Turbulencias en Europa para 2019
El año 2019 promete mucho en la política europea. En un año donde se conmemoran tres fechas señaladas, como el inicio de la Conferencia de Paz de París (1919); la invasión alemana a Polonia que marcó el pistoletazo de salida de la Segunda Guerra Mundial (1989); y la caída del Muro de Berlín (1989), los europeos nos encontramos ante unos retos, algunos recurrentes y otros nuevos, que creo que solamente van a resultar perjudiciales para los viejos del lugar, adalides de las estructuras estatistas que sostienen la Unión Europea (UE) y que se han negado durante años a abrir las ventanas para dar entrada al aire fresco que demanda la ciudadanía, harta de ver como hay un club de elegidos entre ellos mismos que manejan los designios de millones de personas sin someterse al escrutinio de las urnas.
Empezaré por el tema del Brexit. Yo no tengo tan claro que vaya a aprobarse a corto plazo. Los políticos británicos, encabezados por su líder Theresa May, saben que se encuentran en un callejón que parece no tener salida, pero que pueden alargarlo todo cuanto ellos quieran. Con probabilidad el Parlamento británico no respaldará el acuerdo al que las autoridades comunitarias y el Gobierno conservador consensuaron hace un par de meses, pero tampoco se asestará una puñalada cual samurai que se practica el hara-kiri dado el elevado coste que tendría para la economía británica. No me sorprendería que la salida sea un nuevo referéndum encomendando a la población a pronunciarse sobre la idoneidad del acuerdo y que el resultado favorable a renegociar el Brexit obligase a retrasarlo todo al nuevo período que se inicie tras las elecciones europeas de mayo.
May se aseguraría mantenerse más tiempo como primera ministra; Jeremy Corbyn también ganaría tiempo para intentar remontar las desfavorables encuestas; y el nuevo equipo negociador de la UE no sería el mismo que el actual, por lo que un nuevo escenario sería posible. Para ello, resulta imprescindible que los británicos celebren en mayo las elecciones europeas y puedan tener sentados a sus más 70 eurodiputados en el Parlamento Europeo.
Las elecciones europeas de este año son las más trascendentales de la historia. El candidato llamado a sustituir al actual presidente de la Comisión Europea, el achispado que no avispado Jean-Claude Juncker, es el alemán Manfred Weber, representante del viejo establishment del Partido Popular Europeo. Salir elegido líder de la Comisión Europea (CE) requiere una mayoría absoluta, que implica el apoyo de los suyos más socialistas y liberales. Actualmente suman alrededor de 475 diputados, una mayoría absoluta bastante holgada, pero con la caída de los resultados del centro derecha y centro izquierda previstos en todos los países europeos, en favor de los nuevos partidos, la llegada de Weber a la presidencia de la Comisión va a ser un camino de espinas.
El establishment, instalado en medios de comunicación, ciertos partidos políticos y mensajeros del pensamiento único, no se cansa de insistir de la llegada de lo que ellos llaman partidos populistas de extrema derecha. Dice con acierto el ex primer ministro italiano, Enrico Letta, que es un error, trazar una división entre europeístas frente populistas, pues considera que en el ámbito de los populistas existen diferencias notables y no todos pueden ser introducidos en el mismo saco. Nada tiene que ver Viktor Orban en Hungría con Marine Le Pen en Francia, pero sí que tienen un nexo en común y es el cansancio que provoca ver que tras una cortina de aparente democracia haya quienes quieran manejar el futuro y las voluntades de millones de europeos a sus espaldas mientras reparten credenciales de buenos y malos demócratas.
Los grandes retos a los que nos enfrentamos los europeos no pueden ser resueltos con las viejas herramientas democráticas de control y mando. Se necesita un nuevo estilo de política diferente, más responsable y colaborativo adaptado a los nuevos tiempos. Los votos a los llamados partidos populistas no son el problema, son el síntoma que demuestran que nuestras actuales estructuras políticas son inadecuadas para responder a las necesidades ciudadanas.