Abengoa: ¿Dónde quedó la serenidad de Benjumea?

opinion-clara-zamora-meca-interior (2)

Cuando se estudia una época pasada, es divertido ver cómo los personajes que resaltan por hacer obras o hazañas extraordinarias mantienen lazos de amistad entre ellos. No es casual, en este sentido, que uno de los privilegiados de la Sevilla de los años 40 llamara a su amigo porque no había manera de apagar la bombilla del techo de su dormitorio para conciliar el sueño. “Javier, esto no se apaga, ¿qué hago?”, suplicó una noche José María Ybarra y Lasso de la Vega, IV conde de Ybarra, tan halagado por disfrutar de la primera electricidad doméstica como fastidiado porque aquella penetrante luz que no le dejaba dormir. “Tírale una zapatilla. Mañana hablamos”, contestó Benjumea. Esta anécdota me la contó el hijo de Ybarra, en una divertida charla en su naviera.

Ahora que Abengoa está en causa de disolución, es justo recordar el papel que esta empresa y su familia fundadora han jugado en beneficio de la economía española. Que su origen sea sevillano hace que tenga un color especial, un signo distintivo por así decirlo, que llena su historia de insignes celosías, con buganvillas en sus tapias. Lejos de las solicitaciones de la vida empresarial y su alcance político, no es lícito vivaquear en el olvido y restar su sitio a la aguda y oportuna inteligencia del gigante de toda esta historia: Javier Benjumea Puigcerver, I marqués de Puebla de Cazalla.

Desde sus inicios en plena etapa autárquica hasta su consolidación medio siglo después como empresa de ingeniería internacionalizada, su objetivo ha ido adoptando una estrategia definida por la identificación de oportunidades en sectores de alto potencial de crecimiento, replicando así sus éxitos, reconfigurando continuamente sus límites y capitalizando el conocimiento interno acumulado. En la década de los sesenta, Abengoa participó en la puesta en marcha de la primera nuclear española y se abrieron nuevas vías en los sectores siderúrgico, minero, químico y petroquímico, formando además parte nueva las telecomunicaciones y la electrónica. A final de esta década, la plantilla se había triplicado, con más de dos mil setecientos empleados. El ascenso seguía meteórico. En la década siguiente, y a pesar del desfavorable escenario económico vigente, su crecimiento fue de un setenta por ciento superior a la anterior.

En 1991, Abengoa cumplió cincuenta años. Su evolución en las principales magnitudes de negocio era espectacular. Había pasado de ser una empresa de servicios de ingeniería eléctrica a un grupo de contratas diversificado, con un valioso capital humano y la presencia de una cultura empresarial fuertemente impregnada por los valores de su fundador. Sus títulos comenzaron a cotizar en Bolsa. La gran obra de Benjumea, nacida de la nada, con escasísimos medios, al finalizar el siglo XX, estaba en todo el mundo, siendo cabecera de más de doscientas sociedades y con una plantilla de casi diez mil trabajadores.

El fruto formidable del I marqués de Puebla de Cazalla fue el resultado de su creatividad, tenacidad, capacidad para formar y liderar equipos, de su saber inspirar confianza en las entidades financieras, en los clientes y proveedores. En paralelo, es justo destacar sus valores humanos. Formó una familia sólida, que sigue unida y orgullosa de su estirpe. Y una cuestión más a resaltar: su amor y fidelidad a su tierra, a sus raíces, su sevillanía. La empresa nunca ha movido su domicilio social de esta tierra, preocupándose además por la educación y por la investigación de forma constante y activa. Fidelidad a sus amigos, a sus raíces, a su estirpe, de un hombre iluminado, con una capacidad superior puesta de manifiesto en esta fuente de riqueza nacional. Este hito sólo se lleva a cabo con una profunda serenidad de espíritu, con entereza, imperturbabilidad, firmeza, estoicismo y paciencia. ¿Dónde están esos valores?

Lo último en Opinión

Últimas noticias