El gran triunfo del estadista Núñez Feijóo
La prensa, los digitales y los columnistas madrileños del centroderecha amanecieron unánimes después de la generosidad de los concejales del PP al votar a los alcaldables del PSOE para así cerrar el paso a los independentistas de Junts en el ayuntamiento de Barcelona y a los bildutarras en algunos consistorios vascos. «Que us bombin a tots!», vomitó para jolgorio general un disgustado Xavier Trias, el candidato de Junts. Siguiendo los pasos de aquel legendario editorial único de la prensa catalana que ya ha pasado a los anales de la infamia del periodismo, ahora era la prensa de Madrid la que en grandes titulares aclamaba a coro a Núñez Feijóo por su proverbial «sentido de Estado». Y es que ya conocemos, más aún en Baleares, la capacidad divulgadora de la vanguardista Cataluña a la hora de extender modelos de comportamiento político a la rezagada España, desde cordones sanitarios a alertas antifascistas, pasando por editoriales únicos.
Sentido de Estado
Tras la abnegación de los concejales del PP para favorecer a los Collboni y compañía, las cabeceras en su totalidad se hacían eco del «sentido de Estado» de un exultante Núñez Feijóo que a su vez avisaba a Sánchez: «Se acabaron las trincheras», sugiriendo, como ha ido reiterando durante toda la campaña electoral, que había que superar la política de bloques derecha-izquierda que devora España. Y sentenciaba acto seguido: «Vine para dos cosas: preservar la palabra y hacer política de Estado».
Nada nuevo bajo el sol. Dos meses antes, el estadista gallego abrigaba la esperanza de que «algún día el PSOE volverá a serlo y ahí nos volveremos a encontrar para construir una España mejor». Feijóo abría el PP actual a la gente con «sentido de Estado» que ahora «no cabe en el partido de Sánchez». En mayo Feijóo apelaba a los «verdaderos socialistas» como Felipe González ante un PSOE «en fase de extinción» con Pedro Sánchez. Estaba convencido de que «a los socialistas que no dependen de la nómina del sanchismo les duele todo lo que está pasando» y llamó a «rebelarse contra los pactos vergonzantes» de Sánchez con EH Bildu. Feijóo pidió el voto «a los socialistas avergonzados de lo que está haciendo Sánchez en nombre del PSOE».
Pactos con el PSOE
«Vox no es un buen socio, me siento más cercano a Page. Si necesito veinte escaños voy a hablar con el PSOE», afirmaba rotundo el candidato del PP. En el triunfante cara a cara que contemplaron seis millones de espectadores, Feijóo no se cansó de ofrecerle a Sánchez un pacto para que gobernara la lista más votada y así huir de los «extremos». Quien pretendía «derogar el sanchismo» ofrecía pactos con lo que quedaba de sano y verdadero en el PSOE, un partido bueno y «de Estado» pero secuestrado y corrompido por el maléfico Sánchez. La corrupción, ya se sabe, comienza por la cabeza. Incluso presumía en un vídeo de haber votado «por convicción» a Felipe González, su nuevo amigo de cenas. «Consultaré a Felipe González de forma intensa si soy presidente del Gobierno», afirmaba un centradísimo Feijóo, deseoso de ser acogido en la familia progresista.
A pocas semanas del 23-J, Núñez Feijóo todavía prometía que llamaría a los barones del PSOE si ganaba para que convencieran a Sánchez de que dejara gobernar al PP porque, siempre según el buen juicio del gallego, aún quedaban «algunos sensatos» en la formación socialista. Dos días antes del 23-J todavía insistía en la importancia de «romper con los bloques y los bloqueos», haciendo hincapié en la necesidad de superar las divisiones políticas y trabajar en conjunto por el bienestar de España. Sin duda, todo un estadista.
El día después: vuelta al bipartidismo
Los resultados del 23-J han supuesto un triunfo en toda regla para Alberto Núñez Feijóo. Ha convertido a su partido en la fuerza más votada, ha logrado tres millones de votos más que en los comicios de hace cuatro años y, sobre todo, no depende de la «extrema derecha» para gobernar. Sólo depende del PSOE, este otro «partido de Estado» al que ha venido apelando una y otra vez desde hace meses. Los españoles han hablado y apostado nuevamente por el añorado bipartidismo, un mal menor a fin de cuentas si lo comparamos con la inestabilidad y la degradación institucional que se ha apoderado de España desde 2015.
Es cierto que Feijóo probablemente no pueda «derogar el sanchismo» como anunciaba pero ello no es óbice para no intentarlo. El líder del PP tiene dos opciones para romper con la política de «bloques y bloqueos» que vino a desterrar y evitar así la humillante participación de Junts, ERC, PNV, BNG y EH Bildu en la gobernanza de España.
La primera opción es explorar junto con su compañero de cenas, Felipe González, y algunos socialistas buenos como Redondo Terreros y Joaquín Leguina, si todavía quedan media docena de diputados socialistas «verdaderos» y «buenos» para que le dejen gobernar junto con Vox cuyos dirigentes al parecer estarían dispuestos a apoyar a Feijóo en un gobierno de salvación nacional. Con un poco de suerte incluso, esta primera opción le permitiera tal vez «derogar el sanchismo».
La segunda opción pasa sencillamente por regalar los votos al PSOE y dejarle gobernar a cambio de un acuerdo programático -como han exigido a Vox en Baleares, sin ir más lejos- para que Sánchez pueda gobernar sin hipotecas de los independentistas ni prófugos de la Justicia ni ultraizquierdistas. No podrá «derogar el sanchismo», ciertamente, ni tampoco repartir suculentos ministerios ni apetecibles subsecretarías de Estado como hacía pocos días antes del 23-J cuando deshojaba la margarita, un asunto menor de todos modos para una formación como la de Feijóo a la que nunca han interesado las sillas sino las ideas de sus votantes a diferencia de estos voraces poltrónidas de Vox, preocupados sólo en sillas y sillones. A cambio el gallego dará varias lecciones: una de regeneración democrática, otra de centrismo bien entendu al apoyarse en formaciones moderadas como la suya y el PSOE, otra de auténtica política de Estado y otra de sacrificio en el altar de la integridad de la nación española. Cuatro lecciones éticas, institucionales y cívicas ante cuyo desprendimiento la mera ocupación física del poder apenas tiene importancia.
Conseguirá así superar los bloques y los bloqueos; dará una lección de «sentido de Estado» como la que ya dio su partido en Barcelona y las Vascongadas en la constitución de algunos ayuntamientos; e invitará al PSOE, con su ejemplo como mejor virtud, a deslizarse en la buena dirección hacia aquel «partido de Estado» que un día fue y que, obligado por sus lamentables compañeros de viaje en los que no tuvo más remedio que apoyarse, dejó de ser. De avanzar aunque sólo fuera un ápice en esta buena dirección, la de regenerar al PSOE, Feijóo contribuiría a terminar con la pesadilla de las «trincheras guerracivilistas» que mantienen a España en vilo. Este es el sacrificio que para España esperamos de Núñez Feijóo todos aquellos que confiamos en su notorio «sentido de Estado» el pasado 23-J. No esperamos menos de sus promesas, de sus principios, de su probidad. Todo sea para construir una España mejor y menos dividida. Repito, no esperamos menos. No nos decepcione.
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