¿España en el pasillo estrecho?
En ¿Por qué fracasan las naciones? (Deusto, 2012), Acemoglu y Robinson investigaban por qué unos pueblos son ricos y prósperos y otros no. Según ellos, la razón no se encuentra en los seres humanos, la geografía, los antepasados o en la genética, sino en las instituciones; si éstas respetan la propiedad privada, la libertad de elección, la participación ciudadana y la igualdad de oportunidades, entonces, la riqueza llega sola.
A esas instituciones les llaman inclusivas, frente a las extractivas, en las que unas élites, que concentran el poder, extraen y acumulan los recursos del resto de la sociedad, y así consolidan su poder político. En este tipo de instituciones extractivas se encuentra el origen del fracaso de los países.
Pero les quedaba una cuestión por resolver: ¿Por qué unas sociedades logran tener instituciones inclusivas y otras no? A ello dedican su segundo libro “El pasillo estrecho” (Deusto 2019) en el que explican cómo unas sociedades han conquistado la libertad y otras, en cambio, se ven sometidas a tiranías o regímenes incompetentes.
Su tesis parte de que la libertad no es el estado natural del hombre, y los pueblos (tal como ha ocurrido –y ocurre- a lo largo de la historia) pueden perderla en dos tipos de situaciones: cuando los fuertes dominan a los débiles en sociedades sin un Estado capaz de proteger a sus habitantes; o, cuando, por el contrario, son los Estados los que se hacen tan fuertes y la población no es capaz de defenderse de su despotismo.
Entre ambos existe un pasillo estrecho en el que se encuentran las sociedades más prósperas y libres, las que consiguen mantener un equilibrio entre un Estado eficaz (pero no despótico) con una sociedad activa (pero no anárquica).
Pero el mantenimiento de ese equilibrio no es una cualidad estática sino un logro dinámico. Para explicarlo recurren a la metáfora de la carrera de Alicia en el país de las maravillas con la Reina Roja. En aquella carrera, ambas corrían sin parar sin moverse del sitio. Y eso, aunque parezca absurdo, es lo que debe ocurrir para permanecer en ese pasillo de la libertad, que tanto la sociedad como el Estado mantengan un dinamismo paralelo, pues, si solo uno de los dos avanza y se distancia del otro, caerán en la zona de las anarquías sin Estado o en la de los Estados despóticos.
Mientras leo este libro pienso en España. Parece escrito para nosotros ¿O no está nuestra sociedad quieta, mansa, mientras el Gobierno, aprovechando una pandemia que nos distrae de su avance totalizador, corre en una dirección liberticida? ¿No nos lleva eso, como advierten los prestigiosos profesores, a salirnos del pasillo?
Porque mansa está esa parte de la sociedad que, conforme con la agenda totalizadora, cree en ella y tiene fe en los cantos de sirena de unos ideales -nacionalistas o socialistas- que en otra época trajeron tantos sueños como muerte y miseria. Y con su apoyo y regocijo el Gobierno corre haciéndose con el Estado, anulando al Rey, despreciando al Parlamento e invadiendo el poder judicial y la fiscalía. ¿De quién depende la fiscalía?, pues eso.
Mansos también los que, como en aquel poema de Martin Niemöller, siguen callados porque creen que los pasos que da el Gobierno arrebatando su responsabilidad y su libertad no les afectan, y que artículos como este son una exageración. Mientras, el Gobierno aprueba una ley de educación y aquellos, distraídos con anécdotas que a los medios gusta destacar, no reparan en lo relevante de la Ley: es el Estado el que decidirá por los derechos de los alumnos. ¿De quién son los niños?, pues eso.
Mansos también quienes, despojados de su empresa o trabajo, quedan abonados a las ayudas del Gobierno, que se presenta como salvador a fin de mes, artífice de un escudo social basado en el asistencialismo. Cuanta más dependencia del pueblo, más poder del Gobierno. ¿De quién depende su nómina? pues eso.
Pero muchos de ellos se resisten a la mansedumbre, quieren más oportunidades y menos anuncios de ayudas millonarias que se atomizan y eternizan en su reparto, quieren ser responsables de su desino. También quedan quienes aprecian la libertad y quieren combatir la agenda totalizadora del gobierno. Entonces el Gobierno también corre, a amordazarles con un Ministerio de la Verdad para que no beban lejía o a martillear con propaganda de televisiones subvencionadas. ¿De quien depende RTVE? Pues eso.
Y así, España se acerca rápidamente a la línea que separa las naciones prósperas y libres, de las que son despóticas y pobres aunque se disfracen de democracia.
Ya advirtió Tocqueville, hace más de siglo y medio, del riesgo de un nuevo despotismo que convertiría a las naciones en un rebaño pastoreado por el Gobierno. Depende de las naciones, decía, “que la igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a la ilustración o a la barbarie, a la prosperidad o a las miserias”.
En eso estamos, y de que corra la sociedad depende. El Gobierno no para de correr ¿Y usted?