Ministros sin corbata

Ministros sin corbata
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Así han acudido el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y el ministro de Consumo, Alberto Garzón a jurar sus cargos en el Gobierno de España ante el jefe del Estado. El protocolo de la Casa Real establece para estos actos chaqueta y corbata para los varones, pero hay quienes no lo cumplen. Tiene relativa importancia sino fuera porque quienes desprecian este y otros protocolos se muestran después sumisos ante los que exigen a las mujeres cubrirse la cabeza para tratar con musulmanes, o son escrupulosos y exigentes con las prebendas que les confiere el protocolo a sus cargos.

Puestos a desautorizar protocolos podrían empezar por renunciar al coche oficial y los escoltas, viajar a su trabajo en sus coches o transporte público para ganar credibilidad entre lo que predican y lo que hacen, que suele ser radicalmente lo contrario. El coche oficial para los actos oficiales y una vez acabada la jornada, a su casa en su coche pagando su gasolina.

La experiencia señala que no solo no renunciarán a más protocolos que a esos gestos que sirven para ofrecer carnaza a sus seguidores, sino que en lo demás suelen llegar ávidos de poder, uso y abuso de los recursos oficiales, incluidas tarjetas de pago del ministerio para sufragar sus gastos de comidas, viajes y otros. También podrían dejar de aplicar el protocolo que les concede derecho a nombrar varios asesores, normalmente amigos a los que garantizan un buen salario y relaciones para el futuro durante el tiempo que dure su cargo, más luego el tiempo de cesantía, pero no actuarán así porque nunca hacen nada que les suponga esfuerzo, sacrificio personal, dejar de arramblar con lo que buenamente puedan en gastos, medios, colocación de amiguetes, salarios y prebendas para el futuro.

Me decía hace poco un comunista de más de 80 años que por el miedo que pasaron él y sus compañeros, la gente que fue detenida y encarcelada y por la lucha que llevaron a cabo contra el fascismo franquista, los comunistas españoles no merecen las descalificaciones que les están cayendo ahora con los “iglesias” y “garzones”. Viendo a estos neófitos comunistas parece justo nombrarlos como estalinistas o bolcheviques antes que comunistas. Igualmente procedería dejar de llamar socialistas o socialdemócratas a los seguidores del PSOE, que merecen ser reconocidos como sanchistas o populistas.

El comunismo español, de la mano de Santiago Carrillo y “la Pasionaria”, superó la guerra civil y aceptó cerrar aquella etapa negra de la historia de España de la que fueron protagonistas (héroes para unos, asesinos para otros). Llegó con ellos el eurocomunismo, alejado de las tesis soviéticas que inspiraron al comunismo español entre 1930 y 1976. Otra cosa son los nuevos cachorros del comunismo, nacidos y educados en libertad y con todo lujo de comodidades en nuestra sociedad, de las que no disfrutan en los países de regímenes comunistas que tanto añoran. Estos nuevos políticos estalinistas, mientras viven aquí a cuerpo de rey en comparación a como lo hacen la mayoría de ciudadanos en esos países (Cuba, Corea del Norte, Venezuela…), defienden aplicarnos ese modelo de sociedad sin libertades, derechos humanos (ni civiles, políticos, ni ningún otro), incoherencia que no impide que sumen millones de votos de personas de clase media, con estudios y trabajo, hijos de padres que nunca han sido pobres. Eso sí, predican la revolución para llegar a su paraíso sin corbatas, símbolo masculino occidental que solo usan en situaciones concretas por su importancia y ser nombrados miembros del Gobierno de España para ellos no lo es. Nos darán días de gloria.

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