La derrota de España
Desde el jueves 24 de mayo, tras conocerse la sentencia de Gürtel, comenzó a tejerse un tenebroso plan por parte de los enemigos de España. Rivera, sin darse cuenta, colaboró involuntaria e inconscientemente en su inicio y sólo al final se ha percatado de su error. Así, cuando el líder de Ciudadanos dice que “hay un antes y un después en las relaciones con el Gobierno”, abre la puerta, sin intención alguna, para que dicho plan tenebroso vaya tomando cuerpo, y cuando pide elecciones inmediatas, probablemente por cálculo electoral al calor de las encuestas que lo sitúan en cabeza, termina de abrir la puerta, insisto, sin pretenderlo, a dicho plan.
Ese plan no es otro que el de los enemigos de España, que aprovechan esas primeras críticas demandando elecciones para utilizar a un político con ansias de poder, Pedro Sánchez, —que sólo tiene el empeño de llegar a la presidencia del Gobierno— para que allane el camino por el que ahora transitan los independentistas y sediciosos. Dicho plan comienza a tejerse, empleando como excusa la sentencia de Gürtel, y se plasma en el registro de una moción de censura contra el Gobierno del PP. En principio, 84 diputados, los firmantes de la moción, no pueden ni sacarla adelante ni dar soporte a un hipotético Gobierno. Sin embargo, Sánchez comparece para aclarar que pide el voto a todos, también a los independentistas. Podemos se entusiasmaba sin condiciones y ERC y el PDCAT lo miraban con simpatía. El principio de la derrota de España comenzaba a fabricarse.
Los números son tozudos, y las cuentas no salían sin el concurso del PNV. Todos los comentaristas repetían que el PNV tiene sus cosas, pero que son serios y de fiar, y que con la buena tajada que habían obtenido en los PGE no iban a derribar al Gobierno de Rajoy. Eso también lo creyó el propio Gobierno. En esa creencia y confianza en los socios presupuestarios vascos, el Gobierno cayó en la trampa trazada. El PNV daba largas, para al final, exigir la dimisión de Rajoy si no quería el PP que apoyasen la moción de censura, al tiempo que le hacía decir a Sánchez que gobernaría con los presupuestos del PP. La Bolsa caía y la economía se hundía, pero eso les daba igual a Podemos y los independentistas, porque eso no les importa; es más, cuanto peor le vaya a España, mejor para ellos. A Sánchez, porque al igual que “París bien vale una misa”, llegar a La Moncloa no tiene precio para él.
Y así, al mediodía del viernes pasado, la derrota de España se consumó: Pedro Sánchez consiguió su objetivo de ser investido presidente como sea y a costa de lo que sea, mientras, previamente, Margarita Robles decía que su objetivo era continuar con el plan de Zapatero —es decir, que nos esperan ruina, pobreza y paro masivo—, mientras que los independentistas del intento de Golpe en Cataluña, los independentistas del PNV y los independentistas del antiguo brazo político de ETA, partido que tiene como líder a Otegi —vuelta a Zapatero, como decía Robles, ya que el expresidente llamaba al vasco “hombre de paz”—, aplaudían a rabiar, junto a los populistas de Podemos.
Incomprensiblemente, Rajoy no empleaba la dimisión para frenar el esperpento, y no es cierta la excusa de que Sánchez fuese a salir elegido en una investidura, porque no es lo mismo el odio al PP que unió a todo ese frente en la censura, que el lograr los apoyos en una ronda de consultas con el Rey, porque no se lo habrían dado tan claro —o el PSOE lo habría podido impedir—, y habríamos ido a elecciones. Enfrente, Coalición Canaria, Ciudadanos y el PP. A ellos les corresponde hacer las renovaciones necesarias, dejar al margen disputas estériles y articular una fuerza ganadora para rescatar a España del desastre en el que esta coalición tenebrosa de la izquierda más extrema y los independentistas va a dejarla metida.