La inmigración irregular: compartida con la UE y cuestión de Estado

La inmigración irregular: compartida con la UE y cuestión de Estado

Uno de los grandes desafíos del actual mundo globalizado es la inmigración «irregular», entendiendo por tal la que  se realiza al margen de la ley, por personas que buscan en otros lugares una esperanza de futuro y de vida que no encuentran en sus países de origen por razones económicas y sociales. Las tecnologías de la información y comunicación posibilitan algo inédito hasta ahora: comprobar on line, en tiempo real, que junto a lugares de pobreza extrema, existen sociedades y países con un nivel  de vida que resulta incomparablemente mejor. De esta forma, surge de manera natural el deseo de emigrar en busca de «El Dorado», al igual que aparecen las mafias ofreciendo los medios para hacerlo posible. Así tienen lugar las grandes corrientes de flujos migratorios desde zonas del denominado tercer o cuarto mundo hacia el primero o superdesarrollado.

No sólo son razones calificables como simplemente egoístas las que establecen fronteras no geográficas a esos deseos de migrar. En esta oposición a inmigraciones masivas de personas de cultura y religión diferentes, también existen legítimas razones basadas en la defensa de la identidad nacional que se desea preservar, que quedaría diluida haciendo muy difícil la convivencia. La multiculturalidad no es una respuesta adecuada a este reto, porque no da lugar a un entendimiento social, sino a la mera yuxtaposición de guetos de etnias diversas, que en el mejor de los casos consigue una «coexistencia pacífica».

En el continente africano conviven  países de etnias, religiones y culturas muy diversas, tanto como desiguales niveles de desarrollo económico y social poseen. En su seno existen zonas como el «West Sahel» -Níger, Nigeria, Malí, Senegal y Mauritania- de donde parten muchos de esos flujos migratorios, deseando alcanzar el bienestar europeo a través del Mediterráneo central por Libia y Lampedusa en Italia; y del Mediterráneo occidental por Marruecos y Argelia hacia España, vía Ceuta, Melilla y el Estrecho. Otra ruta es la de la fachada atlántica, que tiene como objetivo también la UE por España a través del archipiélago canario.

Por tanto, nuestra situación geográfica nos convierte en un destino estratégico muy codiciado por esas mafias para su criminal labor, y exige de nosotros mantener una política migratoria rigurosa y muy coordinada a nivel europeo, ya que los países ribereños del sur, y especialmente Grecia, Malta , Italia y España, somos la primera línea de contención de esos flujos hacia el resto de la UE.  A estos efectos, es una realidad insoslayable la libertad de circulación de personas entre países vinculados por el Acuerdo Schengen.

Pero hace unos años la UE implementó una política de reasentamientos y reubicaciones con ocasión de la crisis de los migrantes refugiados, que requiere de una severa actualización. En última instancia, no hay que perder la perspectiva del problema: África crece con una tasa de natalidad inversamente proporcional a su crecimiento económico, mientras que en Europa sucede exactamente lo contrario. El Mare Nostrum ya no es la inexpugnable barrera  natural entre ambos mundos de siglos atrás, y ante previsibles futuras  oleadas migratorias de millones de personas que no tienen nada que perder, porque nada poseen, no bastan medidas como las actuales de contención del problema a corto y medio plazo.

Emulando el Plan Marshall para la reconstrucción de la Europa devastada tras la Segunda Guerra Mundial, se ha hablado mucho de un plan similar para África que nunca se ha concretado. A largo plazo, la única respuesta sostenible es una intensa cooperación al desarrollo por parte de la UE con los países de origen de esos flujos. Mientras ese momento llega, no hay margen para políticas individuales y populistas de solidaridad de escaparate, como la que protagonizó Sánchez nada más llegar a Moncloa, recibiendo al Aquarius con más de seiscientos inmigrantes a bordo después de que Italia denegara su desembarco. Los «papeles para todos» y los falsos humanitarismos no solo no arreglan el problema, sino que lo empeoran, creando un creciente rechazo social a necesarias políticas de inmigración. Ahora Canarias padece la respuesta al «efecto llamada» y al populismo irresponsable del Gobierno -con Iglesias reivindicando la autodeterminación para el Sáhara, todo puede ocurrir-. Hemos ido del Aquarius a Arguineguín.

 

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