La hispanofobia es impotencia


Ya ven cómo ha acabado el procés. Tomándola con una heladería de Barcelona. Un ex diputado de la CUP, Antonio Baños, no ha tenido inconveniente en decir que el local en cuestión «es nuestro enemigo». Como si se tratara de una guerra. El local ha acabado vandalizado.
Es curioso porque Messi jugó 21 años en el Barça y nunca hubo queja alguna. A pesar de que nunca se le oyó palabra en catalán alguna. Es que ni siquiera un «bon dia», la versión autóctona del «buenos días».
Lo cual, por otra parte, tampoco fue impedimento para que la Generalitat le otorgara la Creu de Sant Jordi en el 2019. Bajo la presidencia de Quim Torra, el mismo de las «bestias taradas». Supongo que, secretamente, albergaban esperanzas de unas palabras a favor de la causa. Pero ni eso.
Yo siempre lo he dicho: el procés tiene más causas psicológicas que políticas. A medida que se ha constatado su fracaso, ha aumentado la desazón, el desasosiego, la mala leche. Los catalanes no tenemos nunca la culpa de nada. Y menos los indepes.
Al fin y al cabo, prometieron la independencia a los 18 meses, allá por el 2015. Ahora lo paga un establecimiento argentino del barrio de Gracia. En el fondo, estos episodios son la constatación de un fracaso. Alguien tiene que pagar los platos rotos. No van a ser ellos. La hispanofobia es impotencia.
Hay más ejemplos. En Amer, el pueblo oriundo de Puigdemont, celebraron la fiesta mayor con una foto del Rey cabeza abajo. No quiero ni pensar qué habría pasado si, en un municipio del resto de España, hubieran hecho lo mismo en una imagen del ex presidente de la Generalitat. Habría salido sin duda por TV3. A la altura de la cumbre de Trump en la Casa Blanca con Zelenski y el resto de líderes europeos. Excluido Pedro Sánchez, que continúa en La Mareta.
Lo que no saben los vecinos es que este pueblo de Gerona tiene dos hijos predilectos: Uno es Puigdemont. Nombrado en el 2016. El otro es el alcalde franquista de Barcelona, José María Porcioles, uno de los más longevos del régimen, (1957-1973), que había nacido en el mismo municipio. Cosas del destino.
En agosto del año pasado, en Villafranca del Panedés (Barcelona), un ex concejal de la CUP —reconvertido en pregonero por obra y gracia del PSC— también acabó su intervención con un «buena fiesta mayor y puta España».
Parece ser que fue elegido por el equipo de gobierno para llevar a cabo semejante cometido por ser «una persona sociable, conciliadora y con muy buena capacidad comunicativa». Si se descuidan. Los socialistas siempre con complejos.
A raíz de la polémica, busqué su currículum en LinkedIn. Psicólogo de profesión, está especializado en la lucha contra el consumo de drogas. Actualmente, es coordinador del Departamento de Prevención de la Fundación Salud y Comunidad, vinculada a la Universidad de Barcelona, una de las más progres. El rector es indepe. Hace poco hasta salieron de X.
Quiero decir con ello que tiene un sueldo público o semipúblico. Si tuviera que vender cava por municipios del resto de España, otro gallo cantaría. El pregón en cuestión tuvo notable eco en la prensa, pero no sé si influyó en el consumo. Como no sé, por otra parte, si hubo un descenso de las ventas durante el procés.
A fin de cuentas, Villafranca se vende como la capital del cava. Condición con la que compite con la vecina San Sadurní de Noya. Ambas estaban llenas de lazos amarillos en los momentos más eufóricos del procés.
Los incidentes obedecen, en todo caso, a un conflicto psicológico irresoluble. El líder del PP catalán definió magistralmente este conflicto durante un debate organizado por SCC hace dos años para recordar las infaustas leyes de transitoriedad y de referéndum del 6 y 7 de septiembre del 2017.
Alejandro Fernández, que si nunca deja la política podría dedicarse a la psiquiatría, afirmó que «hay una mezcla de complejo de inferioridad y de superioridad». «Por un lado, nos consideran inferiores, nos llaman ñordos, colonos, etc. etc. Y, por otro, se preguntan cómo es posible que estos ñordos nos tengan colonizados», añadió entre aplausos del público asistente. Dio en el clavo.
El procés siempre fue un quiero y no puedo. Es como preguntar aquello de ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? Para algunos, España podría ser el padre; Cataluña, la madre. O al revés. Lo dejo a su criterio.
Lo que pasa es que todo ello confirma también que el conflicto en cuestión sigue latente. Y que la amnistía no ha servido para garantizar la «convivencia» como proclamaba Pedro Sánchez.
De paso desmiente también a Salvador Illa, aquel que iba diciendo, antes de que Sánchez necesitara los votos de Junts y él los de ERC, que «ni amnistía ni nada de eso». Estamos como estábamos.