poder que utilizaron vulnerando el entramado jurídico constitucional y estatutario, sin expresar el más mínimo propósito de enmienda. El Govern va a ser una réplica en Cataluña del tripartito que de facto gobierna en toda España —con o sin apoyo de Arrimadas— que, a este paso, puede tener larga vida, con lo que el panorama para los denominados «constitucionalistas» es sencillamente desolador.
No perdamos de vista que Sánchez e Iglesias lucen orgullosos en la solapa el emblema de esa Agenda que nos promete un mundo feliz y un Nuevo Orden para 2030 sostenible, verde, feminista, y centrado en el cambio climático y el calentamiento global, con la entrada en escena hasta ahora de Filomena y los terremotos en Granada, mientras Justina ya apunta maneras.
Para llevarnos a esa nueva frontera, Pablo Iglesias es nuestro guía como vicepresidente y ministro de esa Agenda, así que en estas manos estamos. ¿Alguien dejaría a su cargo la gestión de una gran corporación multinacional durante diez años? Aunque resulte difícil imaginar que la curva del país no haya tocado fondo todavía, tenemos por delante una década prodigiosa para conseguirlo de la mano de una tripulación dirigida por Sánchez e Iglesias. Abróchense los cinturones, que vienen curvas. «No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa». Lo único que sabemos, es que no sabemos nada.