Señale en este mapa dónde está Gaza

En España, decía Larra, escribir es llorar. Y yo añado que escribir sobre el panorama internacional es llorar dos veces. Ya: toda información periodística es local, lo sé. Pero uno podía pensar que, en el siglo de la globalización, cualquier cosa de peso que suceda en el otro extremo del planeta acaba influyendo aquí, en su vida corriente. Pero el español se hace un lío con lo lejano, parece mentira, tan multiculturales como somos. De fuera no se sabe casi nada, no interesa casi nada, y se ideologiza casi todo, tratando de encajar a calzador lo que pasa en Kirguistán o Sudán del Sur en las categorías nacionales del más estrecho y miope partidismo electoral.
Pero nuestros gobernantes han encontrado una utilidad a lo que pasa lejos de nuestras fronteras: la distracción. Les pongo un ejemplo. En España, trabajar no es una necesidad ni un derecho: es un privilegio. Producir tiene multa. Ponerse a hacer cosas que añadan valor por cuenta propia es un lujo por el que hay que pagar; necesitamos un permiso para trabajar por nuestra cuenta que hay que abonar religiosamente. Se llama ‘cuota de autónomo’, y ahora el Gobierno que cada año bate un nuevo récord de recaudación quiere subirla. El golpe supondría un incremento total del 44% en las cotizaciones de los trabajadores por cuenta propia, según los cálculos de la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA).
Si sumamos a esto una casta socialista que se lleva hasta los ceniceros, un presidente que tiene dos secretarios de organización de su partido en el banquillo, a su esposa y a su hermano y al fiscal general y… Bueno, es normal que el común, que no le da para irse de casa de sus padres, que no tiene nada y no es feliz, se indigne un poco.
Así que los sindicatos han convocado una huelga. ¿Contra la subida de las cuotas de autónomos? No. ¿Contra la corrupción desatada, contra las disparatadas subidas de la energía, la alimentación, la vivienda? Tampoco: contra la situación en Gaza. Ojalá un periodista con un mapa mudo en cada manifestación preguntando a los concienciadísimos: a ver, señale Gaza en este mapa. Nos íbamos a reír.
Gaza, ustedes me entienden, no es Gaza. Ni me molesto en entrar en el asunto real. Ellos no lo hacen. Si lo hicieran, si de verdad les importara un comino, estarían saltando de alegría por el reciente acuerdo de paz, extasiados ante el cese de los combates en la zona, alabando a Donald Trump, siquiera en este caso.
Pero no es Gaza, como los sindicatos no son, ni de lejos, «representantes de los trabajadores» sino mansos y bien aceitados departamentos oficiales de la izquierda. Les daría igual un golpe de Estado en Ruritania o roces fronterizos entre Sildavia y Borduria. El caso es que pille lejos y la gente pueda protestar sin acordarse de Sánchez. O de toda su parentela.