Ley Marcial

¿Qué se oculta tras el ‘golpe de vodevil’ en Corea del Sur?

Yoon Suk Yeol se comprometió a "erradicar a las fuerzas pro-norcoreanas" con ese nuevo decreto

Corea del Sur
Militares surcoreanos tras la aprobación de la Ley Marcial.(Foto: EP)

Ha sido visto y no visto: el presidente de Corea del Sur (la buena), Yoon Suk Yeol, declara la Ley Marcial en lo que supone un verdadero autogolpe. Los parlamentarios se niegan a obedecer, entran en la sede del legislativo pese a estar custodiada por las fuerzas del orden y votan por unanimidad derogar la Ley Marcial. A la mañana siguiente, Yoon Suk Yeol levanta la Ley Marcial.

Corea del Sur pilla muy lejos, y no es precisamente una estrella rutilante de la geopolítica por regla general, así que resulta comprensible que nada de esto nos resulte comprensible, e incluso que el lector occidental medio tenga de Corea del Sur la idea de «tigre asiático», próspero aliado de Occidente con un sistema político similar al nuestro y la misma influencia cultural. Lo que es verdad hasta cierto punto.

Porque esa idea transmite la imagen de un país políticamente aburrido, y nada más falso. Para entendernos, los dos primeros presidentes que tuvo Corea del Sur fueron apartados del poder, el tercero fue asesinado, el cuarto, derrocado por los militares, y así sucesivamente, todos ellos fueron encarcelados o sometidos a un proceso de destitución parlamentaria. El único que se salvó de uno de esos tumultuosos destinos fue el predecesor de Yoon, Moon Jae-in. En Corea, el chiste es que hay dos tipos de presidentes surcoreanos: los que están en la cárcel y los que van a acabar en la cárcel. Ser presidente en Seúl es, al parecer, una actividad de riesgo.

Cuando el martes apareció Yoon Suk Yeol en televisión anunciando la Ley Marcial y comprometiéndose a «erradicar a las fuerzas pro-norcoreanas y proteger el orden democrático constitucional», el apoyo popular al presidente llevaba semanas cayendo en picado. Y ahora, con toda probabilidad, tendrá que enfrentarse a un juicio político encabezado por la oposición, que domina el legislativo. Una tormenta en un vaso de agua, un golpe de opereta, un asunto interno. O tal vez no.

Hay tres detalles que hacen especialmente relevante este asunto. El primero es la reacción de Washington. El comunicado oficial declara que la Administración Biden «sigue con preocupación» los acontecimientos en Corea del Sur. Ahora, cualquier que haya seguido incluso superficialmente estas cosas en las últimas décadas sabe leer entre líneas: «Por ahora, NO vamos a condenar el golpe». Estados Unidos es un país profundamente democrático, nunca ha sido otra cosa que una democracia en toda su historia, pero eso no significa que no haya preferido a veces a un dictador «de los suyos» que a un líder democrático «de los otros».

El segundo detalle es la excusa alegada por Yoon para el golpe, la acusación de que la oposición está infectada de agentes favorables a Corea del Norte. Suena bastante disparatado. No creo que sea fácil encontrar entre los 8.000 millones de habitantes del planeta muchos partidarios de esa cárcel de masas que es la Corea de Kim Jong-un, con toda probabilidad el régimen comunista más terrible del mundo. Y, en Corea del Sur, la cifra debe de acercarse mucho a 0.

Dejamos para el final lo más importante. Desde la victoria de Trump, la Administración Biden está haciendo mangas y capirotes para azuzar la guerra en Ucrania, que el neoyorquino ha prometido cancelar. Aun a riesgo de provocar una guerra mundial, Biden está aprobando nuevas remesas de dinero y dando permiso a los ucranianos para que usen los misiles estadounidenses para atacar en el interior de Rusia.

La idea es que, si se tiene que llegar en breve a la mesa de negociación, al menos Ucrania lo haga en la posición más fuerte posible. Y dado el rápido avance de las fuerzas rusas en el Donbas, la manera más rápida de conseguirlo es obligando a Rusia a distraer tropas y recursos a otros frentes.

Y aquí viene la posible conexión: la excusa de Estados Unidos para permitir a los ucranianos el uso irrestricto de sus misiles es la presunta llegada a la escena ucraniana de tropas de Corea del Norte, país con el que Moscú acaba de firmar un pacto de ayuda mutua.

De hecho, quien dio la alarma sobre la presencia de soldados norcoreanos en Ucrania fue el propio Yoon, y así se cierra el círculo. Según esta teoría conspiranoica -aunque las conspiraciones son la regla, no la excepción en el panorama geopolítico-, la supuesta ‘norcoreafilia’ de la oposición en Seúl podría tratarse, simplemente, de que los parlamentarios no quieren arriesgar la frágil paz entre las Coreas que logró Trump en su anterior mandato con acciones hostiles hacia Pyongyang. Y Yoon podría estar encargado de sacudir ese avispero para que Putin corriese en ayuda de Kim Il-jung, distrayendo recursos del teatro ucraniano.

¿Demasiado retorcido? Es posible. Pero sea o no así, la liebre acabará saltando.

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